Antuco, la patria de las mujeres solas

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Mónica Fernández, en su casa.

Antuco se hizo conocido por la muerte de 45 soldados en 2005, víctimas del viento blanco. Pero pocos saben que esta tragedia de hombres sucedió en un territorio de mujeres. Según el último Censo, esta pequeña comuna en la precordillera de la VIII Región ostenta el mayor porcentaje nacional de mujeres solas a cargo de un hogar. Ellas crían a los hijos, atienden los negocios, cultivan la tierra, levantan las casas. Aquí ni siquiera se celebra el Día del Padre.


Son las 10 de la mañana de un jueves y en la Plaza de Armas de Antuco -560 kilómetros al sur de Santiago, en la Región del Biobío- hay astronautas, princesas, soldados romanos, carabineras, caracoles, hadas, cocodrilos, guerreros y guerreras vikingos, dinosaurios, magos, piratas, egipcios, robots y batmans. Se celebra el Día de la Educación Parvularia y los niños de preescolar del único liceo de la comuna han salido a marchar disfrazados.

El grupo comienza a sacudir el tedio de la mañana en el pueblo. Ingrid Sepúlveda sale del bazar "Francisca Multicosas" a ver qué pasa y tres contratistas que instalan unos asientos cerca de la plaza detienen sus labores. A los niños los acompañan cuatro alumnos de enseñanza media que tocan una batucada, sus profesoras, un payaso alto y gordo que se incorpora atrasado a la actividad y una camioneta municipal adornada con globos de colores que cierra el grupo para que ninguno de los pocos autos que a esa hora transitan por Antuco se acerque a los niños.

Además, están los padres. Más bien, las madres: de los 50 apoderados que acompañan la caravana tomando fotos de los disfraces meticulosamente elaborados, unos 45 son mujeres.

Ese no es un detalle trivial aquí en Antuco.

Fabiola Sepúlveda (24) es una de esas madres. Vino a acompañar a su hija Emily (4), disfrazada de la hada de una primavera que se niega aún a manifestarse en Antuco. Eso dicen acá porque hace frío y el cerro Pilque, que los lugareños miran cuando quieren saber si va a llover, no se ve por las nubes. "Estoy sola criando a mi hija, pero es mejor así", cuenta Fabiola, que estudia Sicopedagogía en el Instituto AIEP de Los Ángeles. "No necesito de un hombre".

Esa frase tampoco es aquí un detalle sin importancia.

Según los resultados del último Censo, Antuco es la comuna chilena con mayor porcentaje hogares monoparentales con jefatura femenina; es decir, comandados por mujeres donde no hay cónyuge o pareja, pero sí hijos. De los 1.437 hogares que tiene la comuna, en un 15,6% -equivalente a 224 casas- viven mujeres solas con sus hijos; porcentaje que es más que en cualquier otro lugar de Chile (ver infografía). Además, si se mira sólo los hogares monoparentales de Antuco, el 89% de ellos están en manos de mujeres.

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Resulta paradojal, entonces, que pese a esta marcada prevalencia femenina en los hogares del pueblo, el resto de Chile sólo lo conoce por esa tragedia de 2005, cuando 45 conscriptos que hacían su servicio militar murieron en un sector cordillerano de la comuna conocido como Los Barros, donde el Ejército tiene un refugio de montaña. Una tragedia de soldados, todos hombres, que marcó para siempre a este lugar de mujeres.

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La vida transcurre tranquila en Antuco, entre capillitas a la Virgen del Carmen y perros que vagan por sus calles llenas de posas por la lluvia nocturna. Verónica Flores, directora del liceo Doctor Víctor Ríos Ruiz, llegó hace 22 años desde Victoria y cuenta que en este tiempo hay cosas de este lugar que le han quedado claras. Que son una comunidad de gente buena y sana. Que los profesores dejan la llave puesta en la puerta de sus casas y nadie les roba. Que los niños son dóciles y fáciles de educar. Que aquí nunca ha visto una celebración del Día del Padre. "Siempre hemos celebrado el Día de la Madre, pero jamás en estos 22 años he visto un Día del Padre", explica.

A las mujeres de Antuco parece no complicarles la crianza en soledad. Tal como explicarán después desde la municipalidad, así ha ocurrido durante generaciones: no es que en esta comuna no nazcan hombres, sino que éstos la abandonan apenas empiezan a trabajar, y así las mujeres deben tomar el rol de ellos a cargo de sus familias.

