Un profundo viaje por el Chiloé rural

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El río Chepu es ideal para pesca y la antesala de la laguna Colico. Crédito: Jorge López Orozco

El archipiélago más famoso de Chile sigue siendo una caja de sorpresas. Pequeñas villas, sonrisas bondadosas y enjundiosos platos de comida se mezclan con ferrocarriles de fabricación casera, historias huilliches, bosques verdes y navegación por ríos. La zona es uno de los mejores lugares para conocer el sur más autóctono.


Fernando Mancilla se sube a bordo de una pequeña locomotora acoplada a un vagón con capacidad para llevar una decena de personas sentadas. El hombre nos convida a subir al "Madero-carril", artefacto completamente inventado por él y que es una de las atracciones más conocidas en todo Chepu, villa distante a 35 kilómetros de Ancud. El viaje por Chiloé empieza sorprendente casi de inmediato.

No deja de ser rara la sensación de apearse a este trencito, más cuando Fernando da inicio a este mini viaje que sale en marcha atrás. La locomotora se desliza colina abajo por casi mil metros en medio de la frondosa vegetación del bosque nativo chilote. El "Madero–carril" fue creado originalmente por Fernando para facilitar el trabajo de la recolección de leña, actividad fundamental que da calor a los hogares y energía a las cocinas chilotas.

El tren es una de las principales atracciones del emprendimiento Los Senderos de Chepu, que desde hace 15 años transformó sus 300 hectáreas forestales hacia la conservación y el turismo. Desde la "estación terminal" emprendemos junto a Fernando una caminata hacia el corazón del bosque. De lejos brilla la sonrisa de Enriqueta Cárcamo, pareja de Fernando desde hace más de tres décadas y anfitriona de "Los Senderos".

Al costado de una sencilla mesa, la mujer ofrece a los visitantes preparaciones como empanadas de navajuela, locos cocidos y un sour de murta. Ella sonríe siempre mientras da la bienvenida a su hogar y cuenta que al lugar llegan desde europeos a chinos y que "con un pisco queda hablando en cualquier idioma". La historia de la pareja es de puro esfuerzo. Han aprendido a hacer de todo de puro intrusos y, además, crearon una serie de senderos que permiten conocer profundamente la biodiversidad del lugar. Se han preocupado de bellos detalles: "Los pajaritos hablan", reza un cartel puesto sobre una luma.

En la zona también está el restaurante El Mirador del Trauco, donde se pueden comer enormes pullmays (curantos hechos en olla) frente a ventanales que entregan una gran vista del ondulante cauce del río Chepu y de las montañas chilotas que se agrupan hacia el sur. No se parece en nada a las clásicas postales de Chiloé. Es todo nuevo y posible de visitar navegando en una moderna lancha en que Fernando se transforma de maquinista a navegante, con gorra marinera y todo.

La travesía encierra un ignoto secreto natural de la isla grande: la laguna Colico, declarada Santuario de la Naturaleza a fines del 2019. El viaje de una hora –ida y vuelta-, se interna por un humedal en el que se puede disfrutar de la observación de aves como la gaviota cahuil y la gaviota piquerito. También hay coipos y centenares de tábanos rabiosos. "En las mañanas y tardes es la mejor hora para ver los pajaritos", dice Fernando y sonríe.

Los frutos de la tierra

En Rilán hay unas lechugas gigantes. O al menos así se ven dentro del huerto de María Elena Oyarzo. En esta península, ubicada a medio camino de Castro y Dalcahue, ella formó Agroturismo Coñico, que se dedica desde hace una década al turismo. "Aunque esta temporada ha estado mala, recibimos gente todo el año y hemos ido creciendo de a poquito", revela al mostrar las dos cabañas que tiene en arriendo y cuyos potenciales huéspedes pueden vivir una inmersión real en la vida del campo chilote.

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Chiloé
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Una vuelta a las raíces de la tierra en Agroturismo Coñico. Crédito: Jorge López Orozco[/caption]

El lugar es trabajado por toda su familia con un cariño encomiable. Tienen 24 vacas para ser ordeñadas y con su leche hacen un delicioso queso mantecoso artesanal. Con los panales de abejas venden potes de miel. Con las frambuesas silvestres hacen unos jugos de antología. Hay gallinas, conejos y patos. Y todo lo que producen en la granja se vende a un precio muy económico.

Los frutos de la tierra son generosos en estas latitudes. María Elena muestra toda su pequeña granja mientras que los visitantes urbanos se vuelven un poco más naturales. "A veces vienen niños que ven por primera vez una gallina viva", cuenta mientras ríe.

Los productos de la isla son los únicos en Chile que tienen la marca Sipam -Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial- proclamada por la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Esta catalogación es detentada en el continente solo por Perú y México. El archipiélago de Chiloé, por ejemplo, tiene más de mil variedades de papas, cultivadas y custodiadas por generaciones de campesinos que las consideran como un motivo de orgullo. Pero no es lo único.

