El doctor de los cóndores

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Foto: Eduardo Pavez

Entran por los balcones, se roban la carne de los asados, se quedan observando a los humanos que se esconden tras un vidrio ante su presencia. Los cóndores, reyes andinos, desde hace un par de años visitan las casas del sector precordillerano de Santiago. ¿Qué se sabe de estas aves? El veterinario Eduardo Pavez, presidente de la Unión de Ornitólogos de Chile, tiene respuestas.


Un hombre se baja del cuatro por cuatro. Mira el horizonte y un segundo después corre cerro abajo. No le importa la fría llovizna del Parque Patagonia, ni lo escarpado del terreno. Va con la vista fija en un guanaco muerto, mordido presumiblemente por un puma. Los cóndores también tienen los ojos sobre ese animal: se arremolinan en el aire con espirales descendentes, marcando el terreno donde será el festín. El hombre, a corta distancia, los mira, los fotografía y los atesora en su memoria.

Ese hombre se llama Eduardo Pavez (53). Es veterinario, presidente de la Unión de Ornitólogos de Chile y referencia obligada por sus estudios sobre cóndores. Lleva una vida dedicada a los pájaros. Su conocimiento explica conductas de esta fauna que parecen anómalas y cuyas grabaciones son dignas de virales: "Los edificios son acantilados artificiales creados por los seres humanos, entonces los cóndores bajan y se instalan en las terrazas a modo de cornisas que les da seguridad o donde pueden descansar. En algún momento alguien les dio carne a estos cóndores y se comenzó a generar un vínculo que no es nada bueno".

Luego, enfatiza lo que ya se sabe: "La precordillera siempre ha sido territorio de esta enorme ave andina y la expansión urbana hacia cotas más altas ha generado que los cóndores lleguen a la ciudad".

Palabra de experto

En Colombia no quedan más de 150 ejemplares. En Ecuador, una centena. En Bolivia y Perú no hay datos precisos, mientras que Chile y Argentina comparten unos 23 mil cóndores, cifra que hace pensar que están muy cerca de ser catalogados como "cercanos a la amenaza".

El uso de venenos para detener a otros animales que devoran el ganado -pumas, zorros y perros salvajes- intoxica y mata también a los cóndores. "El cóndor es un animal social, que se junta en grandes grupos para comer, por lo que con un cadáver envenenado puedes matar decenas de ellos. Es un animal longevo y con bajas tasas de fertilidad", explica Pavez.

Y agrega: "El cóndor es inteligente, tiene buena memoria y es un gran volador. Tiene un uso eficiente de vuelo con mínimo consumo de energía cuando planea. Es capaz de reconocer y analizar toda la oferta de alimentación natural y antropógena. Conoce todo el territorio. Y los grandes cóndores, los viejos, les van enseñando a los jóvenes donde encontrar estos recursos".

Con cuatro décadas de observación en campo, estudios universitarios y científicos enfocados en las costumbres del Vultur gryphus, Pavez considera que la presencia del cóndor en áreas urbanas es peligrosa: "Puede significar choques con líneas eléctricas, ventanales o situaciones altamente delicadas, porque si un cóndor se siente acosado o acorralado, puede ser muy agresivo". Un pedazo de dedo menos en su mano izquierda lo atestigua.

El cóndor de Fidel

Las manos de este veterinario han estado demasiado cerca de las aves. Han acariciado y cuidado a miles. No es una exageración: Pavez es fundador del Centro de Rehabilitación de Aves Rapaces que, de 1991 al 2016, ha atendido a más de dos mil de ellas y ha reintroducido con éxito al medioambiente a un 39% de éstas, entre águilas, lechuzas, halcones, peucos y cernícalos.

Esta cruzada la comenzó desde niño. A principios de los 70, la familia Pavez Gálvez se fue a vivir a Los Dominicos, cuando era zona de grandes potreros precordilleranos e incipientes poblaciones callampa en Santiago oriente. Allí se acercó a la naturaleza, a los conejos, a los pajaritos. Usaba con destreza la honda. Eso hasta los 12 años, cuando que decidió no cazar nunca más: una enciclopedia de fauna lo transformó en conservacionista.

Su casa se comenzó a llenar de pájaros y el grupo de amigos de Pavez promovieron llevarle aves heridas. A los 14 se hizo amigo de uno de los pioneros del ecologismo, el doctor Juan Grau, que actuó como un padrino y lo presentó al Instituto de Ecología de Chile. Por esos años, junto a los amigos del barrio compraron un águila del Zoológico Metropolitano para sanarla y liberarla. Las rapaces se transformaron en las favoritas y la cetrería fue su escuela inicial de conocimientos animales. La casa familiar se llenó de plumas y dentro del refrigerador el espacio se compartía con ratones y conejos muertos o cabezas de pollo.

