Columna de sismología: Agosto, y los curiosos tiempos del Volcán Hudson

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Las últimas tres erupciones del volcán Hudson han ocurrido los años 1971, 1991, y 2011. ¿Significa esto que la siguiente va a ocurrir el año 2021? En esta columna revisamos esas erupciones, y vemos por qué no podemos predecir a largo plazo cuando ocurrirán.


En agosto de 1971 los habitantes de las patagonias chilena y argentina observaron algo sorpresivo: el cielo se cubría de ceniza volcánica, producto de una erupción. Con el pasar de las horas supieron que el responsable era el por entonces conocido como cerro Hudson. Algo sorpresivo, ya que por algo lo llamaban "cerro". Fue en esa fecha cuando los habitantes de la patagonia se terminaron de convencer no sólo que el Hudson era un volcán, sino uno que podía hacer erupción de manera bastante violenta. La erupción generó daños importantes en la agricultura de la zona cercana, sobre todo por el lado argentino, así como potentes lahares, que hicieron crecer ríos, y afectaron a personas que vivían a orillas de ellos. Hubo más de cinco víctimas fatales.

Pasaron casi 20 años antes que el Hudson despertara nuevamente. Sólo que esta vez la erupción fue una de las más grandes que hemos visto desde que Chile es Chile. La erupción partió de manera relativamente parecida a la de 1971, erupcionando un magma poco viscoso, hasta que un magma más viscoso se inyectó y se mezcló con el que ya había. Esto elevó demasiado la explosividad de la erupción, y se desencadenó un evento tan grande que generó la noche en una buena parte de la patagonia argentina, y consiguió que Coyhaique oliera a azufre. Fue el 8 de agosto de 1991 cuando todo comenzó, y marcó la vida de muchos drásticamente.

La tefra o ceniza volcánica dio la vuelta al mundo. Una enorme cantidad cayó en la pampa argentina, donde dos de las principales actividades económicas son la ganadería y la agricultura. Los meses y años que siguieron a la erupción fueron muy duros, ya que muchos perdieron sus fuentes de trabajo y dinero. Además, la ceniza volcánica produjo problemas en la salud de las personas que vivían allí. Los relatos de la época, sobre todo de la televisión argentina, son escalofriantes: "los pájaros caen muertos por la falta de oxígeno" decían algunos. Lo cierto es que la erupción del Hudson fue tremendamente grande. Tan violenta como la del Monte Santa Helena en 1980, y una de las más grandes de los últimos 50 años en todo Chile. La destrucción que dejó en la zona cercana aún se puede ver hasta hoy, en la forma de bosques completamente muertos, configurando un paisaje violento en la inmensidad de la cordillera patagónica.

El año 2011 el Hudson volvió a despertar. Esta vez la erupción no fue ni de cerca similar a las anteriores. Fue bastante pequeña, con un índice de explosividad muy bajo. Pero la verdad es que el Hudson mete ruido en el sur. Y se le mira con muchísimo respeto.

A más de alguno le habrá llamado la atención lo peculiar de las fechas de las erupciones: 1971, 1991, y 2011. ¿Hablamos de un tiempo de recurrencia de 20 años entre erupciones? La verdad es que no. Además, ese concepto - el tiempo de recurrencia- puede llevar a confusiones, y luego malas decisiones. Lo peor es que no existe un tiempo preciso de recurrencia en las erupciones. Veamos por qué.

Todos necesitamos intuición en la vida para poder entender algo. Si este algo tiene una parte técnica, más aún. Es por eso que siempre buscamos patrones, comportamientos comunes, y características similares en algunos fenómenos. La idea que un volcán tiene un tiempo de recurrencia entre erupciones es una de ellas. Pensemos por ejemplo en el Villarrica, ya que es el volcán más activo de Chile. Tuvo 22 erupciones notorias durante el siglo XIX, y 19 durante el siglo XX. Eso da un total de 41 erupciones en 200 años, por lo que uno podria -ingenuamente- decir que el volcán tiene una erupción cada aproximadamente cinco años. Pero en el siglo XXI sólo hemos tenido una erupción en 18 años. ¿Qué pasó? Simplemente ocurre que el Villarrica está siguiendo su propio ritmo, y que en realidad nosotros sacamos una conclusión incorrecta al interpretar tan superficialmente los tiempos de ocurrencia de sus erupciones. Este ritmo no es tan regular como pensamos. Veamos la cantidad de tefra aproximada liberada por el Villarrica entre 1800 y 2000. Cada peak en la siguiente figura marca una erupción importante del volcán. Las líneas más suaves al final corresponden a reportes de la actividad normal del volcán, que siempre libera gas. Miren los tiempos entre erupciones mayores: ¿Ven cómo no tienen nada de regulares? No se parecen en lo absoluto. Hay veces que pasan muchos años entre dos grandes erupciones, y otras donde dos ocurren en dos años seguidos.

Este comportamiento marca algo muy importante: los volcanes son sistemas complejos. No refiriéndose a "complicados" (aunque también lo son), sino que haciendo referencia a lo imprevisibles que son sus comportamientos al largo plazo, que a veces raya en lo caótico: un mismo volcán, en dos estados muy similares, puede tranquilamente terminar en una ocasión en una erupción, y en otra en nada. Un ejemplo de esto es el mismo Villarrica: se veía similar en diciembre de 2014 y en noviembre de 2017. En ambas ocasiones entró en alerta amarilla. Sin embargo, terminó en una erupción en 2015, y un regreso a la normalidad después de enero de 2018. Y es que la idea de la recurrencia lleva a pensar en semiperiodicidades, donde nuestra intuición nos hace pensar en que tenemos cierto control sobre el volcán, y que podemos jugar un poco con los tiempos de nuestra preparación a una futura erupción. Así, al asumir que un volcán hace erupción cada más o menos 10 años (por ejemplo), armamos planes de preparación basados en ese tiempo. Pero nos equivocamos. A veces podemos tener apenas unos meses antes de la siguiente erupción, y otras muchos años, donde tendemos a olvidar lo que pasa con el volcán. Por lo mismo el énfasis debe estar en reconocer las señales que entrega el volcán de que algo está alterado en él , y entrenar nuestra respuesta. Esto significa que debemos tomar un camino donde nos hacemos cargo de los riesgos de vivir cerca de un volcán activo, dejamos atrás nuestros miedos, y comenzamos a ser más proactivos. Porque el volcán va a hacer erupción, querámoslo o no. Y debimos estar preparados para eso ayer.

La historia del Hudson nos muestra que un volcán puede ser sorpresivo en su despertar, además de recordarnos que un mismo sistema puede tener erupciones tremendamente distintas, por más que los tiempos entre ellas sean parecidos. Y sobre lo de los tiempos similares, bueno, ya saben que no podemos sacar conclusiones sobre ellos. Lo mejor es confiar en el monitoreo, armar planes de emergencia con más autoridades, y confiar en ellas cuando el momento llegue.

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