Los reyes del Barrio Meiggs

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En la semana previa a Navidad se viven los días más frenéticos del barrio Meiggs. Los compradores atiborran las calles buscando las mejores ofertas. Cuatro locatarios que por años han levantado negocios exitosos en esa vorágine cuentan cómo es la vida en el corazón del comercio urbano de Santiago.


Gritos. Las voces se toman la calle y forman un extraño coro, una especie de villancico del consumismo urbano. Se escuchan claramente apenas uno entra al barrio: los gritos de un vendedor haitiano que ofrece toallas usando un español improvisado. Los de un joven de 15 años que promociona una pistola de agua mojando a la gente. La voz amplificada de un locutor que asegura que en su galería están las mejores ofertas, mientras de fondo lo acompaña un mix de música tropical.

A los gritos también pelean dos vendedoras ambulantes. Es por un supuesto robo. Se insultan y unos pocos curiosos se detienen a mirar la discusión. La mayoría sigue su camino, sin tiempo de ver el espectáculo.

En esas calles de Santiago se puede encontrar de todo. Juguetes baratos. Árboles de Navidad. Drones de poca altura. Viejos Pascueros bailarines. Bicicletas e imitaciones de ropa de marca.

Otros negocios parecen improbables. En Bascuñán Guerrero, un hippie lee el Tarot y vende figuras de Jesús, Buda y Bob Marley. Una cuadra más adelante hay varios locales que traen medicina natural importada desde Perú. A base de hojas de coca prometen curar el cáncer y servir como estimulantes. También se ofrecen distintas yerbas para hacer purificaciones.

A mediodía aparecen los puestos de comida. Los olores se mezclan. Empanadas de horno y fritas, completos, choripán, salchipapas y salchipollo, anticuchos, papas a la huancaína, arrollados primavera, jugos de frutas y helados en bolsa son parte de la oferta de la calle. Vendedores y compradores tratarán de hacer un intercambio rápido para seguir la marcha frenética.

Los clientes se estresan y se empujan entre ellos para avanzar entre las veredas llenas. Regatean ofertas buscando el duende mágico o cualquier otro regalo de moda. Los clientes siempre tienen la razón.

Hay 30 grados en el centro de Santiago, pero en la calle la sensación es que hace aún más calor y se nota en los rostros transpirados. Las actividades pocas veces se detienen por estos días en el barrio Meiggs, cuna de las compras navideñas por excelencia y que, como todos los años, vivió su semana más intensa.

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Pantalones Constanzo funciona como una especie de frontera en el barrio Meiggs. Ubicada en la calle Unión Latinoamericana con Sazié, ese es justo el lugar donde empiezan la mayoría de las tiendas mayoristas del sector.

Óscar Cruz Constanzo estudió para ser costurero. Ahí decidió empezar un negocio. Luego se casó con Julia Lizana y juntos dieron vida a un trabajo que les dio lo suficiente como para pagar los estudios de sus hijos y vivir en una situación económica que ellos definen como tranquila.

El pequeño local también es una frontera simbólica. Sus dueños son vecinos del barrio y trabajan en el rubro hace 20 años. Han sido testigos del auge comercial del lugar y sus cambios. Se especializaron en la confección de ropa a la medida y con eso salieron adelante.

"Antes hacíamos mucho pantalón de colegio. Tenía mucha clientela con los compañeros de colegio de mi hijo, que luego crecieron y trajeron a sus hijos acá. Eso antes de que llegaran los chinos, en todo caso", dice Julia Lizana.

La llegada de los comerciantes chinos y las multitiendas cambiaron el panorama. La ropa que llega desde Asia, vendida en Chile a bajo costo en otros locales del sector, hicieron que los compradores fueran cada vez menos.

Con el tiempo, y con mucha resistencia, decidieron comprarle camisas a un comerciante chino para vender en su tienda. Por primera vez dejaron de vender exclusivamente ropa producida por ellos. Todo para ajustarse a los nuevos tiempos.

"Ya no hay comercios como el de nosotros. Lo que uno hace a la comunidad es prestarle un servicio. Confección a la medida. Las camisas son distintas, todo eso es importado a los chinos. Uno se tiene que allegar a ellos, porque eso es lo que vende", explica Lizana.

El tiempo no para en Meiggs y ellos lo han notado. Al frente de su local había una casa grande que fue demolida hace poco. Un comerciante chino compró el inmueble y encargó la construcción de una nueva galería comercial. Así se ha ido transformando poco a poco su barrio.

"Ya casi no tenemos vecinos", se quejan en Pantalones Constanzo.

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Silvia Barraza ha formado todo un imperio de las camisetas estampadas. Empezó a fabricarlas cuando vieron que en el Eurocentro los jóvenes gastaban mucho en mandar a hacer ese tipo de poleras.

"Vimos que cobraban 10 mil pesos por hacer ese tipo de poleras. Dijimos: ¿Y por qué no las hacemos nosotros? Nosotras vendíamos al detalle y empezamos a hacerlo al por mayor", recuerda la mujer.

Las poleras tenían ventajas: eran baratas, con diseños variados y de buena calidad. Le pusieron un precio de $ 3.990 cada una. Pokémon, Iron Maiden y Metallica fueron algunos de los dibujos con los que empezaron.

La Copa América 2015 fue el mejor momento para su negocio. Estamparon poleras con las banderas de todos los países que iban a jugar el torneo y las empezaron a vender al por mayor a otros pequeños comerciantes.

