El nuevo enemigo de Elon Musk: un ejército de robots buenos

Twitter ha pasado las últimas semanas en una peculiar lucha sobre el futuro de los bots, y resulta que es un caso de estudio de la estrategia empresarial de Musk. Foto: Carina Johansen / REUTERS

Las cuentas automatizadas tienen mala fama, pero muchas de ellas nos informan, nos deleitan o nos hacen sonreír. Los humanos que están detrás de ellas tienen ahora un futuro incierto. Bajo el control de Musk, Twitter ha pasado las últimas semanas en una peculiar lucha sobre el futuro de los bots, y resulta que es un caso de estudio de su estrategia empresarial.


Hacen spam. Estafan. Difunden mentiras. Dividen y engañan. Y a nadie le gustan. Esa imagen maliciosa es lo que nos viene a la mente a los seres humanos cuando pensamos en los bots de Twitter.

Pero no son sólo eso. Los bots de Twitter contienen multitudes. Informan. Entretienen. Nos hacen más inteligentes y nos hacen sonreír. Cuando publican alertas sobre desastres naturales, como @EarthquakeBot, pueden ser un servicio público. Cuando comparten adorables fotos de animales, como @PossumEveryHour, pueden ser un placer culpable. Y los mejores de estos extravagantes y encantadores robots automatizados aportan más valor que la mayoría de las cuentas gestionadas por personas reales.

“¿A quién no le gustan un puñado de robots que prometen no sublevarse contra nosotros?” preguntó una vez el propio Twitter.

Resulta que a Elon Musk.

Bajo su control, Twitter ha pasado las últimas semanas en una peculiar lucha sobre el futuro de los bots, y resulta que es un caso de estudio de la estrategia empresarial de Musk.

La batalla comenzó hace poco más de dos semanas, cuando Twitter comunicó de repente a los desarrolladores que empezaría a cobrar por el acceso a los sistemas que necesitan para hacer funcionar sus bots, lo que era como pedir a la gente que pagara por el oxígeno. La política regiría incluso para los simpáticos bots programados para compartir información interesante y práctica. Pero tratándose del Twitter extremadamente duro de Elon Musk, no duró mucho. Se armó tal revuelo por lo que parecía un descarado robo de dinero, que la compañía dio marcha atrás abruptamente y estos bots se salvaron.

Una disputa por el acceso a la interfaz de programación de aplicaciones de una empresa puede parecer arcaica, pero la chapucera puesta en marcha y el posterior latigazo cervical fueron típicos de Twitter en los caóticos meses transcurridos desde la adquisición por parte de Musk.

“Tengan en cuenta que Twitter hará muchas tonterías en los próximos meses”, escribió poco después de desembolsar US$ 44.000 millones por su red social favorita. “Mantendremos lo que funciona y cambiaremos lo que no”, agregó.

Hacer muchas tonterías, mantener lo que funciona y cambiar lo que no. Esto es lo más parecido a un principio organizativo para el estilo de gestión del multimillonario más volátil y sobrecargado de trabajo del mundo.

La mayoría de los ejecutivos prefieren la estrategia de no hacer muchas tonterías, pero Musk nunca ha sido como la mayoría de los ejecutivos. Con la desaparición de los anunciantes, la caída de los ingresos y el vencimiento de la deuda, muchas de las decisiones empresariales de Twitter son impetuosas y se basan en sus caprichos, incluidos los recientes ajustes algorítmicos para aumentar la participación. Musk parece creer que incluso los fallos son necesarios para el éxito de su empresa. Algunos podrían llamar a estos fallos los clásicos retoques de un empresario genial. Otros podrían llamarlos tontos.

Lo que nos lleva de nuevo a la fallida represión de los bots.

Lo que es un bot depende de a quién se le pregunte. El término, demasiado amplio, se presta a varias definiciones e interpretaciones que no hacen sino aumentar la confusión. Sería como decir que las personas y los puercoespines son lo mismo porque ambos son mamíferos.

Elon Musk amenazó con cambiar la política de Twitter sobre cuentas de bots y luego pareció cambiar de opinión. FOTO: JONATHAN ERNST/REUTERS

Musk se refería a los malévolos cuando dijo que su empresa estaba “siendo objeto de graves abusos por parte de estafadores bots y manipuladores de opinión” y propuso un muro de pago mensual de US$ 100 para disuadirlos. Esta propuesta no cayó bien entre los usuarios, que protegen ferozmente a sus benignos amigos robóticos, y pasaron los días siguientes reprendiendo a la empresa en defensa de cuentas como @FrogandToadbot, que tuitea citas y fotos de los libros infantiles ilustrados ocho veces al día. En respuesta a un levantamiento que calificó de “retroalimentación”, Twitter modificó de nuevo las normas, comprometiéndose a mantener una versión básica de su API gratuita para “bots que proporcionan buen contenido que es libre”, como Musk opacamente dijo.

