Cuando un "error" en el trabajo te vuelve exitoso

error exitoso
Ilustración: César Mejías.

¿Qué hacer ante un yerro en tus obligaciones diarias? Si bien la primera reacción es de frustración, quienes vivieron una mala experiencia y salieron de ella para desarrollar carreras exitosas, detallan varias claves: manejar la obsesión con la perfección, confiar en las propias capacidades, admitir cuando no se sabe algo y entender el fracaso como parte del crecimiento.




No llevaba un año en su trabajo, cuando Julie Collins pensó que la única forma de hacerse respetar era ser otra. Lejos de su personalidad, dialogante y acogedora, adoptó un tono muy distinto. Más cercano al de sus jefes hombres. "Recuerdo haber tratado de cambiar mi apariencia externa e incluso mi tono de voz para parecer más masculina y, creo, más autoritaria", cuenta.

Pronto su buen desempeño profesional fue premiado con ascensos. Pero esa buena perspectiva, que debiera significar gozo, para Julie era una carga. No por las responsabilidades. No por las decisiones difíciles que debía tomar. Todo estaba en la manera que había elegido para desenvolverse en el mundo laboral. "No solo me sentí totalmente incómoda con esta máscara, en realidad fui menos eficaz como líder y tuve más dificultades para relacionarme con mis compañeros", detalla en una conversación con The Fast Company.

Como ella, son varios los casos de personas que en algún minuto cometieron un error en su trabajo. Pero no solo decidieron seguir adelante, sino que además entendieron que ese tropiezo, les enseñó algo valioso para sus carreras. Es decir, aprendieron que el camino no tiene que ser perfecto. Hicieron carne de ese viejo adagio de "convertir un problema en una oportunidad".

Por ello, con los años, Julie decidió cambiar. Fue simple. Bastaba con ser ella misma. Hoy, es la cofundadora de Zume Pizza, un restorán especializado en la fabricación y entrega de pizzas de manera automatizada. Allí lidera de una forma distinta, lejos de los días en que debió asumir una personalidad que no le agradaba. "Creo que el mundo está pidiendo un nuevo tipo de liderazgo —asegura—. Es hora de abandonar muchos de los viejos tropos sobre cómo se ven y suenan los jefes".

[caption id="attachment_840571" align="alignnone" width="3000"]

Ilustración: César Mejías.[/caption]

Por definición, el error no es voluntario y habitualmente está relacionado con aquello que se tenía a la mano al momento de tomar una decisión, explica la psicóloga clínica que ha trabajado temas laborales, Tamara Wittenberg. "Si una persona se equivoca, es porque no tenía toda la información disponible y bajo ese sentido, claro que podemos aprender de él, porque nos dice que no estábamos preparados de la forma que creíamos estarlo, o quienes estaban a cargo no tenían las herramientas. No tiene que ver con que una decisión sea correcta, o el juicio no haya sido oportuno, sino que simplemente las condiciones del minuto no me favorecían. Es muy distinto un error, a una equivocación por desatención", agrega.

"El error por sí mismo no es positivo, ni negativo", acota la también psicóloga Pía Vergara. "Creo que hay una cultura del éxito que impide la reflexión sobre el error, lo que limita el aprendizaje, pero la equivocación por sí misma no te hace retroceder ni avanzar, sino que si reflexionas el por qué te equivocaste, ahí aparece el aprendizaje".

"Ser valientes, no perfectas"

A veces no se trata de una decisión, sino del deseo palpitante de satisfacer un anhelo que machaca nuestra mente como la lluvia a la azotea. Así le pasó a Reshma Saujan. Tal como le contó a The Fast Company, desde niña se caracterizó por ser una estudiante modelo, con las mejores notas, y de alguna manera siempre buscó destacarse. "Pasé toda mi vida tratando de probarme, de mostrar que era la mejor en los estudios, y después traté de obtener el trabajo 'perfecto'", cuenta.

Pero, nuevamente, un buen pasar profesional no siempre se acompaña con la tranquilidad personal. Pese a sus logros, Reshma sentía que no estaba plena. "El deseo de ser perfecta me detuvo —asegura— apostar a lo seguro significó que mi verdadera pasión, organizar y luchar por las mujeres y las niñas, la mantuve lejos durante demasiado tiempo".

Entonces decidió renunciar a su trabajo. No fue fácil, estaba en un buen puesto, pero esta salida le llevó a ocuparse por lo que realmente quería. "Me arriesgué; fracasé miserablemente, pero me sentí más viva de lo que nunca había estado porque ya no me sentía arrepentida", cuenta. Fue en ese momento en que decidió crear el proyecto Girls who code, el cual se impuso como objetivo acortar la brecha de género en tecnología, donde solo una de cada cinco graduados en informática son mujeres, y borrar estereotipos asociados.

