Junten miedo




ESTE MARTES Estados Unidos deberá elegir a su próximo presidente. Como pocas veces, esta elección ha generado gran expectación y no es para menos. El país del norte sigue teniendo una gran incidencia en lo que ocurre en el mundo, y no sólo desde la dimensión geopolítica, sino también desde la perspectiva económica y cultural.

Estados Unidos es un país curioso. Al mismo tiempo que ostenta ser la democracia más antigua del planeta, cuna de la libertad y los derechos civiles y políticos; alberga también niveles de violencia física y verbal poco comunes si lo comparamos con otras democracias liberales de países desarrollados. Sin ir más lejos, y amén de los continuos episodios de matanzas por el permiso indiscriminado para usar y portar armas, no recuerdo otra nación que registre un número tan alto de presidentes asesinados durante su mandato.

Y ahora, siguiendo una tendencia que recorre los países de varios continentes, los norteamericanos enfrentan su destino con miedo.

Es el miedo a perder su estilo de vida, cuando no sus trabajos, que lleva a muchos estadounidenses a rechazar la inmigración, traicionando la esencia básica de cómo se constituyó y prosperó esa sociedad. Es el miedo a competir en igualdad de condiciones y despojarse de privilegios, lo que los lleva al proteccionismo y a las barreras comerciales, en un país símbolo del libre mercado y las posibilidades para emprender. Es también el miedo a ser víctimas de atentados y ataques terroristas, lo que subyace a la degradación de los derechos y garantías de sus habitantes, pese a ser una de las máquinas militares y de seguridad más sofisticadas del planeta. Es también el miedo a su propia diversidad, la que los alienta al racismo de la población afroamericana o la segregación de otras minorías, en un país que vio nacer, entre otros, a Martin Luther King. Es finalmente el miedo a las consecuencias de sus propios errores, dentro y fuera del país, lo que anima el encierro y el olvido, en una nación que antaño quiso gobernar el mundo.

Es ese miedo el que encarna y representa Donald Trump. Algo menos que un patético remedo de esa caricatura que nos muestra el tenue pero también brutal tránsito entre la virtud y el vicio: de la competencia a la destrucción, del individualismo a la inmisericordia, de la prosperidad a la acumulación, de lo habilidoso a lo delincuencial, de la ambición a la depredación, de lo seductor a lo acosador, de lo sincero a lo grosero, o de lo divertido a lo ridículo.

En una escena del largometraje Nixon, el dimitido expresidente -borracho y algo atormentado deambulando por la Casa Blanca- se detiene frente a un cuadro de John Kennedy, y dirigiéndose a él, dice: "Cuando te miran a ti, la gente quiere ver lo que les gustaría ser. Cuando me miran a mí, en cambio, se ven tal y como son en realidad".

Pues bien, el martes sabremos cuánto es el miedo de los ciudadanos que, poniendo a su país en el espejo, les gustaría ver reflejada la imagen de Trump.

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