Disfrute su síntoma




El último debate en la centroizquierda es la búsqueda de un compromiso de apoyo mutuo para la segunda vuelta presidencial, en diciembre próximo. La expresión "último" está usada aquí como equivalente a "más reciente" y no a "final", porque aún es posible que en las cinco semanas restantes algún agónico jirón de energía consiga inventarse una nueva encrucijada, como las personas que inventan enfermedades sólo para tener la satisfacción de curarse.

Por el comienzo: ningún candidato seguro de ganar les ofrece nada a sus competidores. A lo más, procura impedir que crezcan a su costa, como hace Sebastián Piñera con el derechismo trumpista de José Antonio Kast. La discusión sobre el compromiso de apoyo mutuo parte de dos premisas: a) habrá segunda vuelta, y b) ninguna de las candidaturas de centroizquierda ganará la primera. En efecto, parece poco probable que Piñera consiga una mayoría absoluta de inmediato, pero tampoco es imposible: todo depende de la magnitud y el sesgo de la abstención, esto es, si vota menos gente de centroizquierda y más de Chile Vamos. La segunda premisa depende, por lo tanto, de esta primera. El orden lógico indica que la prioridad para la centroizquierda sería reducir la abstención, antes siquiera de preocuparse de lo siguiente. De acuerdo, en las campañas no hay ideas tan secuenciales, sino más bien simultáneas. Pero en la que está en curso, ¿hay alguien preocupado de la abstención?

Y entonces viene este debate sobre el apoyo recíproco. ¿Entre quiénes? Se entiende: entre los candidatos que pertenecen a lo que todavía en el gobierno se denomina Nueva Mayoría, Alejandro Guillier y Carolina Goic. Pero algunos entienden otra cosa: por ejemplo, que el compromiso debería extenderse hasta el Frente Amplio, aunque es chillonamente evidente que a gran parte de esa coalición nada le interesa menos que esta clase de compromisos y menos con esta clase de sujetos, que para eso Chantal Mouffe ha dicho que hay que polarizar, polarizar. Y está también quien entiende que la idea debe ir más allá y abarcar a todos los que estén por parar a Piñera. En realidad, esta posición sólo representa a Marco Enríquez-Ominami, que la encarna con frágil tejado histórico, porque no fue la que tuvo en el 2009 con Eduardo Frei, a quien había llegado a detestar, vaya a saber si por la edad o por la tripa.

La cuestión del pacto anticipado sólo es relevante en la DC. Los demás partidos están interesados únicamente en la medida en que complican o dividen a ese partido. ¿Qué otro móvil podrían tener, si en verdad no creen que será Carolina Goic quien pase a segunda vuelta? Y si así fuese, si ocurriese esta improbabilidad teórica, ¿por quién más podrían votar?

No hay que ser un zorro para entender que lo que busca el pacto es impedir, no tanto que alguna votación de la DC se pueda desviar hacia Piñera en diciembre -porque es muy obvio que nadie es dueño de los votos después de una derrota-, sino que la DC derive, por inercia o por defecto, hacia una alianza más larga con la derecha. ¿Lo evitaría un acuerdo de apoyo recíproco en unas elecciones cuya configuración debe más al desempeño del gobierno que al aleteo ineficaz de los partidos?

El grupo de la DC que promueve el acuerdo es más o menos el mismo que no pudo evitar la candidatura presidencial propia, que no pudo forzar una competencia de primarias y que, en fin, perdió el control del partido, pero que retiene una importante cuota de poder en el Parlamento. De modo que no es pura ansiedad doctrinaria ni encumbrado idealismo. Es inevitable que se atraviese el aire viciado de una discusión de conveniencia, un gesto que acomoda bien a candidatos a senadores, diputados y cores, sin prestar demasiada atención a la dignidad de su candidata presidencial. Objetivamente, la promoción del acuerdo perjudica a Carolina Goic, porque pone en duda su capacidad de triunfar. Se dirá que esta duda es un dato de la causa, porque las encuestas no la favorecen, y que, en consecuencia, el acuerdo es un acto de realismo. Pero el realismo justificado de esa manera bien puede ser percibido como una traición. Todo depende del punto de vista.

Ya, pasemos por encima de estas ruindades y veamos el trasfondo fulgurante del acuerdo de apoyo recíproco. Imaginemos que cualquiera de los dos candidatos, Guillier o Goic, no sólo pasa a la segunda vuelta, sino que gana la elección presidencial. ¿Qué hace entonces? ¿Forma gobierno con los firmantes del acuerdo, esto es, reconstituye la Nueva Mayoría desde La Moneda? Esto ya no es realismo, sino otra cosa, quizás el síntoma de una ansiedad más profunda.

Para pensar de esta manera hay que creer que la Nueva Mayoría se quebró por la ambición de Carolina Goic o, lo que es lo mismo, por la maquinación de un grupo que le comió el seso. Y hay que creer, sobre todo, que la Nueva Mayoría era una gran idea, que deja un gran legado. Para evaluar lo segundo hay que esperar el juicio histórico; para lo primero no se necesita otra evidencia que su propia ruptura.

En realidad, este es el viejo debate que acompaña a la DC desde su nacimiento, el mismo que le ha sacado jirones por la izquierda (el Mapu, la IC) y por la derecha (el MSC, el PRI), y parece casi milagroso que no la haya desgarrado hasta la disolución. Lo único nuevo es que en la DC, el partido más improbable, ha germinado un bacheletismo que no existe en ningún otro, ni siquiera en el de la Presidenta, y que le agradece no la creación de una doctrina, sino la tenencia del gobierno. Aunque, para ser exactos, hay que decir que no es sólo ese bacheletismo el que promueve el acuerdo de apoyo recíproco, porque hay algunas figuras que rechazarían tal filiación y que en verdad defienden una posición histórica. Pero son los menos, lo que es otro síntoma.

Cualquiera sea el resultado de las elecciones, a la DC la esperan lo que una antiquísima maldición china llamó tiempos interesantes.

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