Para ella, la clave está en comprender la real magnitud de los problemas. "Una vez que nos damos cuenta de que nuestros errores no nos matarán, y que la perfección no nos lleva a ninguna parte, no hay nada que pueda detenernos", asegura. ¿Su consejo para otras mujeres? Lo resume con el título de un libro que escribió con su experiencia. Las animaría a ser valientes, no perfectas.

"Nosotros estamos muy acostumbrados a los resultados", explica Tamara Wittenberg. "Pero la verdad de las cosas es que si nos ponemos a pensar en todas las conductas que aprendimos, en la medida que las vamos ejecutando se vuelven mejores. Cuando aprendes a escribir, andar en patines, la ejecución de una tarea, aunque implique caídas, a nuestra memoria automatizada le sirve para perfeccionarlo. El ejecutar, el caernos, el rectificar, es parte propia de los aprendizajes humanos".

En caso de que una persona estuviese apremiado por los problemas en el trabajo y quisiera resolverlo, la experta define algunos pasos a seguir. "Yo creo que primero hay que hacer una evaluación súper crítica y personal, hasta qué punto todo los entuertos son responsabilidad tuya, y hasta que punto son responsabilidad de los demás. Uno puede tener roces con compañeros que son muy competitivos, o uno mismo puede estar generando dinámicas que no son muy positivas. En ese caso, si uno es el problema, debe pedir ayuda profesional para ver qué es lo que genera eso, desarrollar habilidades blandas, etc. Si no tuviera que ver con uno, hay que pensar ¿para qué hacemos las cosas? cuando hay problemas personales, pero uno tiene un objetivo más trascendental, uno debiera tratar de enfocarse en eso".

"Yo que creo que hay que abordarlo desde el rol profesional", complementa Pía Vergara. "Es decir, pensar ¿qué te da ese trabajo a ti que valga la pena? o a lo mejor pensar que ya no se ajusta a lo que uno quiere. Por ejemplo, una persona que trabaja en un banco, que me toca ver muchos casos, tiene que entender que los bancos están cada vez más codiciosos de vender, entonces las metas que les ponen a los ejecutivos son super altas, y en ese punto, ahí uno puede hacerse la pregunta ¿quieres seguir trabajando en la banca? porque el mercado está así,  entonces si quieres vender más como un servicio, deberías pensar en cambiarte de rubro, es decir, hacer el ajuste de tu rol profesional. Porque lo que más complica la salud mental es la disonancia, ¿por qué yo no quiero estar aquí, pero sigues? esa te produce una sensación que pasa por el estrés y puede terminar en depresión. Es alinearse: estoy acá por tal motivo y el trabajo pasa a ser una herramienta para conseguirlo".

Ser un impostor

Otro aspecto común a quienes manifiestan dificultades en su vida laboral, es la tendencia a infravalorar las capacidades propias. Es decir, que a pesar de tener buenos antecedentes, un rendimiento valorado por los pares y conseguir menciones positivas, la persona cree que está donde está por un golpe de suerte y que en realidad es incompetente. Es decir, su autoimagen es muy negativa. A eso se le conoce como el "síndrome del impostor", un fenómeno descrito por las terapeutas Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978.

Ese fue el caso de Julie Zhuo. Cuando llegó a trabajar a las oficinas de Facebook, apenas egresada de licenciatura en ciencias de la computación, ocupó un puesto en el área de diseño de productos. Allí comenzó su calvario. Se comparaba con diseñadores que habían estudiado la carrera. "Sentí que tenía que aparecer todos los días fingiendo que era una verdadera diseñadora", cuenta al Fast Company.

Por ello trabajaba en horario extendido, tomaba la mayor carga de responsabilidades y además decidió no preguntar a los otros diseñadores en caso de dudas. Temía que notaran deficiencias y la despidieran. Pero hoy, con el paso del tiempo, entiende que fue una mala idea. A su juicio solo le valió aprender todo mucho más lento. "Si hubiera sido más proactivo en recibir comentarios de los diseñadores que admiraba, habría tenido esas perspectivas mucho antes y habría tenido más atención personalizada".

"A medida que fui más senior y comencé a asesorar a los diseñadores junior, los que más me impresionaron fueron los que hicieron todo lo posible para demostrar que su trabajo no es perfecto y que no dejan que sus egos se interpongan en el camino de su trabajo", cuenta Julie.

Hoy, como vicepresidenta de diseño de productos de la empresa, cuenta que la lección aprendida fue aceptar cuando no se sabe algo y preguntar sin más. La vida le puso una chance de ponerlo en práctica cuando dio a luz a su primer hijo. Una experiencia que pudo resultar abrumadora, pero que pudo soslayar consultando a especialistas y otras madres que conocía en su trabajo. "Entonces me di cuenta de lo poderoso que era no pretender que todo estaba bien, sino buscar ayuda y apoyo cuando lo necesitaba".

Para las expertas, hay algo que explica esta tendencia a valorarse poco. "Sucede que hay una cultura del resultado y no del proceso", explica Tamara Wittenberg. "En general, los chilenos están muy preparados para notar el error de otra persona. Cuando llega una persona muy segura de sí misma  y efectivamente tiene conocimientos, en general le gente espera que se equivoque. 'Ah, viste que no era tan bueno', dicen. Y por otro lado quienes llegan con un perfil más bajo pasan de manera más solapada. Creo que entonces hay una cultura de la crítica destructiva".