La estrategia era simple: les pasaba 10 poleras a sus socios y les pedía un porcentaje de las ganancias. Si los productos no se vendían, ella simplemente pedía que se los devolvieran. La idea fue un éxito y los hinchas compraron en masa esas camisetas, que eran baratas y lucían bien. Se agotaron y Silvia tuvo que empezar a producir en masa.

Silvia cuenta que está acostumbrada desde pequeña a pensar en estrategias de negocios. Sus padres eran fabricantes de cristales en Independencia. Ella creció con ese ejemplo. A veces tenía que quedarse de noche ayudando a hacer cuadrar la caja. Pronto empezó a pensar en un emprendimiento propio.

Partió en Patronato y hace 20 años llegó a Meiggs. La mujer tiene hoy día un local en el Paseo Bascuñán, donde vende esas prendas. Su hermana tiene otros dos locales del mismo tipo en Meiggs y, además, tienen un taller en Recoleta, donde mandan a hacer los diseños de cada polera.

"Mi hija estudió Kinesiología, pero como vio que acá le va mejor, trabaja conmigo", asegura Silvia Barraza

Aunque la mayor parte de las ganancias se quedan gracias a la venta al por mayor, por estos días el lugar se llena de clientes que buscan una prenda para regalar. Las más llevadas esta temporada son los diseños de Fornite (un juego online que se hizo muy popular este año) y de Queen.

El negocio de las poleras hoy es atendido por Silvia con la ayuda de sus dos hijas y una empleada. De otra manera sería imposible sobrevivir al más de centenar de personas que tienen que atender en los días de Navidad.

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En el 2006, Joel Vilca viajó casi dos días enteros de Tacna a Santiago para empezar una nueva vida. Lo hizo para encontrarse con su hermano mayor, quien había hecho el mismo viaje años antes y que tras pasar por varios trabajos mal pagados, por fin había encontrado algo de estabilidad.

Joel llegó a Chile para trabajar como ayudante en el negocio que su hermano había emprendido junto a su esposa chilena en Meiggs y que llegó a manejar tres locales de ropa.

Por esos años, Santiago era un lugar muy conveniente para los peruanos. La voz se había corrido por allá. Contaban que ahorrando un poco de dinero se podían hacer buenos negocios en Santiago, sobre todo importando productos desde el norte.

"Vine a ayudarlo, quería estudiar allá, pero me gustó el negocio y me quedé", cuenta Joel, quien dos años más tarde se reencontró con Fabiola, su esposa, quien vino a acompañarlo en su nueva vida en el extranjero.

Juntos emprendieron un negocio propio en Meiggs, importando ropa de Perú. También criaron a sus dos hijos que ya casi son chilenos.

Ambos trabajan en un galpón en la calle Bascuñán Guerrero, donde todos los locatarios son extranjeros. La mayoría son peruanos, pero también hay bolivianos y ecuatorianos. La inmigración ha ayudado a la diversidad en el barrio Meiggs. Eso se nota en el tipo de productos que se venden. Desde Perú es posible ver ropa, hierbas medicinales y comida típica.

"Es cara la vida acá, pero mientras trabajas te va bien", cuenta Joel Vilca, quien como gancho comercial asegura que el algodón peruano de su ropa es de mejor calidad que cualquier prenda asiática.

Después de las fiestas, el momento del año en que más venden, la pareja irá a Tacna de vacaciones.

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De la población José María Caro a China. Bladimir Espinosa ha viajado cuatro veces al país asiático. Fue por invitación de un empresario chino al que le compraba los productos que luego vendía en Meiggs. Un día le dijo que fuera a ver cómo funcionaba el comercio en Asia y a elegir personalmente los productos que iba a traer a Chile por barco.

"Allá vi por primera vez los andadores y los scooter eléctricos que ahora están de moda", dice el hombre de 74 años, que no estudió en la universidad, pero se reconoce como un experimentado comerciante.

Antes de ir al extranjero, la vida de Bladimir tuvo varios viajes dentro de Santiago. Partió cuando era un adolescente como semanero y luego puso un quiosco en Alameda vendiendo distintos productos.

"Cuando teníamos el quiosco nos quedábamos hasta la 1 de la madrugada para vender regalos. Les vendíamos a los curaditos que iban a buscar cosas para regalar", recuerda Bladimir, quien tiene la voz raspada, producto de trabajar todo el día gritando sus ofertas.

De la Alameda se fueron junto a su esposa a un puesto en la calle Conferencia, en 1994. Después de eso pasó a ocupar un puesto en el paseo que hay en calle Salvador Sanfuentes, el centro de todo el comercio en barrio Meiggs.

Allá vende productos según la época. A partir de marzo trae mochilas y útiles escolares. En invierno ofrece parkas y paraguas. Y en septiembre vende trajes de huaso y juegos típicos. Siempre se levanta a las 7 de la mañana para abrir el negocio a las 9. En Navidad dice que puede trabajar más de 12 horas seguidas.

Lo que venderá en las fiestas de fin de año lo prepara en abril. Desde China trae juguetes importados, patines con luces, pelotas, bicicletas y autos a control remoto. Todo se vende amontonado. Las ventas de diciembre son vitales. Con esa plata aseguran la supervivencia por el resto del año.

"Ahora esperamos que esto mejore. Llevamos un 35% menos que el año pasado y ese año ya había sido malo", dice Bladimir.

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Las cosas en Meiggs nunca se detienen. Los cuatro comerciantes saben que los días que quedan antes de Navidad serán los más trabajados del año. Deben hacerlo para sacar cuentas alegres. Y después de Navidad vendrá el verano, marzo y luego las vacaciones de invierno. Así, sin parar. Es la vida que han decidido llevar. R

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