Confinados y desafiantes: cómo enfrentar la irritabilidad y la incertidumbre en las niñas y niños

Ilustración: César Mejías

La pandemia ha provocado muchos cambios en el ánimo y la personalidad de los hijos pequeños, con los que los padres no siempre pueden lidiar. Tres expertas en infancia entregan enfoques y perspectivas para identificar y trabajar estas alteraciones.




A estas alturas, es raro recordar la vida prepandémica: para la mayoría cambió la forma de trabajar, para todos la de estudiar, y por ende se modificaron las rutinas. Dejaste de ver a personas habituales, como el guardia de ese banco o el quiosquero de cerca de tu oficina, y tu casa pasó a ser el cuartel de operaciones de todo, una especie de cowork artesanal en el que compatibilizas las labores profesionales, domésticas y de crianza. Si eso ya es agobiante para un adulto, para un niño puede ser más difícil aún.

Más allá del virus y sus nuevas variantes y mutaciones, la preocupación de muchos es la ola de problemas relacionados con la salud mental que éste ha acarreado. Académicos de la Universidad de Chile presentaron hace unos meses un preocupante estudio, en el que muestran cómo la pandemia ha impactado significativamente la salud mental en niños y niñas desde edad preescolar hasta cuarto básico.

Dentro del diagnóstico emocional, un 20,6% de los estudiantes pasaron de no presentar síntomas a tener al menos uno de los evaluados en el estudio. Dentro de los más mencionados estuvo la irritabilidad o mal genio, con un 71,9%, no obedecer (70,7%) y cambios en el apetito (72,8%). Previo a la pandemia, los académicos aseguraron que estos valores fluctuaban entre el 51% y el 57%.

Si bien esta es una muestra de solo tres comunas de la Región Metropolitana —Cerro Navia, Lo Prado y Pudahuel—, sin dudas representa una realidad que hoy preocupa en la agenda de salud nacional, y a la que muchos padres y madres no están sabiendo cómo enfrentar.

Cómo lidiar con la incertidumbre

“Incertidumbre es una palabra que requiere pensar en términos de pasado, presente y futuro, logro adquisitivo que se instala con mayor fuerza recién a los 6 o 7 años de edad en los niños”, especifica Caterina Zoffoli, psicóloga infanto-juvenil del Centro Médico Cetep. Teniendo esto en cuenta, sugiere analizar “los cambios significativos en el vínculo con los otros” que han producido las cuarentenas y los confinamientos. Un ejemplo de ello es cuando dejan de ir al jardín o al colegio, ya no ven a la persona que los cuida todos los días, o no pueden visitar a seres queridos, como los abuelos, con la misma frecuencia que antes.

“Poder explicitar y explicar estos cambios, a pesar de que muchas veces parece ser que el niño o la niña no está escuchando, es fundamental para poder ir conteniendo estos cambios y que se puedan atravesar más acompañados”, complementa.

Una forma práctica para manejar la incertidumbre, según la psicóloga infanto-juvenil Valeska Woldarsky (@parentalidadchile), es promover un ambiente estable dentro de la casa, como tratar de comer a la misma hora y tener bien definidos los espacios en casa (lugar para comer, dormir o estudiar).

Para no promover la incertidumbre, tampoco conviene descuidar los canales por los cuales les llega información a los niños. “En general, los papás están preocupados del teletrabajo o de las cosas de la casa y no siempre están pendientes de lo que están viendo sus hijos o hijas en la pantalla”, comenta Maritza Bocic, psiquiatra de Clínica Indisa y académica de la U. de Santiago. Ante esto, lo primordial es “evitar que esté expuesto a tanta información, ya sea pantallas, redes sociales o televisión”.

Lo recomendable, dice, es que las noticias vengan a través del diálogo con sus padres o guardianes, o bien con la mediación de ellos. “Hay que ir contestando sus preguntas”, apunta Bocic, porque “si es un niño pequeño, está escuchando términos como pandemia, coronavirus o muerte, y de seguro no entenderá bien de lo que se está hablando”.

