El socialismo europeo busca un salvavidas en radicalizarse

Al igual que en Chile, los socialistas parecen perdidos en un espacio político indefinido, amenazado por partidos de izquierda que se han robado sus antiguas banderas de batalla. Pero ahora parecen estar dispuestos a dar la pelea, aunque esto requiera radicalizarse.




Ahí estaba Pedro Sánchez, la gran promesa del socialismo moderno español, cantando "La Internacional", el himno de la izquierda obrera, con el puño en alto. Tras volver a la presidencia del partido, Sánchez fue directo: buscará hacer del PSOE el partido de la izquierda. No de la social democracia, ni del centro, ni de la centroizquierda. El territorio a conquistar es ese que hoy ocupa Podemos y otros partidos nuevos, que han sabido capitalizar el desencanto de los electores con las élites. Sánchez quiere llevar al PSOE más a la izquierda de lo que ha estado en su historia.

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No es el único que apuesta por radicalizarse. En Gran Bretaña, Jeremy Corbyn, el líder del Partido Laborista, presentó su programa "Para todos, no para unos pocos". Nacionalizar las empresas de correo, electricidad y agua, nuevos derechos laborales, elevar el salario mínimo, prohibir el comercio de cachorros y otras prioridades son parte de la agenda. "Estoy seguro que una vez que los británicos tengan la oportunidad de escuchar nuestras promesas y planes, decidirán que ahora es el tiempo del laborismo", adelantó Corbyn. Sin embargo, las encuestas siguen augurando una dura derrota para los laboristas, en las elecciones del próximo 8 de junio. Si están en lo correcto, obtendrán 20% de los votos, su menor registro en unas elecciones parlamentarias desde 1918.

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Corbyn, quien asumió la conducción del partido en 2015, y desde entonces ya sobrevivió a un intento de derrocarlo, es acusado de ser el directo responsable del declive. Pero en lugar de retroceder, ha optado por una agenda aún más a la izquierda. Analistas británicos incluso señalan que su plan va más hacia la izquierda, que el de su ideólogo Tony Benn, presentado en 1983. El programa fue considerado un arriesgado giro a la izquierda y culpable de la derrota electoral siguiente. La historia podría repetirse.

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El problema para los socialistas es que han perdido las banderas que alguna vez les ganaron una gran base de electores. Ya no le pueden hablar a la clase obrera, que ha mutado, ha migrado o ha visto una mejora considerable en sus condiciones de vida. Ya no pueden hablar de crisis económica, porque tras casi diez años, las economías de la UE registran una moderada pero sostenida recuperación. No pueden condenar los planes de austeridad, porque esa recuperación es atribuida a las tímidas reformas emprendidas. Lo que queda es la batalla por apropiarse de la lucha contra la desigualdad.

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"En el contexto económico global, se ha vuelto cada vez más difícil para los partidos de centroizquierda proponer medidas factibles para reducir la desigualdad que causa el capitalismo; ya que cualquier intento de implementar dichas medidas sería un asalto de facto a la reproducción del capitalismo", explica el politólogo David Bailey, en "¿El final de la izquierda europea?", publicado el año pasado. Según el autor, el problema principal es que los líderes socialistas son reacios a generar la masiva movilización popular que se requeriría para llevar a cabo dichas reformas, porque en el proceso sus propios liderazgos y poder correrían riesgo.

Del poder a la derrota

Eso explica su declive. En los 90's, los socialistas controlaban o formaban parte de los gobiernos de 13 de los 15 países de la entonces Unión Europea. Hoy los partidos que están en el gobierno, sobreviven gracias a alianzas con movimientos radicales o independientes, o incluso como en Alemania, en una alianza de centro con los democratacristianos.

