Los brigadistas




Una de las cosas evidentes de esta campaña es el agringamiento de la política chilena. Esta yanquilización, este hollywoodizamiento, se expresa en muchas cosas, algunas buenas, otras no tanto; pero, en resumen, en una política que ha adquirido los lenguajes y procesos de la industria del espectáculo y abandonado los lenguajes y procesos del colectivo político republicano.

Es, cómo no, un fenómeno global, pero ahí está: todas las semanas tenemos una competencia de payasadas y estridencias, declaraciones de boutique y frasecitas para la galería. Cada vez las campañas son más profesionales, más orientadas hacia audiencias, las gigantografías más grandes, las iconografías mejor pensadas, los compases de los jingles diseñados con precisión de relojería suiza para tocar las teclas emocionales, etc...

No digo que el showbiz gringo no tenga contenido; no se me ocurriría decir semejante barrabasada. Si de algo nos ha convencido Slavoj Zizek a todos sus groupies es de que la comprensión de los fenómenos y mecanismos ideológicos contemporáneos que sostienen la hegemonía cultural que nos rige requieren una mirada a la industria del espectáculo, al juego electrónico y el video musical, a la película hollywoodense y a la miniserie. Es más, estoy incluso dispuesto a conceder que, quizás para las esperanzas políticas que uno tiene, tenga más sentido y efectividad esta forma de hacer las cosas. Quizás para lograr resucitar a la educación pública sea más efectivo una cumbia que cien seminarios programáticos autocríticos. Quizás para lograr cambiar la Constitución sea más efectiva una gigantografía que mil escuelas de formación política. Puede ser, no lo sé, no me gusta mucho, no me hace demasiado sentido, pero puede ser... Quién es uno.

Vote por mí, yo le condonaré las deudas; le subiré la pensión; le daré un bono; le haré la reforma esa. Llame ya. Al mismo tiempo, los mecanismos tradicionales, el comunal, la asamblea y la plaza, reducidos a una especie de absurdo cool anacrónico tipo steam punk que jóvenes idealistas cultivan para mantener vivo el espíritu de otra era.

<em>Mi convicción es que no es casualidad que Pablo Larraín se haya encontrado a sí mismo haciendo hoy (y no antes) la interesante película del No. Yo sostendría que para el plebiscito<strong>, la publicidad no fue tan crucial como se le ha presentado a veces; en cambio, sí fue una ventana hacia lo que se venía.</strong></em>

Me he sorprendido mirando extensamente a los brigadistas, esos que flamean banderas de candidatos en las esquinas. Quiero creer que todavía hay voluntarios que lo hacen con la milenaria lógica de los portaestandartes: manifestar convicciones, reclutar brazos, movilizar voluntades. Pero sé que no es así, que una buena parte de los brigadistas son pagados. Sé que son una argucia de la agencia de publicidad que me quiere hacer dudar de que todo sea showbiz. Me quieren hacer dudar con esos brigadistas de que no se cuán mercenarios son. Y lo logran porque, a diferencia de lo que ocurre con las gigantografías y los videos, los reggeatones y las cuñas de boutique, a los brigadistas estos me los quedo mirando y dudando, mirando y dudando…

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