No traspasar negatividad, sino educar emocionalmente

“Puede ocurrir que, ante la incertidumbre, los padres evacúen su angustia en el entorno mostrándose irritables, irascibles o desesperanzados”, describe Zoffoli. Estas actitudes “pueden llevar al hijo o hija a percibir un cambio en ellos, que debido a la omnipotencia que representan los padres, pueden hacerlos sentir culpables, desorientados o asustados”.

“Es importante reconocer el estado emocional y mental en el que nos encontramos, tratando de expresar esa rabia o frustración en los momentos adecuados”, apunta Woldarsky. “Es decir, si tuve un mal día en el trabajo, debo intentar reconocerlo, para así no descargar mi frustración a la hora de, por ejemplo, hacer las tareas con los niños”.

Si a veces puede los adultos nos sentimos confundidos respecto de nuestras emociones, para los niños puede ser aún más difícil identificar cómo se siente. Por lo mismo, la especialista de Parentalidad Chile refuerza la idea de inculcarles un amplio vocabulario emocional. “La regulación emocional de los niños depende de un proceso madurativo a nivel cerebral, es por esto que desde el nacimiento una como padre debe ir explicando y nombrando las emociones”.

En la película Intensamente (2015), de Disney, se habla de los cambios de ánimo que tiene una niña a raíz de una abrupta mudanza. Los personajes que vemos en los 94 minutos son personificaciones de esas emociones: alegría, tristeza, temor, furia y desagrado.

“Enseñar a los niños sobre las emociones y la metacognición a una edad más temprana da como resultado habilidades de autorregulación más altas a lo largo de la vida”, aseguran en la organización internacional Treaty Education Alliance. “A su vez, eso equivale a menos interrupciones en el aula y una gestión más fácil de un espacio seguro y acogedor para los niños”.

Si estás en búsqueda de lecturas que puedan ayudar a tu hijo o hija a identificar lo que siente, la especialista de Cetep recomienda El Emocionario, de Cristina Nuñez Pereira y Rafael Romero; el Diario de las emociones o El monstruo de colores, ambos de Anna Llenas.

También sugiere uno de los cuentos de Filipo, que se pueden ver en la cuenta de Instagram de la psicóloga infantil Andrea Cardemil. Este se llama Hibernando, y ayuda a los niños pequeños a entender la cuarentena y procesar las emociones.


La irritabilidad

Según Maritza Bocic, uno de los factores más frecuentes para que un niño desarrolle irritabilidad es el aislamiento social, algo que ha vivido en extremo durante estos 15 meses. “El contacto con los compañeros, los amigos, los cumpleaños y casi todas las actividades sociales que los niños tenían se han tenido que posponer, reprogramar u omitir dentro de esta emergencia sanitaria”, dice.

“En un estudio que hicieron en Hong Kong, después de la gripe aviar, se muestró que los niños tenían mayor irritabilidad, estrés, insomnio o somnolencia, y los principales factores eran el aislamiento social, el sentimiento de soledad y la ambigüedad de sus emociones”, añade la especialista de Clínica Indisa.

Lo que recomiendan las tres expertas es intervenir desde la calma y a través del diálogo, jamás mediante la exaltación. “Si como adulto no te sientes capaz de enfrentar la situación, o crees que no vas a reaccionar de la manera adecuada, es preferible tomar distancia y preguntarte: ‘¿Qué le estoy enseñando a mi hijo o hija a con mi intervención?’, analiza Woldarsky.

