Un lugar para partir de cero

Desde los 70 al Valle de Elqui se va a vivir gente dispuesta a renacer. Pero 40 años después y con los pocos gurús fundadores despechados, despotricando contra las mujeres; con la hectárea a un precio que puede llegar hasta 200 millones, sorprende que aún lleguen extranjeros y citadinos a cambiar su vida. Un tipo que tuvo un accidente vascular, una física teórica, un siquiatra francés y muchos otros llegaron en busca de una energía que la tierra y las estrellas del Valle parece que entregan a granel. Solo hace falta tener el corazón abierto, dicen.




Paula 1154. Sábado 16 de agosto de 2014.

Un buen comienzo es el final. El Hermano Pacho (Bernardo Blanchard, 89 años, oriundo de una acaudalada familia de Punta Arenas y que junto con la Hermana Cecilia y su Gran Fraternidad Universal fundó el aura mística del Valle a fines de los 70) cuenta la historia: un juez llegó desahuciado desde Santiago a morir al Valle de Elqui en 1990. A duras penas y guiado por él subió hasta unas termas en la cumbre del cerro Cancana. Luego de un mes revolcándose en el lodo espiritual, bajó sano y juvenil. Dejó el Poder Judicial y se quedó a vivir en el Valle para siempre. Se compró un terreno que le costó dos millones de pesos con cascada incluida y renació, recomenzó como hippie al lado de Hermano Pacho.

Veinte años después, el juez continúa sano como un roble. Renunció al hipismo. Su terreno hoy está valorizado en 200 millones y, de pasada, le levantó la mujer a Pacho.

–Lo quisiera entrevistar, es el tipo de historia de cambio que busco– le digo. Pero el juez, cree Pacho, no quiere hablar con los periodistas.

–Él es de otra laya– dice, inflando el pecho como un pato– sus valores han cambiado… como el Valle.

Y Pacho cuenta:

–Antes de que ella se fuera, tuve una visión.

–¿Como un sueño?

–Una vi-sión… decimos nosotros. Bueh, como iba diciendo. Iba yo adonde los apaches, los sioux. A una gran tribu norteamericana. Y había una tremenda fiesta. Y mi mujer estaba ahí muy joven y bella (es 30 años menor que Pacho). ¡Y era la mujer del jefe indio! Desperté asustado: sabía que la perdería. ¡Lo supe! ¡Así yo no hice más que devolverle la mujer al jefe indio!

–¿Siempre se guía por visiones?

–Jajajá. Usted no entiende nada. Pero no importa, tiene buena vibra. Vi su aura.

–Ya ¿Y qué vio?

–¿Está preparado para que le abra el chakra del corazón?

Las palabras suaves y quedas del Hermano Pacho refrescan como un monótono ventilador. Frases, refranes, citas de la Biblia, mantras de la India y Pakistán (donde vivió como muchos hippies de Elqui).

Pacho recibe en su casa a cualquier forastero que se lo pida; los ubica en asientos de troncos para que oigan su mensaje.

Cada semana un pequeño empresario turístico le llena el patio con viajeros que han pagado 30 mil pesos cada uno por unos tours místicos. Oyen al hermano Pacho, reciben sus bendiciones y se van. Pero Pacho no recibe ni un céntimo por ello.

Crédito: Archivo Copesa (Hernán Contreras).

A él parece importarle más su corazón roto. Dice:

–Hace unos años me habría importado que no me pagaran. Pero después que ella se fue, volví a renacer: ¡una vez más! Y ahora doy amor. No amor de pareja. Sino AMOR. Amor a los otros, al prójimo. Amor a usted. El amor es tan fuerte que mueve las cosas, los cerros, detiene el envejecimiento. ¡Lo entendí hace poco, mi amigo!

De hecho, se ve 30 años menor de los 89 que tiene. Como Pacho, todos renacen una y otra vez en el Valle. Se reinventan, se reciclan. Unos cuantos salen abortados pero tarde o temprano vuelven. Y lo otro: muchas parejas rompen. Casi todas las mujeres se emancipan pronto en el Valle. Se hacen perfumistas, druidas, esotéricas, pintoras, cocineras. Y, por cierto, brujas.

