Un libreto ya conocido




Y una vez más caemos en cuenta que existe un conflicto no resuelto en la zona sur. Y que pésimos abordajes lo han agudizado hasta quizás un punto de no retorno. Habrá indignación colectiva. Los parlamentarios de derecha –dando cuenta de un "timing" sorprendente- desfilarán por los medios anunciando las siete plagas y el fin de los tiempos. Los de gobierno, compungidos, llamarán a trabajar más unidos que nunca, "ahora si en serio" porque la ciudadanía, a quienes ellos se deben, lo demanda.

El intendente, como siempre en estos casos, anunciará sendas querellas contra los responsables. Y hablará del terror terrorífico del terrorismo (sic). No faltará el general de Carabineros que –parafraseando al difunto Bernales- les advertirá cual Sheriff que no se duerman, que irán tras ellos, que ya sospechan quiénes son. La Moneda dirá que prepara un paquete de medidas, lo usual. Y los gremios -una vez más- amenazarán con marchar rumbo Santiago y clamarán por mano dura y militares en los campos.

¿Y luego saben qué sucederá? Absolutamente nada.

Porque si algo hemos aprendido en las últimas dos décadas de conflicto en Wallmapu es que poco y nada importa el tema en los alfombrados salones del poder capitalino. Es la Araucanía, esa región incógnita, salvaje, incorporada tarde y a la mala a la soberanía del Estado y que esconde demasiados cadáveres, dolores y enojos bajo la alfombra. Un cacho por donde se le mire. Y no sucederá nada porque además el gobierno está en retirada y, si somos honestos, nunca el tema le interesó lo suficiente.

Vean promesas de Bachelet; reconocimiento constitucional, nueva institucionalidad y abordaje político al conflicto. A la fecha cero cumplimiento. No es propaganda mía. A casi tres décadas del retorno de la democracia, el pueblo mapuche sigue negado en la Constitución. En el principal pacto social, no existe. Ser mapuche en Chile es ser un holograma. O un virus informático. De la nueva institucionalidad ni hablar. No verá la luz en este mandato, me confidencia una fuente de Palacio.

La tercera promesa la encarnó Huenchumilla, aquel Veranito de San Juan que vivimos en 2014 como región. Abordar el conflicto requiere visión de Estado, diálogo político y una hoja de ruta a largo plazo, señaló fuerte y claro desde la Intendencia Regional. Rápidamente puso manos a la obra. Se reunió con cuantos quisieron hablar con él, visitó zonas de conflicto, llamó "despojo" al despojo y pidió perdón a los mapuche en nombre del Estado. Su atrevimiento le costó el puesto.

Razón tenía en su diagnóstico. Y en aquella propuesta que tras dejar el gobierno nadie leyó. Resolver el conflicto tomará una década, no hay atajos, advirtió. Eso, créanme, resulta demasiado poco sexy para gobiernos de cuatro años y políticos oportunistas a la caza de likes, selfies y titulares. Dicho en simple, nadie tiene asegurado los aplausos o la foto en primera plana la mañana siguiente. Ni pensar en el corte de cinta o en poner la primera piedra. Mal en cualquier escenario. Fatal para un político en año de elecciones.

De ello vive hoy la clase política; del show pirotécnico, de la teatralidad del poder y no de cargar sobre sus hombros la responsabilidad de un conflicto que, día tras día, allanamiento tras allanamiento, atentado tras atentado, hipoteca nuestra convivencia social. Es lo que está en juego hace décadas en Wallmapu. No hablo del libre tránsito de camiones. Tampoco de la seguridad jurídica que amenaza con pinos nuestros campos y centrales de paso nuestros ríos. Hablo de la posibilidad de construir un futuro juntos.

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