De lo que no se habla




Es jueves, estoy en Viña del Mar, frente al mar. Vengo de hacer una charla a estudiantes del Instituto Chacabuco de Los Andes, antiguo colegio de los Hermanos Maristas fundado en 1911. Su fecha de instalación y el que me pidieran exponer sobre "problemáticas del Chile actual y su origen histórico" terminan por convencerme. Acepto la invitación (dos horas de ida, y dos de vuelta).

En el fondo quieren saber en qué estamos, por qué estamos como estamos y de cuándo data esta situación. Los candidatos políticos, en cambio, no se hacen estas preguntas aun cuando hablan y hablan sobre cómo van a enfrentar los problemas que nos aquejan; luego, los historiadores constatamos que ellos suelen causarlos, los acarrean de muy atrás y agravan. Quizá por eso el pasado les complica, e insisten en soluciones futuras que no entusiasman (al menos a un 60% de los electores que se abstiene, muchos de ellos jóvenes).

Me detengo en un punto específico: el que seamos un país dividido, empantanado y empatado consigo mismo. ¿Desde cuándo? Menciono fechas (2011, 1988, 1973, 1970, quizá también 1964, ciertamente 1967), es decir, no solo hoy, aunque esta época de reflujos de ahora último -Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera (de nuevo lo más probable)- vuelve la calamidad patente.

Mientras cruzo el valle de Aconcagua por segunda vez, rumbo a Viña, quedo asombrado con plantaciones trepando cerros, y reparo que empantanados y todo, se avanza. Es posible, pero qué sacamos con que crezcan los paltos si, igual, nos polarizamos, se viene criticando a la política desde que Arturo Alessandri aleona a los militares en los años 20 en contra del parlamentarismo (los políticos y las elites de entonces), e, idéntico a lo de aquella época, se nos brinda el triste espectáculo de un Congreso desprestigiado, el más débil de nuestra historia, y no solo a causa de la Constitución y la dictadura que le diera como caja a los "señores políticos".

Estupendo país con vista al mar y plantaciones en los cerros pero que no se pone de acuerdo sobre nuestra educación, servicios públicos, el tamaño del Estado; que puede elegir a un presidente o presidenta -uno, un mejor gestor, la otra una mejor propagandista de sí misma, ninguno de los dos, sin embargo, a la altura de los paltos que crecen- ambos superados por circunstancias que les impidieron manejar el país desde La Moneda una vez elegidos para hacer y deshacer.

También les hablé a los estudiantes del cinismo reinante, obseso con el poder. Sí, Bachelet y Piñera son poderosos: son de nuevo las alternativas y soluciones ofrecidas, al igual que cuando se enfrentaron por primera vez en 2005-6, aunque Bachelet no sea candidata hoy (como tampoco lo fuera Piñera el 2013). La historia pasada que algo enseña, orienta, y al parecer inquieta a jóvenes, no se discute; ¿de nada vale?

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.