La tormenta perfecta




Ni el más pesimista, ni el peor de los rezongones, ni el mala leche más imaginativo podría haberse imaginado un escenario tan nefasto como el vivido la noche del jueves en Macul. Porque una cosa es el malgasto de la condición de local o el despilfarro de puntos (y hasta de diferencia de goles) en una fecha que pudo y debió ser ideal. Ok. Pero otra cosa, todavía más grave y preocupante, es lo mal que funcionó todo. Colectiva e individualmente hablando. Desde el primer minuto. Algunas variables, seamos justos, estuvieron signadas por la abierta mala suerte. ¿En qué otro cajón cabe el golazo en contra de Vidal o el rebote desgraciado de Díaz en el segundo? Pero otras, muchas, no pasaron por el infortunio.

Seamos claros: no fue bien planificado el partido. Se llegó poco, se repitió demasiado la misma tecla, se abuso del centro inocuo, fue todo muy predecible y por ende sencillo de controlar para un Paraguay que, convengamos, no es ninguna maravilla. De partida, faltó elaboración, acomodo y desarrollo para ciertos movimientos nuevos a los que obligaba el famoso nueve de área. ¿Se fija que, al menos este equipo (con Bielsa, Sampaoli, Borghi o Pizzi) nunca ha ofrecido mayores caudales ofensivos con el famoso "tercer delantero"? Chile, este Chile, siempre ha jugado mejor con dos puntas. Es su mejor versión. Si no, se enreda, pierde espacio para las diagonales, pierde sorpresa y variables. Pasó alguna vez con Pinilla, ahora con Castillo. Y también con Paredes. Porque no es un tema de nombres, sino de funcionamiento.

El caso es que Chile se plantó ante un rival menor con un sistema que a ratos parecía improvisado. Y en otros, asumido con indolencia y hasta saturación. Ojalá producto de la distracción y falta de ensayo que suele acompañar esta fecha de septiembre, cuando casi todos vienen de vacaciones y con poco trabajo en el cuerpo. Ojalá.

Fue una noche terrible para Vidal, qué duda cabe. Pero también para Beausejour, que no pasó nunca. Para Isla que, pese a ser el más activo de todos, siempre terminó pésimo las jugadas en las que consiguió tener ventaja. Bravo no pudo hacer mucho, Aránguiz estuvo brutalmente errático para su estándar habitual. Jara jugó a los tropezones. Y Sánchez, bueno, tenía la cabeza en otra cosa. No se salvó ninguno del naufragio. Ni Medel ¿Hubo entrega? Claro, esa no falta nunca. Pero fue una entrega ciega, de choque, desordenada, insulsa. Y, lo que es peor, sin ideas ni capacidad para variar la mano cuando se hacía imperioso. En eso (y en mandar a mojar tanto la cancha, lo que terminó generando imprecisión y caídas permanentes, perjudicando más a los nuestros que a ellos) se equivocó el cuerpo técnico.

¿Se sale de esta? Seguro. Talento hay. Capacidad. Ganas. Hambre… suponemos. Esas cosas no se pierden en un par de semanas. Pero hay que frenar el relajo, la suficiencia y la desconexión futbolística y anímica de varios. Y trabajar mucho más lo táctico en estos tiempos de "ratos libres donde cada cual hace lo que más le gusta". No pues. Ese no es el camino. Hay que dejar de pensar que el mero "talento" es suficiente. Nunca lo ha sido. Tampoco es tanto. Chile llegó donde llegó por su juego colectivo. Por su compromiso, por su ajetreo, por su labranza casi enfermiza y obsesiva ANTES de entrar a la cancha. Análisis, ejercicio, repetición, entrenamiento, compromiso colectivo. Si el equipo no es equipo, como dijo Bravo, no es nada.

A eso hay que volver. Ya no queda tiempo ni hay espacio para despilfarros como el del jueves. El objetivo es llegar al Mundial… pero además entre los ocho primeros del ranking para ser cabezas de serie. No podemos conformarnos con menos. Habrá que tener, como otras veces, la inteligencia, el estado de ánimo, el espíritu de grupo (tema no menor esta vez) y el profesionalismo necesario para aprender la lección. Porque el tropezón fue feo, muy feo. Y vaya que dolió.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.