Los procesos electorales no han hecho más que prácticamente llevar a los analistas a declarar "el declive" o "la lenta muerte" de la social democracia europea. En 2015, el partido griego PASOK fue arrasado por el movimiento de izquierda Syriza, que aún gobierna, aunque no ha logrado llevar adelante su agenda de desafiar a la Unión Europea y sacar al país del euro, ni conseguir un recorte de su millonaria deuda fiscal. En Francia, el Partido Socialista vivió, el mes pasado, una de las peores derrotas electorales de su historia. En 2016, el PSOE español quedó fracturado tras el proceso electoral. En Alemania, a pesar de un prometedor estreno, el candidato del SPD, Martin Schulz, ha perdido terreno en las encuestas. El SPD incluso perdió este mes uno de sus mayores bastiones, en unas elecciones regionales. Las encuestas ya auguran una dura derrota para Schulz y los socialistas en las elecciones de septiembre. Una caída tan dura que incluso lo podrían dejar fuera de la coalición de Gobierno, pues Ángela Merkel podría formar una nueva alianza con sus antiguos socios, los liberales de FDP, que se recuperarían y volverían al Parlamento.

El peso de una coalición

El problema del SPD es similar a su par chileno, aunque hacia el otro extremo del espectro político. Como explica Roland Appel, ex diputado del Partido Verde, el SPD perdió su identidad al formar parte de la coalición con el democratacristiano CDU de Merkel. Como socio del gobierno no puede criticar ni contradecir ninguna de sus políticas, aunque vayan contra la agenda que han defendido tradicionalmente. "Si el SPD quiere volver a ser atractivo para sus electores, debe romper con la coalición", afirma Appel.

Es decir, dejar el centro, y volver la mirada hacia la izquierda. De hecho, el partido Die Linke (La Izquierda) y los Verdes siguen proponiendo al SPD formar una alianza, que impida un cuarto gobierno de Merkel.

No es secreto que Schulz está en contra de una posible alianza con Die Linke (los comunistas). Pero en Portugal, eso fue precisamente lo que llevó al actual gobierno al poder. Tras quedar segundo en las elecciones de 2015, el ahora primer ministro Antonio Costa formó una alianza con el partido de izquierda, los verdes y los comunistas para formar una nueva mayoría, arrebatándole el gobierno a los conservadores, que ganaron en las urnas. Desde entonces, Costa ha logrado gobernar con la izquierda radical.

El camino propio

Pero las alianzas no siempre funcionan. Después de todo, la tentación de gobernar solos es grande. En Francia, Jean-Luc Mélenchon, líder de "La Francia Insumisa" declaró que su partido "es la verdadera izquierda" y se negó a una alianza con el Partido Socialista, al que acusó de estar liderado "por liberales". Sin embargo, su líder y candidato Benoit Hamon fue a la caza de los mismos electores. "Mi vida es la izquierda, es todo lo que soy", aseguró. La división solo le aseguró la derrota al sector y el triunfo de la propuesta de centro de Emmanuel Macron.

En España, el PSOE fue incapaz de llegar a un acuerdo de gobernabilidad con Podemos, básicamente por diferencias sobre los roles dentro del posible gobierno. La disputa terminó con un país paralizado durante casi un año y un nuevo gobierno del Partido Popular. Al igual que Hamon, Sánchez está dispuesto a demostrar que "él es el líder de la izquierda". Por eso, una de las primeras medidas que ha tomado el partido bajo su comando es presionar por un proyecto de ley para exhumar los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos, y rendir homenaje a quienes hayan realizado trabajos forzados en la construcción de las instalaciones. El PSOE ha reinstalado la discusión de la dictadura y la memoria histórica como arma. Pero Podemos y ERC, desde la izquierda radical, han dicho a los socialistas que se opondrán al proyecto por ser un tímido intento de acercarse a su espectro político.

Aún está por verse si la apuesta de Sánchez, Corbyn o Hamon da réditos en el futuro. Por lo pronto, los socialistas están dispuestos a pelearle a los radicales de izquierda cada voto. Para ello deberán convencer a una generación de electores, afectada por el desempleo, pero que desconfía de todos quienes han gobernado antes y sus relaciones con el poder.

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