–Los hombres nos vamos en volada y las descuidamos –dice Pacho despechado–, muchos o casi todos se vuelven artistas.

Los hombres se vuelven comerciantes, hostaleros, cocineros, artesanos, fumadores empedernidos de marihuana, anticristos, constructores en barro, guías espirituales o "perseguidores de mochileras" como dicen sus ex esposas.

A pesar de los acelerados cambios, de los 300 mil turistas que van al Valle anualmente, todavía hay quienes reciben el mensaje, el toque mágico e intentan ahí, y no en otro sitio, cambiar para siempre.

En todo caso, algunos afuerinos son inmunes a las energías del Valle. Como los empresarios Andrónico Luksic, Javier Errázuriz, Germán Flaño o Jaime Vodanovic que también llegaron atraídos por esa magia y se compraron cientos de hectáreas para viñedos, hoteles o loteos.

En 15 años industrializaron las viñas y llevaron el asfalto y modernidad. Los ambientalistas se quejan que modificaron la naturaleza con sus pesticidas eliminando cepas autóctonas, pájaros e insectos. Hoy, unos metros cuadrados a la orilla del río valen hasta 200 millones la hectárea y se anuncian loteos inmobiliarios como Valle Abierto y Cumbres del Valle. Pronto, piensan algunos, todo esto se verá como Chicureo.

Es tan alto el precio de la tierra en el Valle que hasta Hermano Pacho tuvo que vender la suya porque no podía mantenerla y se afincó en una casita estrecha, junto al río. Casi pobre.

Irrumpe la cháchara su hija treintañera, de transparentes ojos verdes y sí, ¡aleluya!, om mani padme hum, recito (como me enseñó Pacho) y me siento tocado de amor. Amor. Pero Buda es traicionero. Tiene pololo.

Desde que la Hermana Cecilia y su Gran Fraternidad Universal fundó el aura mística del Valle a fines de los 70, son muchos los que han llegado al elqui en busca de su magnética energía.

LA MAGNÉTICA LOCURA

A pesar de los acelerados cambios, de los 300 mil turistas que van al Valle anualmente, todavía hay quienes reciben el mensaje, el toque mágico e intentan ahí, y no en otro sitio, cambiar para siempre.

–Este es el Valle de la Tolerancia– dice Rosalba, una joven gerenta de una famosa productora santiaguina que se fue al Valle a renacer con su pareja y sus dos hijos. –A criar en libertad, dice ella. –Teníamos un departamento rico, una buena pega, ganábamos bien, pero no sentía que el futuro estuviera en Santiago.

–Yo siempre digo– agrega su marido. –Este es el siquiátrico al aire libre más grande del mundo. Acepta todo tipo de locuras.

Ellos llegaron hace tres años. Todavía no tienen nada propio. Arriendan una parcela casi tocando las estrellas.

Otros han emigrado gracias a algún trabajo. Un dentista que vivía en Las Condes y trabajaba en una clínica privada recaló en el consultorio de Paihuano; es el único dentista que se ha conocido en años. El cura Jorge Marín, dejó el Colegio Manquehue y se fue a predicar su palabra progresista en las numerosas capillas de 1880 de todo el Valle. No le ha resultado tan fácil, pues los progre de la zona no van a misa. Solo van lugareños y los potentados que han llegado a invertir en estilosos hoteles.

Fernando Valdés, otro setentón y cofundador de los afuerinos del Valle, antes empresario audiovisual y hoy artista, perfumista, pintor, tarotista y conferencista, dice:

–Quizás sea fome para tu reportaje, pero estoy convencido que si hubiéramos llegado al valle de al lado (el del río Hurtado) ahora estaríamos allá conversando. Abrimos la puerta no más de algo que estaba latente y era muy necesario en el Chile en los 80. ¿Qué era?

No sé– se pregunta Valdés.

–¿Libertad?–, le pregunto.

–Es que ese concepto queda chico– dice y filosofa un rato para después despotricar contra las mujeres. Isabel Rastello, su mujer, también lo dejó.