Verónica Flores reconoce que, cuando llegó hace dos décadas, la sorprendieron estas mujeres solitarias. "Allá en Victoria (Región de La Araucanía), ser madre sola era como una vergüenza, pero acá las chicas muestran su guatita como una gracia. No me ha tocado ver chicas que sufran con su embarazo, no es algo pecaminoso ni un problema", reflexiona.

Los libros de clases del liceo que dirige dan cuenta de este fenómeno. En cada curso, aproximadamente un tercio de los alumnos vive en un hogar donde no hay padre. En primero básico, por ejemplo, nueve de 36 alumnos viven solo con sus madres. En tercero básico, son 18 de 39 en esa misma situación. En quinto, 15 de 39. Y en el octavo B, el 65% de los 23 alumnos no tiene a su papá en casa.

En ese curso están los dos hijos menores de Evelyn "Lilly" Contreras (39): los mellizos Jonathan y Paula, de 13 años. La familia vive en una pequeña casa de la población El Ral, a unos 10 minutos en auto desde el pueblo subiendo en dirección al volcán Antuco, entre los cajones cordilleranos que definen el paisaje local. Ahí se asentaron desde hace siete años, cuando el padre de los dos adolescentes se fue con otra mujer a Los Ángeles. "Como mamá te marca mucho ver a tus hijos llorando por su papá. Yo les decía: 'si quieren un pantalón o un teléfono, yo hago lo que sea para comprárselos, pero ese dolor que ustedes tienen no se los puedo quitar con nada'", recuerda Lilly, rodeada por Samson, su perro, y los patos y gallinas que engorda en su patio.

Llenar ese vacío la llevó a desarrollar tareas comúnmente masculinas. "Con mi hijo salgo a pescar o le enseño a cortar leña. Trato de mostrarle las cosas que aprendería con su papá", cuenta esta mujer que para mantener a su familia ha trabajado vendiendo mermeladas que elabora con rosa mosqueta y mora, como arriera en la cordillera, de temporera, limpiando casas y ofreciendo los mantelitos que ella misma estampa.

-Las mujeres de Antuco no dramatizan al quedarse solas. ¿Por qué?

-Yo creo que salimos adelante por el qué dirán. Cuando el hombre se va, la gente siempre dice: "¿Qué va a hacer sin el marido? Quedó sola y va a andar muerta de hambre". Ahí una agarra valor y piensa: "No voy a dejar que digan eso de mí".

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Miguel Abuter, alcalde de Antuco, cuenta que en la municipalidad celebran harto a las mujeres, que hacen eventos para el Día de la Madre, el Día de la Mujer y el Día del Adulto Mayor, al que asegura llegan casi puras señoras. Reconoce que para los hombres no hay actividades. Recién este año un grupo de vecinos pidió celebrar el Día del Padre. "Reclamaron que faltaba igualdad de género. Pensamos hacerlo el próximo año", señala el edil, sobre lo que sería un acto inédito.

Felipe Espinoza, el asistente social de la municipalidad, ensaya la misma respuesta que todos en el pueblo para explicar por qué son tan importantes las mujeres. Cuenta que como hace décadas hay pocos puestos de trabajo -las únicas opciones son las hidroeléctricas de Colbún y Enel, la recolección de fruta en verano y una lechería que se instaló este año-, los hombres deben salir a buscarlo a otras partes. Parten a probar suerte en la minería de las regiones del norte o en faenas de construcción en otras ciudades. No todos vuelven.

"Muchas veces pasa que el hombre tiene que salir a trabajar afuera, conoce a otra persona, y cuando vuelve, la familia ya está quebrada y la mujer queda sola", explica Espinoza. Esta realidad se ve claramente cuando se revisa la población de la comuna según edad productiva. De acuerdo al último Censo, en Antuco viven 4.073 personas, divididas en 1.975 hombres y 2.098 mujeres, pero hay diferencias marcadas por las edades: entre los cero y 19 años son más los hombres; pero a partir de los 20 comienzan a haber más mujeres. Claro: los hombres que trabajan están fuera del pueblo.

Eso se confirma en un paseo rápido por Los Carrera, la calle principal, y por su continuación en la ruta internacional Q-45 que llega al paso Pichachén en la frontera con Argentina. La dueña del bazar "Francisca Multicosas" -que ofrece desde pilas a remedios naturales, aprovechando que aquí no hay farmacia- es Ingrid Sepúlveda, quien se instaló sola hace un año en el pueblo y dejó un marido y seis hijos en Concepción. En el supermercado La Portada, el más grande del pueblo, Mercedes San Martín pasa sus días sentada frente a las cámaras de seguridad que muestran todos los movimientos del negocio donde atienden una de sus tres hijas, Juanita, y sus nueras Claudia y Paola. Sus hijos trabajan en el norte. Otro caso es el "Rincón de Brujas", una cordonería instalada por Paola Gómez, quien dejó su vida en Santiago vendiendo tags en una autopista para criar sola a su hija Emilia (4) en Antuco. "No es problema. En mi familia casi todas las mujeres crían solas", dice.