Twitter no hizo comentarios al respecto.

Pero pase lo que pase, todo este entuerto ya ha sido revelador, y no sólo porque ayude a explicar a Musk.

El último caos en Twitter también ha demostrado el deseo humano de compañía de los bots.

Hay muchas razas diferentes de estos bots. Algunos registran la actividad sísmica. Otros provocan alegría. Uno tuitea fotos de zarigüeyas cada hora. Analizan datos en bruto de otras partes de Internet, los limpian para el consumo público y los publican automáticamente en Twitter en un formato digerible. En otras palabras, los bots son traductores. Toman información de un idioma y la ponen en otro.

Los bots que publican sobre terremotos, zarigüeyas y Frog and Toad no nacieron para “hacer cosas malas”, como Musk describe a sus primos malvados. No son trolls que escupen propaganda, spammers que parlotean sobre criptomonedas o las cuentas falsas que Musk se comprometió a eliminar cuando compró la empresa.

Son las cuentas que los antiguos ejecutivos de Twitter y su actual jefe han descrito como bots buenos.

Son bots como el de Bill Snitzer.

Snitzer es un desarrollador de software de Los Ángeles que sintió un pequeño terremoto en 2009 y entonces sintió el impulso de consultar Twitter. Le entusiasmó saber si otros también lo habían sentido. Luego se sintió inspirado.

“¿Sabes lo que sería genial?”, recuerda que pensó. “Si hiciera un bot que tuiteara cuando hay un terremoto”.

Y así lo hizo. Escribió un script básico que funciona las 24 horas del día con una sencilla función: en cuanto ve algo en los datos del Servicio Geológico de EE.UU., dice algo en Twitter sobre la magnitud, la ubicación y la hora del terremoto. “Los bots lo reducen a lo que necesitamos saber”, explica.

Una de las primeras confirmaciones de la reciente devastación en Turquía vino de Earthquake Robot, el bot de Twitter que Snitzer programó con el único propósito de lanzar alarmas sobre terremotos potentes. También creó cuatro bots que vigilan Los Ángeles y San Francisco, dos que sólo tuitean sobre los grandes y dos que tuitean sobre todos los terremotos, incluidos el de 1,3 en Malibú y el de 2,0 en Berkeley, los temblores apenas perceptibles que hacen que la gente compruebe sus teléfonos para asegurarse de que no se han vuelto locos.

Los robots antisísmicos de Snitzer no sólo eran geniales. Eran bastante útiles e increíblemente populares. Juntos tienen más de 800.000 seguidores.

Así que cuando Twitter anunció que cobraría una cantidad no especificada por mantener vivos sus bots, luego dijo que no importaba, luego retrasó la presentación de una nueva plataforma API y pidió paciencia a los desarrolladores en una vertiginosa secuencia de acontecimientos, Snitzer no estaba seguro de qué hacer a continuación.

Pero el fabricante de robots que se encontró a merced de Musk estaba seguro de dos cosas. En primer lugar, se sintió insultado. No le parecía bien que le costara dinero mantener algo que tantos usuarios de Twitter consideran inestimable. En segundo lugar, tenía un conflicto. No quería pagar a Musk, pero tampoco quería matar a sus bots.

Desde entonces, la empresa ha sugerido que la mayoría de los buenos bots podrán tuitear 1.500 veces al mes, lo que es suficiente para las zarigüeyas por hora y debería ser suficiente para las cuentas de Snitzer. Si ese límite se convierte en un problema para un bot que sólo tuitea sobre grandes terremotos, el mundo tiene problemas mucho mayores.

Mientras desarrolladores como Snitzer esperan claridad, los buenos bots de Twitter siguen existiendo. Por ahora. Y esperemos que por mucho tiempo. Hacen que el producto merezca la pena y reflejan el tipo de ingenio que Musk debería fomentar, no prohibir.

De hecho, Musk es el público objetivo de los bots antisísmicos de Snitzer: suele estar en Los Ángeles y San Francisco, y suele estar en Twitter.

No los sigue. Puede que también quiera cambiar eso.

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