La profesora de Física Teórica de la Universidad de Buenos Aires, Tangy Salvarride, llegó atraída por ese no sé qué hace unos 10 años. Hace poco se separó de su marido y comenzó a pintar. Ella dice:

–Yo sé que la energía está acá en el Valle. No en el sentido que dicen de que hay portales magnéticos. Nos falta mucho para poder conocer de qué energía se trata o llegar a medirla. Pero yo y mucha gente la sentimos. Y eso no solo atrae a la gente, sino que la lanza contra un muro interior a cuestionarse cosas, cambiar su vida, su destino.

–Yo no siento nada–, le digo.

–Y, bueno, estamos hablando de personas sensibles.

En 1997 Tangy adelgazó repentinamente. En tres meses se le desapareció el pelo y las cejas para siempre y hasta sus ojos cafés le quedaron verde agua. Los seguidores de la Fraternidad Universal pensaban que había sido abducida, o viajado a Ganímedes, la luna de Júpiter.

–Fue una enfermedad. Rara, pero enfermedad. ¡Uy! Pero me llovían los locos en la puerta. Me tuve que encerrar. Dejé el Valle cinco años. Una turista me preguntó a dónde me iba. Si le hubiera dicho que a Júpiter me hubieran creído– dice Tangy.

"El amor es tan fuerte que mueve las cosas, los cerros, detiene el envejecimiento. ¡Lo entendí hace poco, mi amigo!", dice hermano pacho, quien fue uno de los primeros afuerinos en llegar al valle.

COCHIGUAZ MÍSTICO

Como Elqui es caro y no cabe un alfiler, los nuevos renacientes se instalan en el valle del lado, en el Valle de Cochiguaz que parte en Monte Grande y termina en las montañas.

Matías Ravez, exportador frutícola, es de los nuevos vecinos.

Llegó a ser jefe zonal de una multinacional. Vivía en Mallarauco, cerca de Melipilla en la Región Metropolitana e iba profusamente al

Valle a comprar cosechas de uva tempranera para exportar. Y un día saliendo de Vicuña dijo en voz alta:

–Cuando jubile, me voy a venir a vivir al Valle.

Y entonces tuvo un primer accidente. Se cayó en moto y se partió la cara en múltiples fracturas. Se recuperó. Siguió trabajando. Siete años después, tuvo un accidente vascular que lo dejó semiparalizado el lado derecho del cuerpo.

–Y ahí me di cuenta que no podía seguir. Que el siguiente accidente iba a ser mi muerte y no me quiero morir todavía.

Entonces, mucho antes de lo que pensaba, hace cinco años, se instaló en el Valle. Pero como los terrenos están caros tuvo que ingeniárselas para conseguir la parcelita junto al río donde vive en Cochiguaz, avaluada en 55 millones.

–¡El valle me la dio! La permuté por una parcela que tenía en Pucón. Increíble. No gasté ni un peso en venirme.

Desde entonces se baña matinalmente en las aguas gélidas del río Claro de Cochiguaz. Esas aguas, según él, lo han sanado. Parece 10 años más joven que los 51 que tiene. Y, a pesar de su parálisis ahora imperceptible, trepa el cerro como un gato.

Hace poco su mujer también decidió dejarlo. Matías dice:

–Acá las mujeres se cargan de energía. El Valle las hace despertar. Y los hombres nos vamos en volada– dice repitiendo lo que me han dicho varios. Y agrega: –dicen que el que soporta tres años, se queda. Porque el Valle patea. Su estrechez. Vivir con las montañas pegadas a la nariz. 24 horas con las mismas personas. Ese cielo potente. Te puedes volver loco, compadre.

Cochiguaz, a diferencia de Elqui, es un territorio más cercano a la locura. Ahí está la Heliópolis, el altar-santuario a la entrada del fundo El Colorado donde estuvo originalmente la Fraternidad Universal de la Hermana Cecilia.

En los 80, en la entrada al nevado Cancana, el monje tibetano Sri Vasant (el fundador de la Terapia Homa) señaló que había ahí un portal del tiempo.

