50 años de la Reforma Agraria




Este año marca el aniversario número 50 de la Reforma Agraria de Eduardo Frei Montalva, uno de los fracasos más estrepitosos de nuestra historia. Algunos sectores políticos insisten en tratar de dibujar este proceso como un avance: como si la reforma hubiera difundido la propiedad de la tierra entre los chilenos y modernizado la agricultura nacional.  Nada más lejano a la realidad.

En primer lugar, si el objetivo de la reforma era crear 100.000 nuevos propietarios como lo decía en su mensaje el Presidente Frei Montalva, la adjudicación en propiedad no existió ni en su gobierno ni en el de Salvador Allende. Solo al 21 de mayo de 1970, según señaló el presidente Frei en su Mensaje al Congreso Pleno, se había expropiado una superficie de más de 3 millones de hectáreas y constituido 900 asentamientos campesinos, sin crear un solo nuevo propietario. Este ritmo de expropiación se radicalizó bajo el régimen de la Unidad Popular. En segundo término, la agricultura nacional no fue beneficiada y, por el contrario, la producción del sector cayó a sus mínimos históricos, la inversión en tecnología agrícola casi desapareció y ni siquiera fue capaz de abastecer el mercado nacional. Finalmente, y el mayor fracaso de todos, fue el llevar a Chile a una dinámica de enfrentamiento, al despojar a los ciudadanos de la propiedad y otros derechos, sin posibilidad alguna de evitar esta vulneración. La dinámica expropiatoria avanzó, no así la creación de propietarios.

Este último punto es sin lugar a duda la razón por la que la reforma agraria ha quedado grabada en la memoria histórica de Chile. La ley de Reforma Agraria tiene un claro origen en el sistema democrático, y desde una perspectiva formal no se puede calificar como no democrática. Pero nadie puede dudar que pasó a llevar derechos fundamentales, y tuvo un efecto digno de estudio en la destrucción de la institucionalidad democrática. Este proceso encarna el aforismo Summum ius summa iniuria: la aplicación de la ley al pie de letra puede convertirse en la máxima injusticia.

Ha transcurrido medio siglo sin que la Democracia Cristiana y los partidos de izquierda sean capaces de reconocer el fracaso de esta política pública.  La Reforma Agraria fue un campo de batalla: para los movimientos revolucionarios de izquierda que promovían una transformación en la propiedad agraria era una definición inexcusable, y las vías de hecho acompañaron las definiciones legales. Para la Democracia Cristiana era una forma de disputar a la izquierda la avanzada ideológica en la lucha por el gobierno. Chile debe evitar repetir procesos como éste, tan perjudiciales para nuestro desarrollo; muestra evidente de burocratización excesiva e ineficiente, de gasto público inútil y de vulneración de los derechos y libertades de los ciudadanos sin posibilidad de defensa alguna.

En la actualidad la Democracia Cristiana y parte de la izquierda impulsan desde el gobierno reformas en una lógica cercana a la antigua reforma agraria. Por su parte, el Frente Amplio levanta un discurso beligerante en contra de las libertades y derechos de las personas, lo que hace más necesario recordar la historia. Un sector político quiere borrar la historia reciente para volver a impulsar proyectos claramente ideologizados. Chile no puede darse el lujo de retroceder 50 años, es mucho lo que está en juego.

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