A una treintena de kilómetros al suroeste de Castro, en Huillinco -sector de El Roble-, el fogón de la Yoyo crepita tal como lo ha hecho centenariamente en las casas chilotas. Gloria Benavente y Egor Vargas recrearon la cocina en que la bisabuela Dolores Márquez, la Yoyo, crió a todo su clan que ya va por la quinta generación y que desde hace cuatro años se abrió a recibir visitantes pasando a llamarse Agroturismo Terra Lluvia Chiloé.

En medio de mates, tés herbales y un mítico pie de murta -que quedará siempre en los recuerdos anhelados de la memoria glotona-, Gloria cuenta cómo han ido redescubriendo sus raíces huilliches a través del trabajo en el campo. Egor, de origen mapuche pero avecindado ya como chilote, explica con maestría los pasos que han seguido para crear un virtuoso sistema agrícola orgánico. "¿Qué estudiaron para hacer esto?", se les pregunta. "Nada", es la sencilla respuesta que es acompañada de risas.

Para la pareja la tierra es su ADN. Se nota aún más cuando muestran los cultivos de más de una veintena de frutos que ellos cosechan de noviembre a junio y que los ha transformado en los principales agricultores de la murta en la isla. Los frutos del trabajo del matrimonio se pueden comer a destajo mientras ambos muestran con orgullo la granja. Grosellas, zarzaparrillas, frambuesas, arándanos, maquis, calafate o michay se sacan con la mano de las plantas y se degustan de inmediato.

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El ancestral fogón de la Yoyo: fuego y comida en Agroturismo Terra Lluvia Chiloé. Crédito: Jorge López Orozco[/caption]

Egor sonríe y anima a comer, mientras cuenta las ventajas de cada producto y de la utilización de lombrices californianas para hacer compost. También cuando cuenta cómo el bosque siempre verde colindante ayuda a que los "bichos malos" no se coman los frutos, en un ejemplo de simbiosis. El recorrido puede llevar fácilmente dos horas, entre conversas y pataches. "¿Cuánto mide este terreno?", pregunta alguien. Gloria dice: "Tres cuartos de hectárea".

El orgullo de ser huilliche

"Cuando nací en Caguash mi madre me parió en medio de un campo de papas. Me levantaron de las patas y cuando las amigas de mi mamá me vieron dijeron que era más negro que una michuña, el mismo nombre de las papas que estaban sacando", relata Manuel Levin, alias el "Micho", antes de estallar en una contagiosa carcajada.

La noche ya es un hecho en el Chucao del Micho, distante a una decena de kilómetros de Castro, cuando alrededor del fuego comienza el "kahuin". Doris Isabel Silva, esposa del Micho, comienza a rememorar ancestrales historias huilliches en que los relatos personales desfilan entre su propia biografía, la presencia de brujos, los omnipresentes bosques, la aparición del trauco o la búsqueda de parientes perdidos por Argentina. Entre mates, café de trigo y orejas de oso –una especie de sopaipilla sin zapallo que se cuece al fuego- las historias se van mezclando y dando a luz una filosofía y cosmovisión que poco o nada se conoce.

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Una figura del trauco en medio del bosque. Crédito: Jorge López Orozco[/caption]

"Nosotros no somos mapuches. Los huilliches somos diferentes. Son nuestros hermanos, pero tenemos nuestro propio lenguaje – el chesungun-, somos más pacíficos y tenemos nuestras propias tradiciones", aclara Doris. Aunque ambos tienen más de seis décadas de vida, son aprendices. Él de cacique y ella de maestra de paz. Si pueden pasar las pruebas que les ha preparado la comunidad, se convertirán en nuevas autoridades reconocidas en todas las islas.

El Chucao de Micho tiene tres cabañas completamente equipadas, con televisión satelital y chimeneas prendidas que se agradecen. La noche es fría y estrellada, aun en verano. Los desayunos son con huevos de campo, café de trigo y orejas de oso recién horneadas. Luego de eso se inicia una caminata por el Sendero del Chucao, uno de los atractivos del lugar. Doris para frente a una especie de corral y cuenta que ahí se reunieron los siete caciques de Chiloé, sacrificaron un gallo y convirtieron el lugar en un punto de poder donde se pueden soltar las penas que el bosque contiguo se encarga de recoger.

Antes de iniciar el viaje hay que solicitarle permiso al canelo, el árbol sagrado huilliche. El bosque se llena de enormes presencias vegetales, cuando a unos diez minutos de caminata aparece en medio de un gran árbol la figura robusta del trauco, personaje mitológico chilote que podía con la mirada embarazar a cualquier mujer. Este es un lugar importante para la pareja. Una zona para meditar y actuar con cuidado, ya que un descuido o no solicitarle permiso a la escultura del trauco, puede significar terminar perdido por horas en el bosque. Ya le pasó a Doris. Dan un poco de ganas que así sucediera. Que algo no permitiera salir tan rápido de este Chiloé rural, lleno de raíces y auténtico.

* El viaje a Chiloé fue gestado por Indap que cumple 25 años liderando el desarrollo del turismo rural en Chile. Son más de 1.500 pequeños productores asociados que ofertan campings, hospedajes rurales, quinchos o fogones. El organismo prepara el lanzamiento de una "Bitácora digital de turismo rural 2020".

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