Durante una experiencia estresante como la que estamos viviendo, por la cabeza de cualquiera —pero en especial la de los niños—, existen reacciones internalizantes y externalizantes. “Las primeras son síntomas que se dan hacia el mundo interno, como la depresión, la ansiedad, la angustia o sensación de soledad”, detalla Bocic. Las externalizantes, en cambio, “son las que se enfrentan al mundo externo, como la rabia, las pataletas o el oposicionismo desafiante. Pero en ambas la raíz es la misma: el malestar psicológico que está sintiendo el niño”.

Woldarsky enfatiza que “el exceso de azúcares, de cafeína, colorantes y alimentos refinados, así como también la sobreexposición a pantallas, puede aumentar la irritabilidad”. La recomendación es tener en cuenta el consumo de tu hijo sobre estos alimentos y dispositivos, para que así no se transformen en un factor.

Pataletas

“Cuando un niño comienza a llorar y gritar, la responsabilidad del adulto es contener”, asegura la Bocic. En estos casos, lo más oportuno es esperar y sentarse. “Jamás ponerse a gritarle ni nada por el estilo. Por último, sentarse al lado del niño hasta que se le pase la pataleta”.

Dicen que no hay mal que dure cien años y lo mismo pasa con las pataletas. “Ninguna emoción es eterna”, expresa Bocic, por lo que cuando el niño o la niña se agote, es ahí el momento en el que se contiene y se dialoga. “Preguntar qué necesita, qué le pasó. Eso es un acto de paciencia y amor tremendamente fuerte, porque no es fácil”, agrega.

Eso sí, destaca que no se debe contener antes de que la pataleta se calme, porque puede llegar a generar un círculo vicioso. “El niño más grita, el papá más se enoja, y terminan al final todos con pataletas, hijos y adultos”, advierte.

El temido oposicionismo desafiante

“Es normal que cuando los niños o niñas perciben un sistema parental que no está coordinado tiendan a desafiar”, expresa Woldarsky. Para evitar que se den estas situaciones, “es relevante que las normas y límites estén conversados en familia y que las consecuencias sean concordantes con lo que ocurrió”.

“Las reglas tienen que ser claras y bien tenidas”, afirma Bocic, “además de coherentes y congruentes para todos los habitantes del hogar”. En caso de que se lleguen a transgredir cada vez que el niño grita o que se pone desafiante, “estaremos fortaleciendo esa conducta”.

Un ejemplo de esto es la política de no celulares en la mesa. Si el adulto revisa el teléfono y no es coherente con lo que establece a su hijo, pueden provocarse este tipo de conductas. Y así como esta, hay varias. Cuando esto suceda, la especialista comenta que es primordial que el niño “tome conciencia de que eso significa que no va a conseguir lo que quiere comportándose de esa manera”.

Para Woldarsky, el modelo ideal es el estilo parental democrático, el que se basa en “escuchar las necesidades de los niños y niñas, adaptando las exigencias, normas y límites a la etapa del desarrollo en que se encuentran”.

“Las normas puedes establecerlas porque eres padre”, comenta la académica Bocic, por lo que “frente a esta conducta de oposición desafiante jamás hay que ceder”. Lo que hay que hacer, más bien, es “esperar a que se le pase, pero jamás ceder”.

Como padre jamás…

En un artículo anterior comentábamos los episodios de dificultades y retrocesos que podrían estar enfrentando los niños en las etapas de aprendizaje por la pandemia. Así como los adultos han tenido problemas de adaptación a este escenario pandémico, lo más justo es tener una consideración extra para tus hijos cuando están teniendo episodios de etapas regresivas, como chuparse el dedo, morderse las uñas o no controlar esfínter.

Ante estas situaciones, las expertas plantean que lo básico es entender al niño y lo que le pasa a través del diálogo. “Jamás forzarlo ni recriminarlo por la conducta —como cuando se hacen pipí o se muerden el dedo—, que es el error que se suelen cometer los padres”, advierte Bocic.

Cuando se expone al niño a esta situación, que le causa una evidente vergüenza, la psiquiatra dice que puede ser “terriblemente dañino para el niño”, en parte porque todo esto “le va a generar más estrés o ansiedad, lo que va a generar una mayor sintomatología”.

