Víctor Jara: un trovador que le canta a su pueblo

Es un músico que compone y canta cosas que la gente entiende. Gústeles o no. "Usted, no es ná / ni chicha ni limoná / se lo pasa manoseando / caramba y samba / su dignidad...". Además es uno de los mejores directores de teatro que hay en Chile. Una carrera que le ha costado sangre, sudor y lágrimas porque su padre era un inquilino analfabeto que no quería que fuera al colegio. Fue su madre -''una mujer maravillosa"- la que se empleó de cocinera en un restaurant para que sus hijos pudieran educarse. Porque siente muy a fondo los problemas de la gente, Víctor Jara usa el arte como arma política. Piensa que el artista tiene que ser un hombre comprometido con la realidad de su país, que debe sentir los problemas con más fuerza que el resto y denunciar todas las lacras que hace al hombre indigno de su calidad humana. "Un artista -dice- si es un auténtico creador, es un hombre tan peligroso como un guerrillero".




Entrevista realizada en junio de 1971.

Muchos lo consideraron también bastante así y por eso durante bastante tiempo se le cerraron las puertas de los estudios grabadores y sus cantos sólo se escucharon en las peñas o en reuniones de intelectuales. También en uno que otro recital. Pero hoy es ya un triunfador. Su último long play editado por la Discoteca del Cantar Popular, DICAP, ha sido un éxito fabuloso. Se llama "El Derecho de Vivir en Paz", pero ya no es propiamente música de protesta. Ni tampoco folklórica al menos como siempre la hemos entendido.

"Folklore ... ", dice Víctor Jara, un poco como para si mismo. "Mira, casi de repente no me gusta decir folklore. Me gusta decir música. Y esto es música con sonido latinoamericano". Aunque también hay algunas con sonido oriental. Hay marchas, sones, canciones, galopes y hasta un "para mal" con mucha picardía ... y no poca maldad.

Este hombre tosco, con un rostro muy indígena, silencioso y un poco brusco, esconde una ternura difícil de resistir. Después de conversar un rato con él cuesta pensar que es el autor de esas canciones que sacan roncha. En cambio uno entiende esas otras llenas de poesía que reflejan mejor al Víctor Jara que yo conocí. Habla poco, muy lento y muy suave. Le cuesta abrirse y da la impresión de que preferiría callar muchas cosas. Pero es bien educado y contesta incluso las preguntas impertinentes. Poco a poco se va entregando.

Del pueblo y para el pueblo

Esta frase que de tanto usarse suena a demagogia, en Víctor Jara es una realidad. Más que una realidad es una definición. Yo creo que a él no le gusta hablar de su origen humilde y de lo mucho que le ha costado llegar arriba. Pero no porque le de verguenza o cosa por el estilo sino porque la imagen del "self-made-man" es tan yanqui. ¡Y le cargan los yanquis! Pero hablando de música nos metimos en el tema y ya no le quedó otro camino.

"Siempre hubo en mi casa una guitarra y desde muy niño yo recuerdo haber tenido una vivencia muy fuerte de la música. Mi mamá tocaba y cada vez que tenia que ir a alegrar una fiesta o un velorio, allá partía con el más chico de los seis, que era yo. Mi padre era un inquilino y vivíamos cerca de un pueblito que se llama la Quiriquina, a doce kilómetros de Chillan Viejo".

-¿Y cómo conseguiste salir de ahí?

"Eso es lo que yo también me pregunto", dice con ese aire entre pensativo e ingenuo. Se pasa la mano por el pelo hirsuto, ese pelo desordenado que le agranda todavía más la cabeza enorme, que parece desproporcionada con el resto del cuerpo. "Pues parece que las cosas no fueron muy bien allá porque mi padre se vino a un fundo en Lonquén, allá metido en los cerros de Melipilla para adentro. Parece que era de un señor Prieto porque yo siempre oía hablar de "el patrón Prieto". Mi padre era analfabeto y no quería que nosotros fuéramos al colegio para que así pudiéramos trabajar con él y ayudar en la casa. Pero mi mamá sabia algo de leer y así, desde el principio, insistió para que por lo menos aprendiéramos las letras. Después ella se vino a Santiago y se empleó como cocinera en un restaurant. Como era tan habilosa le fue bien acá y nos trajo a vivir con ella. Remató un restaurant en la Vega Poniente y así alcanzó a darnos educación a tres de nosotros. Al principio vivíamos en la Población Los Nogales, en una mejora de piso de tierra y en una cama durmiendo varios. Porque no habla más hueco. Pero estábamos acostumbrados porque en el campo era igual. Como en todos los hogares del pueblo el peor problema era el alcoholismo de los hombres. y de eso si que tengo un triste recuerdo".

