Francisco Castañeda: "Estudiaba Ingeniería Comercial y manejaba la micro de mi papá"

#CosasDeLaVida: "Empecé a manejarla en segundo año. Economía en la Universidad de Chile siempre ha sido elitista y yo me sentía pollo en corral ajeno. Hoy soy profesor universitario y no olvido de donde vengo. En mi currículo dice: 'Micrero en honor a mi amada madre'".


Mi infancia en Conchalí estuvo rodeada del rugir de motores de una micro. Mi viejo aprendió de su papá todo lo relacionado con ella. La manejaba y la arreglaba. La micro era el sustento de sus seis hijos y recuerdo que salía a trabajar hasta en Pascua y Año Nuevo.

Mi papá manejaba la Ovalle Negrete, que hoy es la 102. Me gustaba irme sentado al lado de él. Me acuerdo del recorrido completo: Juanita Aguirre -en el antiguo Conchalí-, Independencia, Teatinos, Nataniel, Gran Avenida hasta el paradero 31, Los Morros, Lo Martínez, Gabriela, Cuatro Esquinas, San Ricardo y La Pintana. Cuando cumplí 12 años, me dejó cortar los boletos.

Cuando fallecía alguien del barrio, mi papá ponía la micro para el funeral y se subían todos. También se la pedían para los paseos de los colegios. Hoy ya no se ve esa unión y la solidaridad de antes.

Empecé a manejar la micro de mi papá en segundo año de Ingeniería Comercial. La Facultad de Economía de la Universidad de Chile siempre ha sido elitista y yo me sentía pollo en corral ajeno. Al regreso de las vacaciones, el huevón más pobre había ido a Zapallar. Yo, en cambio, había manejado la micro el domingo anterior hasta las dos de la mañana. A veces me daban ganas de irme a la cresta: "Me dedico a manejar micros mejor", decía, porque pensaba que no tenía futuro.

Mis papás nunca estuvieron contentos con mi decisión de manejar la micro, pero yo quería plata para comprarme mis libros, estudiar alemán en el Goethe, ir al cine Normandie. Además, quería colaborar en la casa. Trabajé segundo, tercero y cuarto de universidad. Salía a las dos de la tarde de lunes a jueves y manejaba hasta las dos de la madrugada; el viernes, hasta las cinco; y el sábado, hasta las siete de la mañana.

Manejando la micro descubrí el mundo de la noche, de la delincuencia y de la gente que trabaja hasta la madrugada. De repente subía gente con la cara cortada, igual que en las películas de Tarantino, y tenía que llevarla rajado a la posta. Era un mundo con otros códigos. Una vez, cuatro tipos que venían en la micro asaltaron a todo los pasajeros, gente pobre, y me pusieron la pistola en la cabeza. Yo tenía amigos micreros que habían muerto en asaltos, así que les pasé la plata. Siendo micrero aprendí que la vida es súper frágil. De repente se sentaba gente muy pobre al lado, que lo único que quería era dar vueltas para estar más abrigada o conversar. Sentía su soledad, veía la derrota dibujada en la cara. Yo tenía pavor de verme así en el futuro.

Saqué la carrera y trabajé algunos años en el Banco Central. Pero nunca olvidé de donde venía. He visto a algunos que cuando les empieza a ir mejor, ocultan su historia. Si revisas mi currículo, dice: "Micrero en honor a mi amada madre". ¿Y sabes por qué dice eso? Porque mi vieja me decía: "Hijo, usted ya estudió, le fue bien, olvídese de nosotros", para que me preocupara de hacer mi vida. Yo le decía "mamá, estái loca, no voy a hacer eso". La primera vez que fui de vacaciones al extranjero estaba en una playa caribeña, me metí al agua caliente y pensaba que mi viejo estaba debajo de una micro con 40 grados de calor, lleno de grasa. Era complejo vivir con esa culpa.

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Foto: Reinaldo Ubilla

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El 2002 me fui a Inglaterra para hacer un máster en Economía y Finanzas en la Universidad de Birmingham. Me fui con mi señora a vivir a una habitación donde ni los ratones querían vivir. Sentía que era el momento de dedicarme a mí, no por egoísmo, sino para hacerme más fuerte para seguir ayudando a mi familia. Igual me sentía traicionándolos. Esa vez me fueron a dejar al aeropuerto en una micro, con carteles, y todos lloraban como si me hubiese muerto. Era el primero de la familia que viajaba al extranjero.

Hace tres años me diagnosticaron erróneamente un tumor cerebral. Pensé que era mi momento de partir. Después de un par de meses y más exámenes, me dijeron que se equivocaron: lo que tenía era un reflujo gástrico que podía ser cancerígeno, Me operaron dos veces y nunca dejé de ir a la Universidad de Santiago, donde soy profesor desde el 2007.

En ese momento hice el recuento de mi vida y me sentí orgulloso. Ahí entendí que manejar micros fue muy importante, plasmó mi personalidad, aprendí del esfuerzo de mi viejo y de mi abuelo. Me enseñó el riesgo, conocí la buena y la mala intención, la generosidad de la gente que gana el mínimo y que la cogotean en las poblaciones. Aprendí más de la vida en las micros que en la universidad.

Tengo alumnos que llegan con la desesperanza aprendida, con ese discurso de "el sistema es injusto y me va a ir mal". Entonces no estudian tanto y terminan desertando. La desesperanza aprendida es pésima, porque genera un deterioro en la capacidad de lucha. Yo trato de mostrarles el otro camino: "Mira, esto es duro, el mundo es injusto y va a ser injusto por dos mil años más, pero si terminas la carrera vas a cambiar tu vida y la de tu familia los próximos 40 o 50 años". Les insisto: "métanse al sistema, no se hagan el harakiri", "no hay nada más grande que puedan hacer por ustedes mismos que sacar su título".

Me doctoré en Geografía Económica y he dictado clases en varios países, como Alemania, Francia Austria, Costa Rica, Panamá. Nunca pensé que iba viajar así. Ahora tengo más millas en avión que kilómetros en micro.

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