El futuro científico de Chile

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Chile necesita ciencia. Su necesidad se refleja en todas las cosas que nos rodean, desde las decisiones sobre la pandemia hasta las políticas medioambientales. En realidad, no solo se necesita ciencia, lo que es más importante aún, se necesita ciencia de calidad. Esto es responsabilidad de los investigadores, del gobierno y de las universidades, verdaderos focos de la investigación en todos los ámbitos.

Es común pensar que la responsabilidad de la calidad de la investigación científica recae exclusivamente sobre los hombros de los investigadores. Al fin y al cabo, si un científico no está bien preparado, ¿cuán buenos pueden ser los resultados de su investigación? Es incorrecto pensar de esta forma. La creación de un científico profesional se basa sobre una rigurosa formación académica, que en la gran mayoría de los casos incluye experiencias en el extranjero en centros de fama internacional. Por lo menos en física teórica de altas energías, la disciplina a la que me dedico y que conozco mejor, simplemente no es posible ser contratado como científico de planta sin tener un CV que demuestre sin lugar a duda una calidad científica a la altura de lo que el país (y el mundo) necesita.

Como en cualquier ámbito siempre hay excepciones, y por supuesto que existen científicos mucho mejores que otros, pero la globalización de la formación científica ha levantado el nivel de expectativas para que estas excepciones sean muy escasas. Me siento cómodo en extrapolar este sentimiento a todas las demás disciplinas científicas.

Entonces, ¿dónde vive el resto de la responsabilidad? En dos protagonistas: el gobierno y las universidades (o centros de investigación que contratan a los investigadores). Empecemos con el primero. El gobierno tiene la difícil tarea de crear las condiciones para que un investigador pueda cómoda y libremente realizar su tarea científica. Estas condiciones son principalmente económicas, se necesita una inversión significativa en ciencia. Pero, fundamentalmente, esta inversión tiene que ser sin restricciones ni condiciones de productividad. No se puede invertir en ciencia con la condición de que el científico produzca algo. La ciencia no es un producto, es un proceso. Para que la inversión genere ciencia de calidad, hay que dejarles las manos libres a los científicos para que se aventuren en el oscuro mundo de lo desconocido.

En Chile el porcentaje de PB invertido en ciencia es alrededor del 0,5%, niveles comparables con países como Uganda, Qatar, Etiopía o Costa Rica. Para darles una medida de comparación, en Europa se invierte alrededor del 1,5% del PB, en Estados Unidos aproximadamente un 2,5% y en los mejores casos arriba del 4%. En este sentido, se podría sin lugar a duda hacer más. En términos de cómo esta plata es invertida, mi opinión es que generalmente se realiza un buen trabajo. Las becas otorgadas por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (Anid) son de recursos más que suficientes para cubrir las expensas de investigación (por lo menos en mi área) y dejan amplia libertad a los científicos de realizar su labor sin mayores presiones.

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El requisito mínimo para cumplir con las bases de una beca Fondecyt Regular, por ejemplo, es una publicación científica en 3 años. Con la velocidad de desarrollo del sector, me parece verdaderamente el mínimo que se le pueda pedir a un investigador. El problema entonces es que, con tan poca inversión, la mayoría de los investigadores quedan excluidos de estas becas y no pueden producir ciencia de una forma sustentable. Se generan pocas, buenas becas para muchos investigadores de calidad que las necesitan. Sin lugar a duda, la más grande preocupación del gobierno debería ser aumentar la inversión general en ciencia para incluir a más científicos de talento nacional e internacional. Una tendencia tristemente opuesta a la que estamos viviendo en estos últimos años.

El segundo, pero no menos importante, responsable de la calidad científica son las universidades que contratan a los investigadores.

Estas instituciones tienen la principal tarea de crear un espacio donde la formación del investigador siga avanzando. Es un concepto antiguo que se fue perdiendo en la globalización de las universidades, pero sigue siendo el más importante.

Las universidades tienen que entenderse como centros de sabiduría. En éstas la sabiduría no se guarda para el acceso de los alumnos, si no que muta y cambia, crece gracias a la interacción de los académicos con sus alumnos y gracias a grupos de postgrado donde se discute y se forma investigación.

El rol de la universidad es entregar las condiciones a sus académicos para que sigan creciendo en su conocimiento. Concretamente se realiza a través de:

a) cursos de docencia relacionados a su linea de investigación. En estos el investigador puede no sentirse particularmente cómodo frente a las preguntas de los alumnos, y entonces verse obligado a mejorar su formación;

b) grupos de postgrado de altísima calidad, programas de doctorado, becas postdoctorales, un sistema directo que represente una autopista clara y obvia para que un alumno de pregrado interno o externo a la universidad pueda seguir su formación y empezar a pisar la tierra prometida de la investigación;

c) la libertad de poder investigar, sin preocupaciones generales de excesivas cargas horarias de docencia u otras distracciones y

d) la ausencia total de incentivos monetarios a la producción científica.

Este último punto es grave y merece ser explicado mejor. En varias universidades de Chile (como del mundo) se entregan premios monetarios por cada publicación científica. Se entiende como una forma de incentivar la producción científica. En términos de números de publicaciones seguramente funciona, pero en términos de calidad tiene el efecto exactamente opuesto: se crea un sistema de prostitución de la ciencia donde se da prioridad a cualquier producto publicable antes de un producto de verdadera calidad. Trágicamente, este incentivo muchas veces no llega a los alumnos de doctorado o postdoctorales presentes en la publicación, quienes probablemente hicieron la mayoría del trabajo. Esos recursos son mucho mejor invertidos en la creación de becas de postgrado, o en el financiamiento a largo plazo de cualquiera de los puntos a), b) o c) descritos arriba.

Las universidades demasiadas veces ignoran el rol que tienen de formación de su planta académica, enfocándose demasiado sobre la formación de los alumnos, un error grave y directamente correlacionado con la calidad de producción científica (y de cualquier disciplina) presente en el país. Cuando una universidad propone una actividad, un curso nuevo, un grupo de seminarios, etc., una buena parte de la decisión de crear esa nueva actividad tiene que ser como ésta beneficia a los académicos que la realizan. Un académico de planta es, casi cómicamente, análogo a una verdadera planta: las universidades pueden utilizarlos para cualquier actividad, pero si no los dejan crecer al final producirán frutos mediocres.

La armonía y el equilibrio entre los investigadores, su respaldo por parte del gobierno y su desarrollo en una universidad (o centro de investigación) que valore ante todo su formación, es la receta para una producción científica de verdadera calidad. En un mundo que pide ciencia a gritos, Chile debe tener un rol fundamental. Ahora más que nunca, en un país definiendo las condiciones que lo proyectarán hacia su futuro, Chile tiene que romper las cadenas que lo atan en su desarrollo y agregar su voz a la orquesta mundial de la ciencia.

*Académico Facultad de Artes Liberales UAI.

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