Vuelve a quedarse pensativo y se calla. También los recuerdos duelen. luego continúa:

"Después nos fuimos a vivir al barrio Pila y allá murió mi mamá cuando yo tenía 15 años. Mi padre desapareció de la casa y yo me quedé viviendo con mi hermana mayor, María; que ya estaba casada. Yo estudiaba en la Comercial porque mi mamá quería que fuera contador pero cuando ella murió no fui nunca más. Trabajé un tiempo en un hospital -hacia tarjetas en una oficina- después hice el Servicio Militar y por ultimo conseguí entrar a la Escuela de Teatro. Le escondíamos a mi cuñado -que era obrero- que yo estaba estudiando teatro. Pero cuando lo supo armó un escándalo en la casa así es que yo me fui para que mi hermana no sufriera. No tenia dónde irme pero me fui. Al principio me escondía en la Escuela y dormía ahí, pero al final estaba tan mal que hablé con el director y me consiguieron una beca. Con eso ya podía pagar una pieza. Y comía queso cáritas y pan. Cuando a mi amigo Nelson VilIagra le llegaba una encomienda del sur comíamos como locos. Nos íbamos al Parque Cousiño y no parábamos de comer hasta que nos enfermábamos".

Después ya pudo hacer algunos trabajos en el mismo Instituto del Teatro y al poco tiempo ya estaba dirigiendo.

Su primer amor

No todos saben que el primer amor de este combativo cantante de protesta fue el teatro. Y todavía lo sigue siendo, aunque ya bastante más compartido. Actualmente pertenece al equipo de directores del ITUCH y las últimas obras que dirigió fueron "Antígona" y "Viet Rock". Tiene juicios bien claros frente al teatro nacional. "La dramaturgia chilena -dice- no ha pescado la esencia de la dramaturgia europea. Resulta artificial y superficial tomar la forma y adaptarla a la realidad chilena. Nuestra realidad tiene su esencia, su contenido y su forma . Aquí hay problemas esenciales, como los de la juventud que debe incorporarse a las luchas del pueblo. A las luchas de las grandes mayorías, en el sentido de ver objetivamente las causas por las cuales nuestro subdesarrollo ha creado raíces tan hondas".

Cualquiera sea el tema que se hable con Victor Jara siempre se llegará a la política. Para él la vida y la política son inseparables. Y este principio lo aplica cuando hace teatro, cuando hace música o cuando hace ballet. Como ahora, que está fascinado con la creación de "Los Siete Estados", junto al compositor Celso Garrido y al coreógrafo Patricio Bunster. "Está basado en la leyenda clásica del jovencito que tiene que pasar siete pruebas para casarse con la hija menor del rey. Acá las siete pruebas son siete momentos del acontecer latinoamericano actual. La hija del rey es una cautiva, símbolo de la libertad que está cautiva para muchos hombres latinoamericanos. Ha sido una experiencia muy interesante. Claro que yo no sé de ballet. Sólo aporto mis conocimientos de folklore y de música folklórica y además compongo canciones".

Esto de que no sabe ballet es bastante relativo porque desde siempre fue un balletómano furioso. Como sería que se enamoró de su mujer desde la distancia, sólo mirándola bailar. Ella es Joan Turner, una inglesa que actualmente es profesora de baile del Ballet Nacional. "¡Es lo más lindo del mundo!", asegura su marido quien, después de diez años, sigue encontrando que ella es lo mejor que le ha ocurrido en la vida. "Es mi primero y último matrimonio", contesta cuando le pregunto si es el único. Tienen dos hijas: Manuela, de diez y Amanda, de seis. Amanda se llamaba también su madre a la que le ha dedicado las canciones más sentidas. Según Victor Jara, a ella le debe sus rasgos indígenas porque aunque su apellido era Martínez él sabe que tenia en sus venas mucha sangre araucana.