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Pavez con una cría de cóndor en el Centro de Rehabilitación. Foto: Caroline Moreno

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Fue la génesis del primer Centro de Recuperación de Aves Rapaces, ubicado en Talagante e inaugurado en 1991. Un campo de cinco mil metros cuadrados, donado por el famoso naturalista Jurgen Rottman. Pavez partió con Cristián Saucedo, Peter Saratchef y Charif Tala, quienes crearon los primeros aviarios. Luego fue creciendo una comunidad de voluntarios que hoy mantienen el funcionamiento del lugar, con el apoyo del Zoológico Nacional. Actualmente el centro depende de la Unión de Ornitólogos de Chile.

En este tiempo, decenas de cóndores han sido liberados con éxito, en ceremonias a las que acuden desde políticos a escolares. Las aves vuelan portando collares con tecnología satelital, lo cual ha arrojado datos claves que antes era imposible imaginar, como que en sus vuelos recorren cientos de kilómetros. Sin embargo, esta cercanía al cóndor ha requerido cuidados extremos. Pavez cuenta: "Ellos se identifican con las personas. Ve al humano como padre cuando es pichón o juvenil y después, en su madurez sexual, quiere emparejarse con un humano. Esto inhabilita cualquier rehabilitación, pudiendo ser muy agresivos. Son territoriales: te puede considerar tu pareja o un invasor y te va a atacar".

Su pico es capaz de perforar el cuero de una vaca con facilidad. El pedazo de dedo que le falta a Pavez fue producto de la "caricia" de un cóndor. Peor le fue a un voluntario que tomando mal la cabeza de un ave perdió la nariz con un picotazo preciso. Un cirujano plástico de turno en la clínica tomó el caso, operó gratis y hubo nariz nueva. "Dijo que lo hizo como aporte a la causa de los pájaros y los cóndores", recuerda Pavez.

El centro posee historias notables. El 2000, en un congreso en Venezuela, a Pavez le anunciaron un hecho histórico. Una pareja de cóndores residentes en Cuba había puesto un huevo. Eran las aves que en 1971 Salvador Allende le regaló a Fidel Castro cuando visitó Chile. El huevo fue trasladado a incubadoras en Argentina hasta dar a luz a un pichón, que fue bautizado como "Che". Luego lo llevaron al Centro de Rehabilitación de Talagante. En diciembre del 2001 fue liberado en el santuario de Yerba Loca. El "Che" llevaba un collar que, meses después, mandó su señal en un solo punto. Eso eran malas noticias. Cuando el grupo de Pavez llegó a un sector del Cajón del Maipo, el pájaro había sido acribillado con 28 perdigones.

Mandarle pistoletazos no es algo inusual en el campo. Hay personas que aún creen erróneamente que los cóndores devoran animales vivos.

Blanco y único

Dice Pavez: "El estudio del cóndor es difícil y a la vez enriquecedor, porque obliga a tener un contacto muy vasto de la geografía. Obliga a recorrer mucho y a tener una visión más holística. Esa conexión con la naturaleza te permite pensar en lo perdidos que estamos como sociedad".

Las aves, asegura, lo han conectado a una comprensión más profunda del mundo. El 2006, Pavez se topó con su epifanía alada. En Tiltil, sobre el cerro Huechún, observó a un inédito cóndor: un enorme macho que parecía como si tuviera puesta una capa blanca. No había registros científicos de cóndores albinos. Se creían extintos. Sólo algunas leyendas aimaras hablaban de esta ave maestra, escondida en un punto recóndito andino y que enseña el arte de volar a otros cóndores y el de vivir a los humanos.

"Me quedaban tres fotos, cuando empezó a dar vueltas y vueltas. Era un cóndor gigantesco y enteramente blanco. Me miraba. Empezó a volar encima mío. Cuando el rollo se acabó y rebobinaba, el cóndor me miró, dio un giro mostrándome todo su manto blanco y volvió hacia la cordillera. No lo podía creer, pensaba en que podría estar deshidratado o alucinando… pero estaban las fotos".

Eduardo Pavez ha volado tanto como las aves. Su conocimiento lo ha hecho parte de documentales, reportajes, trabajo de campo como guía y asesorías de fauna silvestre en Latinoamérica. En septiembre lanzará un libro con sus memorias con las águilas: textos y dibujos de su propia autoría, a través de la editorial Kactus. El segundo libro, dice, será sobre los cóndores.

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