Ante esto, las especialistas enfatizan que no se debe ridiculizar al niño ni usar los clásicos e históricos recursos utilizados por padres como: “Le voy a decir a tus compañeros”, “le voy a contar al Viejito Pascuero”, “las guaguas usan pañales y tú ya eres grande” o “tu hermano a tu edad dormía solo en su pieza”.

“Las conductas regresivas son esperables en situaciones como la que estamos viviendo. Lo importante es poder generar un espacio contenedor ante esta sintomatología”, complementa Woldarsky. Por lo mismo, el llamado es a poder visibilizar el estado emocional de tu hijo.

“La invitación es a destacar cuando logran las cosas pero a no poner presión excesiva cuando estamos en un momento de crisis y de incertidumbre”, apunta. “Es prioridad contenerlos emocionalmente, para que estas manifestaciones vayan disminuyendo a medida que se sientan menos ansiosos”.

“En el caso de que no exista ninguna idea de lo que pueda estar ocurriendo, es recomendable hacer una consulta con un profesional, un psicólogo, pediatra o terapeuta ocupacional”, recomienda Zoffoli, para que así éste pueda determinar de dónde viene el sufrimiento que da cuenta ese síntoma.

Socializar en la medida en que se pueda

Las personas no funcionan como una isla y por ende necesitan de interacciones para nutrir su vida. Pero la pandemia ha azotado fuertemente la vida social de todos, desde los bebés hasta los adultos mayores.

Cuando son niños o niñas pequeños, Zoffoli comenta que es importante reforzar toda la esfera lo corporal. “Debido a que aún se encuentran elaborando su capacidad de simbolización, los niños ponen mucho el cuerpo para jugar. La palabra no es la principal vía de comunicación, sino más bien el juego”.

¿Cómo incentivarles esto? La idea es jamás dejar de estimularlos a través de juegos, juguetes o material táctil, de manera que “puedan compartir sensaciones y experiencias acompañados de la capacidad de simbolización de los adultos”.

Según comenta la especialista de Cetep, en la etapa de latencia —que va de los 6 a los 12 años aproximadamente—, la socialización se vuelve aún más importante para el desarrollo de los niños y niñas. Para no perderla del todo, las pantallas y la tecnología puede ayudar.

“Vemos como algunos juegos compartidos a través de la pantalla permiten la sensación de grupalidad”, dice Zoffoli. “En la medida en que existan ciertos límites en torno a aquellas actividades, delimitando ciertos momentos de juego, se puede ir delimitando un marco específico en que no se pierden el tiempo y espacio de manera tan considerable”.

No hay que confundir esto con dar chipe libre a las pantallas. Precisamente eso es lo que no hay que hacer, sobre todo si estamos hablando de niños menores a seis años. “Según el Ministerio de Educación, no es recomendable que niños menores de 3 años usen pantallas de forma constante y para niños de 7 o más años, el máximo de uso debe ser de dos horas al día, con pausas de 10 minutos para evitar miopía”, detalla la psicóloga.

“Los niños y niñas de estas edades están con muchas ganas de estar con sus padres, pero lamentablemente los horarios laborales no siempre acompañan”, señala Woldarsky. “Por eso les cuesta entender que, a pesar de estar en la casa, no puedan pasar todo el tiempo con ellos, lo que los frustra”. Para que eludir este escenarios, ella sugiere tener ritos en familia, como un día en el que vean una película, un día que cocinen juntos, salir a jugar a la plaza o probar con juegos de mesa, entre otras actividades.

Si estás buscando más ayuda, te invitamos a revisar hablemosdesaludmental.cl, una iniciativa estatal para que las familias tengan acceso a tratar este tipo de interrogantes, sobre todo cuando los padres no logran descifrar a sus hijos sean pequeños o grandes.

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