Pía Vergara asegura que la solución pasa por el caso a caso. "Depende de la relación que la persona tenga con su trabajo. Si para ella, el 90% de su vida tiene que ver con el trabajo, todo se vuelve personal; la relación con la jefatura, con los compañeros, al no tener un equilibrio entre trabajo y vida personal, todo lo que ocurre cobra excesivo valor. Entonces, claro, dices 'no soy reconocido' o 'mis compañeros no me valoran', y eso va a tener un peso en la percepción de esa persona super grande. Y si bien es un problema, se enmarca en que está viviendo para trabajar. Cuando hay un equilibrio, es mucho más fácil enfrentar los problemas".

Brittney Escovedo aún recuerda el primer desfile de moda importante que le tocó organizar. Fue en París, con presencia de marcas y agencias de renombre. Es decir, el sueño de cualquier persona dedicada a la producción de eventos. Pero por supuesto, no todo podía salir bien.

Sucedió que se acercaba el gran día y el cliente con el que trabajaba para la ocasión no le había pagado lo comprometido. Con ese dinero se iba a financiar infraestructura y los salarios de los trabajadores. Pero no había señales. "Día tras día, nos prometieron que iba a llegar el cable con la transferencia, pero nunca lo hizo", cuenta.

"Estaba aterrorizada con la posibilidad que mi sueño no se hiciera realidad. Pensaba que todos nuestros esfuerzos serían en vano, que perderíamos dinero y la posibilidad de hacer contactos con nuevos vendedores", recuerda. "Pero me arriesgué y confié en mi instinto, sabiendo que no estaba dispuesto a ceder ni un minuto más". Fue en ese momento en que ella tomó el teléfono, e impuso un plazo perentorio. El dinero tenía que estar pagado a la mañana siguiente, si no, no habría desfile.

Finalmente la amenaza funcionó y se logró sacar adelante el evento. Hoy, como fundadora de la productora de eventos Beyond8, con la que ha trabajado junto a marcas como Gucci, piensa que esa situación le dejó lecciones valiosas. "Conocí mi fuerza para trabajar bajo presión y también cuán importantes son los límites", afirma. "Como mujer, puede que no sea cómodo hablar, trazar una línea en la arena o pedir lo que merecemos, pero es necesario".

La importancia de fracasar

Hay veces en que no es un tema de carácter, sino de experiencia. La ex editora general de la revista Seventeen, Ann Shoket, cuenta que antes tuvo dos veces la chance de tomar un cargo superior en una publicación. Pero en ambas no funcionó.

Aún recuerda la primera vez. Cuenta que se preparó durante semanas, hizo cientos de esquemas, practicó, pero llegado el momento de exponer su proyecto a sus jefes, los nervios la devoraron. "Le presenté mi idea a mi jefa, la presidenta de revistas de Hearst, Cathie Black, con tarjetas que literalmente temblaban en mis manos". Asumió que todavía no estaba lista. Tiempo después tendría una nueva oportunidad. Pero en esa ocasión, un editor con más de diez años de experiencia se quedó con el puesto.

Con el paso de los años, ella entiende que simplemente son tropiezos propios de una trayectoria. Se niega a calificarlos de fracaso. Incluso, cree que las caídas son fundamentales para el desarrollo profesional. "Creo que cada vez que vas por algo grande y no tienes éxito, te estás volviendo más fuerte, más inteligente y más duro para la próxima pelea", afirma. De hecho, cree que lograr metas muy fácil, no es buena señal. "Si tienes éxito cada vez, no te estás presionando lo suficiente y no estás creciendo".

"Más que las veces que nos equivocamos, en la vida importa más las veces que nos paramos", cree Tamara Wittenberg. "Hay una frase que me gusta mucho, que es: equivócate de nuevo, pero equivócate mejor. Finalmente cada vez que tenemos un error, tenemos información adicional que antes no teníamos. También es un hecho que la mayoría de las personas no aprenden por experiencias ajenas. Es como cuando les dices a los niños 'no hagas eso porque te vas a caer', y se caen. En ese sentido, los aprendizajes por medio del error nos va enseñando como modificar la conducta".

Ya lo decía Marcelo Bielsa. El ex entrenador de la selección chilena se ha definido como "especialista en fracasos". En alguna conferencia se explayó acerca de la obsesión con el triunfo, tan propia del fútbol, pero que también es parte de la vida laboral.

"El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peores, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos", afirmó. "El fracaso es todo lo contrario, es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes. Si bien competimos para ganar y trabajo de lo que trabajo porque quiero ganar cuanto compito, si no distinguiera qué es lo realmente secundario, me estaría equivocando".

Sobre el autor:

Periodista de Culto y creador de Yakaranda Magazine.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.