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Para llegar al pedregoso sector rural de Abanico hay que manejar unos 15 minutos en dirección al volcán por la ruta Q-45. El camino está rodeado del amarillo profundo del retamillo, arbusto con flores de ese color que los lugareños aseguran llegó con los europeos que construyeron las centrales hidroeléctricas en décadas anteriores y hoy está por todos lados. En esa localidad vive Mariana Barros (58), quien aparece, de pronto, como en una postal de las mujeres de la comuna: martillando unas planchas de metal en la ampliación de su almacén "Provisiones Axel", un negocio con nombre de hombre pero dirigido por una mujer.

Su historia, como la de muchas acá, es tan dura como el suelo donde vive. "Cuando quedé sola vi todo borroso", dice Mariana, quien tiene cuatro hijos entre los 40 y 23 años. Hace más de dos décadas su pareja se fue a Santiago y ella tuvo que trabajar como guardia en las hidroeléctricas, empleada doméstica y cocinera para alimentar a la familia. "Estuve a punto de quitarme la vida junto a mis hijos, eran tan chiquititos que no se iban a dar cuenta. Estaba metida en el alcohol", recuerda dentro del invernadero que instaló en el patio trasero del terreno donde tiene casa y negocio. Ahí cultiva lechugas, tomate, apio, acelga y ají que después vende en ferias agrícolas.

Eliana Jara es vecina de Mariana y presidenta de la junta de vecinos de Abanico hace casi una década. Advierte que hay una cifra negra de hombres que aparecen registrados como cónyuges, pero que en la práctica casi nunca están en sus hogares debido a sus regímenes de trabajos. "Yo, gracias a Dios, soy casada, bien casada. Llevo 38 años de matrimonio, pero mi esposo siempre ha trabajado afuera, con turnos de 11x3. A mis hijos también los crié sola", dice.

Eliana, aunque no lo diga así, habla de una soledad femenina más encubierta. Eso lleva a que muchas antucanas se acostumbren a vivir emparejadas, pero en soledad. "Hay maridos que trabajan en la minería con turnos de 10x10; y cuando llevan 10 días en casa, a la mujer ya le estorba", explica, sin dejar claro si es broma o no. La situación es aún más compleja cuando los hombres acostumbrados a estar en faenas pasan tiempos prolongados en Antuco, sin que los llamen del norte para nuevos trabajos. "Ahí empiezan los conflictos", dice la dirigente vecinal, quien tiene a su esposo actualmente trabajando en Chiloé.

Desde la oficina de asistencia social, Felipe Espinoza dice que en el municipio han detectado este fenómeno. Explica que como los hombres en su mayoría tienen oficios calificados -operadores de maquinaria pesada, soldadores, mineros-, están más acostumbrados a tareas de ese tipo y si no encuentran empleos así en la comuna prefieren quedarse en sus casas esperando un llamado del norte. "En invierno, la estación de lluvias acá es larga, no se hacen construcciones y no hay demanda de mano de obra. Ahí es la mujer la que 'para la casa', ofreciendo servicios de comida, bordados o cuidado de niños o adultos mayores", cuenta Espinoza.

Por eso, dice, es justamente en invierno cuando el municipio reparte la mayoría de las 1.600 canastas familiares con que ayudan a más de un tercio de los hogares del pueblo. Algo necesario en una comuna donde las cifras no sólo acusan un gran porcentaje de jefas de hogar solas, sino que también muestran pobreza. Según el Registro Social de Hogares, el instrumento de calificación socioeconómica del Ministerio de Desarrollo Social, el 40% de los habitantes de Antuco vive bajo la línea de la pobreza y la cesantía alcanza a la mitad de la población. "Es una cifra que se ha mantenido estable durante esta década. La pobreza responde mucho a la falta de oportunidades laborales acá", explica el profesional.

Esto ha llevado a que las pocas empresas que hay en la comuna y el municipio ofrezcan cursos de capacitación en áreas como repostería, bordados, artesanía o albañilería. Casi todas actividades comúnmente femeninas, debido a que los organizadores chocan siempre con el mismo problema: si no es en la construcción o en el campo, los hombres prefieren no trabajar. Por eso, son las mujeres las que encabezan emprendimientos que ayudan a sobrellevar la falta de empleo: pequeños almacenes y bazares, locales de comida o confección de ropa.