Quizá por eso los campings en Cochiguaz son famosos por sus carretes esotéricos y sus fiestas interminables. Pero hoy el esoterismo se hace con preventa. La noche pasada habían celebrado "El día fuera del tiempo" del Calendario Maya, en el camping Río Mágico. La entrada en la puerta costaba 40 mil pesos y 20 mil la preventa por internet.

Al mediodía siguiente mochileros de todo tipo bajaban con ojeras y tufos cargados de misticismo.

El último gran evento fue la espera del 21 de diciembre de 2012, fecha señalada por los mayas como un cambio de ciclo y el momento en que los que estén preparados atravesarían una puerta galáctica.

En 1997 Tangy Salvarride adelgazó repentinamente, se le desapareció el pelo y las cejas. Los seguidores de la Fraternidad Universal pensaban que había sido abducida. "Fue por una enfermedad. Pero tuve que irme por cinco años del Valle porque me llovían los locos en la puerta", dice.

En esos campings, en la Heliópolis y en un domo Santuario del Alto Cochiguaz, se reunieron cientos de esotéricos chilenos y extranjeros a la espera de tal evento cósmico. Juntaron agua, velas, formaron rondas. Al día siguiente, muchos bajaron con cara de dos metros. Pero otros se quedaron un tiempo a reponerse del fiasco. Entre ellos el argentino Marco Roldán, de 30 años, que los primeros días de enero se perdió escalando en Cochiguaz. Se supone que cayó en una quebrada. Pero muchos creen que cruzó el portal del tiempo y pasó a otra dimensión.

"Después de oír tanta locura me hubiera gustado la explicación de un siquiatra", pienso recorriendo Elqui. Y no pasaron dos horas cuando el propio Valle me proveyó uno. Serge Lolost un siquiatra francés de 65 años, retirado arriba en Alcohuaz.

Vivió mucho en Normandía, luego cerca de Los Pirineos donde aprendió español. Se vino a Elqui hace cinco años. Ha analizado la situación de sus vecinos y dice:

–Es la luz. Hay mucha luz. Cuando vine por primera vez a Pisco quedé sorprendido por la luz.¡Es uno de los lugares con más energía solar del planeta! Eso basta para provocar todo lo que provoca. La luz es esencial. Un elemento vital como el agua. Incluso en siquiatría se usa en tratamientos como la luminoterapia.

El siquiatra francés Serge Lolost vive en Alcohuaz y ha analizado lo que pasa en el Valle. Dice: "Acá hay mucha luz. Es uno de los lugares con más energía solar del planeta. Eso basta para provocar todo lo que provoca. La luz es un elemento vital como el agua. Incluso en siquiatría se usa en tratamientos como la luminoterapia".

Por eso dejó Europa y no volvió más: por los cielos opacos. Las miradas opacas. Esa oscuridad que va entrando en el corazón. La luz, según él, entra por los ojos al corazón.

–Por los ojos entra la luz y la mirada, como dicen, es la ventana del alma. Reflejan paz, tristeza o dolor interior con mayor facilidad que cualquier diagnóstico.

Él, a pesar de tanta volada que hay en el Valle, ve paz en la mirada de los habitantes de Elqui. Por eso cree que hay una especie de zona franca del alma ahí.

–Pero también el exceso de luz hace mal– dice Lolost. –Hay gente que se le llueve el entretecho– y se atornilla la sien.

Sin embargo, para él mucho peor que lo que se da en el Valle es la esquizofrenia citadina. Incurable. Inasible. Abarca todo como una mancha voraz.

–Acá, a diferencia del desierto, es posible la vida. Está el río. El agua. La luz y las estrellas. ¡Qué más necesita un hombre! –dice Lolost–. ¡Solo levantar la vista!

Me despido ya de noche de Lolost. Las nubes se han ido y camino Valle abajo observando miles de estrellas. Me siento en el Universo. En paz. Conectado a las energías del Valle. Llego muy tarde a Pisco Elqui, hambriento como un coyote. Entro al primer local abierto y… sorpresa: atiende "ella". La hija ojos verdes del Gurú del Amor.

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