-¿Y cómo resultó la mezcla?, le digo.

"Amanda es más parecida a mi mujer. Afortunadamente. Salió rica, rica".

-¿Por qué afortunadamente?

"Es que a mi me gusta más ella. Y además... fue mujer".

Joan fue la que más l0 empujó al canto, cuando a él todavía no se le pasaba por la mente. Cuando pescaba la guitarra era sólo para entretenerse un rato. Su primer trabajo como profesional de la música fue en el Conjunto Cuncumén y recién hace seis años que se largó como solista... y como compositor.

"Fíjate pues oye -me dice con ese mismo modo un poco ingenuo- de repente descubrí que podía hacer eso. Un día me puse a hacer una canción, la canté y me dijeron: "¡qué linda!" Yo no me atrevía a decir que era mía. Era una canción de amor y de nostalgia. Después entré a la Peña de los Parra donde he ido madurando como compositor y como intérprete, con el contacto directo con el público".

A los 34 años Victor Jara es ya un artista realizado. Asentado. Ha viajado mucho y ha vivido mucho. Estuvo en Londres invitado por el British Council. Ha estado en París, en Amsterdam, en Alemania y en todos los países socialistas. Pero -no hay ni qué preguntárselo- se queda con Chile.

El compromiso de ser chileno

" El aislamiento topográfico de Chile fue para nosotros una bendición. Porque ha permitido el desarrollo de una conciencia íntima, una conciencia ciudadana. Ha permitido que nuestra personalidad sea distinta", dice con entusiasmo.

"Ahora -continua- el extranjero está viendo lo que es Chile. Estamos dando la tónica tanto en la pintura, como en la literatura o en la nueva canción chilena. Nos estamos dando cuenta de nuestros propios valores. Las cosas que nosotros tenemos, por sencillas que sean son más profundas. Los chilenos no somos frívolos. Además tenemos una innata solidaridad que se manifiesta en que la gente de este país mira a su patria y a América latina como un continente unido. Se manifiesta por ejemplo en la música, que es el sonido latinoamericano que yo estoy recién descubriendo. Incluso en la moda, como son los diseños de Marco Correa, un chileno que algún día revolucionara la moda de todo el continente".

Porque cree que Chile es un país fabuloso piensa que todo el mundo debería comprometerse en la lucha contra la miseria, contra el analfabetismo. "Hay que luchar por construir cosas para empezar a entender lo que es la alegría de vivir. Ahora uno va a una población y pareciera que es parte de la vida, que es lo natural, el hecho de que no exista una plaza de juegos para los niños. O que no haya una escuela a donde todos puedan ir".

"Luchar, aclara, no significa para mi pertenecer a un partido político sino entender lo que es el hombre y su verdadera misión sobre la tierra. Si todos lo entendieran tendrían que comprometerse".

En lo que se refiere al artista es todavía mucho más categórico. "El artista no es un ser que vive en la estratosfera. Su responsabilidad como creador y como recreador de la misión del hombre lo obliga a estar metido en los problemas reales. A comprenderlos, vivirlos y denunciarlos. Se juega mucho con la palabra artista. Se la ha comercializado. Para mi, artista es un auténtico creador y por lo tanto es en su esencia un revolucionario. Muestra al mundo, la naturaleza, el mundo, en su fase más digna. No sujeto a regímenes que lo oprimen, no sujeto a la miseria, a la guerra. Y denuncia entonces todas esas lacras que hacen al hombre indigno".

Para él, un artista debe sentir las cosas en forma mucho más rápida y a veces más profunda que el común de la gente. "Un artista, si es un auténtico creador, es un hombre tan peligroso como un guerrillero. Porque su poder de comunicación es mucho".

A pesar de que las palabras son fuertes, el tono de voz continúa siendo suave. Jamás se agita y resulta difícil imaginarlo enojado o agresivo. Porque aunque él diga -y aunque puede ser cierto- eso de que un artista es tan peligroso como un guerrillero, Victor Jara es, sin lugar a dudas, un artista.

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