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Pamela Henríquez (44) vive en la población Los Quillayes con su hijo menor, Vicente (12), mientras su ex pareja vive en Paine con su hija mayor, Lucero (23). En la casa de Pamela, el living está convertido en un taller de costura y confección, oficio que aprendió en los programas del municipio. Aunque muchas veces no le alcanza para reunir los 100 mil pesos que cuesta su arriendo. "Cuando hago la plata puedo respirar porque sé que mi hijo va a seguir un mes más bajo un techo", reconoce, sentada entre las cuatro máquinas de coser de su taller.

Otro caso es María Sandoval, vecina de Abanico. Ella vive con su marido, a quien hace un año no llaman para volver a las faenas en el norte y se dedica a "pololitos" esporádicos. Ella es el sostén económico del hogar. Cuenta que para llevar dinero a la casa cultiva morcella y mosqueta, hace mermelada, en el verano es temporera, teje en telar y diseña artesanías con productos reciclados: tablas de madera, imanes para el refrigerador, llaveros, pezuñas de vaca pirograbadas, cintillos hechos con lengüetas de latas de bebida, chalecos, gorros de lana y artesanía elaborada con perritos para colgar ropa. "Si me preguntan qué no hago, respondo: ver novelas o ir de shopping", cuenta María.

Algo parecido ocurre en la Panadería Central, en calle Los Carrera. Ahí trabaja Mónica Fernández (48), haciendo marraquetas y berlines. Cuenta que gracias a ese empleo pudo criar a sus tres hijos -Nicole (27), Sergio (25) y Yanara (19)- y a un nieto, después de que enviudó hace 13 años. En un comienzo, entraba a la panadería a las tres de la mañana y salía a las nueve de la noche: llegaba hasta ahí desde el sector rural de Villa Las Rosas, a tres kilómetros de Antuco, los que caminaba de madrugada con frío, lluvia o nieve. "Había que hacerlo. Era la única fuente de trabajo que tenía en ese momento", recuerda.

Hoy vive mejor con sus dos hijos menores en una casa cerca de la Plaza de Armas. De sus paredes amarillas cuelgan cuadros de barcos y los diplomas de licenciatura de sus hijos que dan cuenta del progreso de la familia. El resto es lo mismo que en casi todas las casas de la comuna: una bosca, siempre encendida entre abril y noviembre, y un plasma de unas 43 pulgadas.

Mónica explica que muchas mujeres asumen aquí la responsabilidad de mantener la casa por el machismo del hombre local: "¿De dónde sale la plata para la luz, el agua, la comida? Nunca se lo pregunten porque el hombre aquí es machista, asume que lo que ellos logran llevar a la casa es lo que la mantiene y no es así. Es cosa de sacar cuentas, nomás. Me siento orgullosa de las mujeres de mi pueblo, son todas luchadoras"; y agrega medio en broma: "Cahuineras, pero luchadoras".

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Son las siete de la tarde del jueves, el sol se empieza a poner sobre la ruta Q-45 por la única salida de Antuco y Berta Salazar (60), socia hace un cuarto de siglo del centro de madres de la localidad, cuenta los minutos para que se acabe su jornada en el puesto de ventas de chalecos y bufandas que la agrupación tiene en el pueblo. Lleva todo el día esperando por turistas que no aparecen por ninguna parte. Dice que tiene dos hijos viviendo en Rancagua y otro aún en el pueblo, que trabaja en el puesto de Sernatur de la plaza. Los crió sola, explica, después de que su ex marido se fuera a Santa Bárbara. Lo que hoy la preocupa es otro asunto: el doctor le diagnosticó algo llamado amnesia global transitoria, y ella tiene miedo de que a veces se le olviden cosas.

Berta explica que el centro de madres de Antuco reúne todos los martes a sus 13 integrantes, nueve de las cuales son madres solas. "Nos terminamos acostumbrando a estar sin hombres", reconoce. Entonces mira a los contratistas que en la mañana detuvieron sus labores para ver la caravana de niños disfrazados: los tres hombres siguen trabajando con toda calma en el mismo asiento que instalaban hace nueve horas y parecen más interesados en irse a sus casas que en terminar la tarea.

Berta, sin sacarles la vista de encima a ese trío y a su evidente ineptitud, se despacha una última frase: "Ahora somos un pueblo que funciona sin hombres. Ya no los necesitamos".

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