Una película inteligente




Tal vez El viajante está lejos de ser la mejor película iraní que hayamos visto. Pero pertenece a ese género de películas inteligentes que buscan clarificar no solo las motivaciones de sus personajes sino también nuestros propios sentimientos como público. Su realizador, el iraní Asghar Farhadi, que antes dirigió La separación y El pasado, no llega a esta realización con una tesis bajo el brazo. Tampoco con un discurso interpretativo de lo conservadora o liberal que pueda ser la sociedad iraní. Llega simplemente a ver el efecto que produce en una pareja más bien occidentalizada y muy unida (ella es actriz y él, siendo profesor de literatura, también la acompaña en el teatro) la traumática experiencia de la esposa luego que ingresa al departamento un sujeto que encontró la puerta abierta. Sabemos que antes en ese lugar había vivido una mujer de vida ligera y en algún momento todo pareciera indicar que hubo posiblemente un antiguo cliente que se despistó.

Desde el momento en que la pareja decide, para cuidar el honor, no hacer la denuncia a la policía -tampoco está claro si iba a ser por maltrato, por invasión de morada o por violación- la cinta hace suya la perspectiva del marido y comienza a acompañarlo en sus propósitos, en principio razonables, de identificar al abusador intruso. La historia se robustece con los progresos que el protagonista va teniendo tanto en su investigación como en sus propósitos de hacer justicia por mano propia. Y aunque todo lo que va a apareciendo es más equívoco de lo que había supuesto, la película y nosotros igual lo seguimos acompañando en su obsesión por identificar al culpable y clarificar lo ocurrido. El problema es que mientras más lejos avanza en lo suyo, que ya es una venganza, mayor se va haciendo la distancia emocional que lo va separando de su mujer. ¿Es razonable que ese marido no lo advierta? ¿Qué vale más para él, llegar a la verdad o salvar su matrimonio? ¿Cuál debiera ser la prioridad en su caso, encontrar al culpable o contener emocionalmente a su esposa descompensada por el shock?

La cinta responde bastante bien a estas interrogantes. Lo más notable, sin embargo, es que a medida que les va respondiendo nos va quitando el piso de percepciones que nos dio al comienzo como espectadores. Quizás sea porque el marido lleva las cosas demasiado lejos. O tal vez porque al otro lado no está exactamente la figura patológica del violador. Quizás, en fin, porque el entorno hace jugar prejuicios y presiones que, lejos de clarificar, terminan oscureciendo el caso. Como sea, lo cierto es que las cosas se dan vuelta como en un boomerang y mucho antes que la película termine somos obligados a reevaluar no solo la historia sino también nuestras propias emociones.

El viajante es una gran película que no solo pone en entredicho a sus personajes. Pone también contra las cuerdas a nosotros los espectadores. Se aparta de los lugares comunes; deja entrar ráfagas de libertad, de imprevistos y complejidades, a una trama que en otras manos pudo haberse dormido en el sofá de las verdades consabidas y en blanco y negro, la huesera donde van a parar las películas previsibles y mediocres. Aquí en cambio el resultado es muy distinto. Y las sensaciones de frustración con que salimos de la proyección apuntan, tanto o más que a las heridas de la pareja, al disgusto con nosotros mismos.

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