La diva del silencio

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Kate Moss aterrizó esta semana en Chile y, como era de esperar, su presencia no pasó inadvertida. Pese a que ya está retirada de las pasarelas, a sus 44 años sigue siendo considerada uno de los íconos de la belleza y estilo de los últimos tiempos. Los que saben, aseguran que no ha existido nadie como ella. Y las cifras la avalan. Nadie tiene más portadas de revistas, nadie ha ganado más dinero, nadie ha sido más influyente en las tendencias de la moda.

Yo me crucé con su leyenda hace unos años en Londres, su ciudad natal, cuando caminado con mi mujer, nos topamos con una subasta de fotos de David Dawson, sobre el afamado pintor Lucian Freud. Dawson fue su ayudante de toda la vida, por lo que pudo captar imágenes muy íntimas de quien era nada menos que nieto del padre del sicoanálisis.

Al entrar, una de las fotografías en cuestión me llamó especialmente la atención: aparecía Freud, recostado sobre su cama, abrazado por Kate Moss. La imagen me pareció al menos curiosa. Ahí estaba la modelo más famosa del mundo, junto a uno de los artistas figurativos más importantes del arte moderno, en una escena muy natural, casi paternal diría.

Bueno, nunca estuvo en nuestros planes comprar una fotografía, pero nos pareció que ésta tenía una fuerza especial. La Moss no sale especialmente bonita, ni sexy, ni siquiera glamorosa. Pero todo aquello se compensa con su expresión que es muy plácida y natural. Era claro que capturaba un momento especial.

Tiempo después conocí la razón de aquello. La imagen había sido tomada días antes de la muerte de un enfermo Freud. De alguna manera, fue una suerte de despedida de la musa al maestro, con quien entabló una curiosa amistad, que se gatilló luego de que ella dijera públicamente que el pintor era la persona que soñaba conocer.

Freud, que era un tipo reconocidamente mujeriego, no dudó en que el deseo de la modelo se cumpliera y la llamó ofreciéndole pintarla. Fueron meses tormentosos, donde el artista se enfurecía porque la Moss nunca llegaba a la hora acordada para posar. Pero, al final, el resultado fue un impactante retrato de la modelo mientras estaba embarazada de su hija, Lila Grace –hoy de visita en Chile también-. El cuadro fue vendido originalmente en 5 millones de dolares, pero luego subastado en 7,2 millones dólares.

Pero eso no es todo. Freud también se ofreció a tatuarla, oficio que practicó, a los 19 años, mientras sirvió en la Marina, durante la Segunda Guerra. El resultado fue un tatuaje de dos pájaros en la parte baja de la espalda de la modelo, que obviamente es considerado el tatuaje más caro de la historia. Claro, que no está a la venta.

La última diva

Mientras más sabía de todo esto, más me fascinaba mi fotografía, la que ya estaba a la altura de un tesoro. Por eso, cuál sería mi impresión cuando, hace no mucho, la Moss declaró a la revista Vanity Fair que, de las miles de fotos que le han sacado en su vida, esa era su favorita por el significado que tenía. No sé si aquello hace subir de precio la foto, pero al menos refuerza la idea de que captura un momento especial.

A mi juicio, más allá de toda la historia con Freud, la imagen registra una faceta de la Moss que es especialmente interesante. El silencio. Porque ella, para ser un personaje público, ha transitado por la vida con pocas palabras, casi sin declaraciones. Esto es tan claro que, cuando hace unos años fue sorprendida en una fiesta drogándose, lo que le significó la pérdida de varios auspicios y la sentencia de muerte profesional de casi toda la prensa, ella nunca dijo nada. No se defendió, ni pidió perdón. Se limitó a hacer lo que hace siempre: estar en silencio. Y todo se olvidó. Más temprano que tarde recuperó su sitial sin contrapeso.

Da la impresión de que la Moss entendió desde siempre que lo suyo es simplemente estar. Su presencia vale más que mil palabras, algo que no tiene que ver sólo con la belleza. Porque ella nunca fue la más bonita. Fue simplemente la mejor. Tampoco prentendió ser ni actriz ni cantante, como muchas de sus colegas, ninguna de la cuales tuvieron éxito.

Nunca ha querido ser buena, dejar de fumar cuando había que hacerlo; dejar de tomar cuando había que hacerlo. En suma, nunca ha querido agradar, una palabra que ni siquiera conoce. La Moss siempre se ha dedicado a lo suyo. A estar en un silencio inquietante.

Y así sólo ha logrado que su fama aumente. De cuando en cuando, aparece su sucesora, pero hasta ahora nadie ha logrado aquello. Las agencias y casas de modas se desesperan con ello –necesitan con urgencia una nueva Kate-, pero siempre se topan con el mismo problema: las hay más jóvenes, más bellas, más simpáticas, pero ninguna parece tener su aura.

Por eso, parece claro que la Moss forma parte de aquel pequeño grupo que, ya sea por su gracia, personalidad, talento o misticismo, alcanzan una fama superlativa, acercándose a un pedestal donde sólo ellas caben. Las divinidades. Y eso es lo que la hace especial. Porque es, al final del día, mucho más que una modelo: es la última diva.

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