Voto voluntario: ¿sesgo de clase o de datos?




  •  Esta columna ha sido escrita en conjunto con Matías Bargsted, profesor e investigador del Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Este domingo, junto con conocerse la ganadora de la elección presidencial, comenzará nuevamente una intensa discusión sobre los niveles de participación y abstención electoral. Desde que debutó el voto voluntario en las municipales 2012, la principal preocupación ha sido el sesgo de clase, esto es, que las personas y comunas con mayores ingresos votan en mayor proporción que el resto. Sin embargo, la principal evidencia empleada hasta ahora para demostrar el sesgo socioeconómico ha sido la comparación entre comunas ricas y pobres de la Región Metropolitana.

A nuestro juicio, esta evidencia es incompleta y relativamente débil para un adecuado análisis del sesgo de clase en la participación electoral en Chile. Dado que el voto es un acto individual, nos parece que se necesita un análisis más profundo, con datos que comparen personas -no comunas- con diferentes niveles de ingreso y participación. Mientras no tengamos encuestas que puedan identificar correctamente a los likelyvotersy, hacerse cargo de la deseabilidad social de los encuestados por decir que votaron cuando no lo hicieron, no podremos evaluar cabalmente la magnitud del sesgo de clase en el actual sistema de voto voluntario.

Es verdad que en varias comunas de altos ingresos vota más gente proporcionalmente que en otras de menores ingresos. Pese a ello,y tal como demostraremos a continuación, no creemos que esta relación constituya una suerte de "ley" de comportamiento del electorado chileno, ni nada parecido. Más bien, lo único que se puede concluir empíricamente a partir de los datos agregados a nivel de comuna es que el sesgo socioeconómico es un fenómeno localizado en las comunas pudientes de la Región Metropolitana, que no se puede generalizar para el conjunto del país. Además, para el conjunto de comunas de la Región Metropolitana, no se observa un patrón claro entre ingreso y participación. Al contrario, la relación ingresos-participación tiembla bastante cuando se miran con más detalle los datos.

El gráfico 1 muestra para las distintas regiones del país la relación entre ingreso comunal promedio y la tasa de participación comunal registrada en la primera vuelta presidencial pasada. Como puede verse, sólo en Arica, Tarapacá y Región Metropolitana se observa una correlación positiva entre ingresos y participación, aunque el caso de las dos primeras está sustentado en un puñado de comunas. Asimismo, hay varias regiones en que la relación es enteramente negativa, como en Atacama, Aysén y Magallanes. Lo más llamativo, en todo caso, es que en la mayoría de las región esa relación es plana: en Coquimbo, Valparaíso, O'Higgins, Maule, Biobío, entre otras, diferencias en el ingreso comunal no explican diferencias en la participación electoral.

Figura 1: Tasa de participación comunal en elección presidencial 2013 según ingreso promedio comunal y región del país. Fuente: elaboración propia a partir de datos Casen 2011 y Servel.

Veamos, entonces, con mayor detalle la relación entre ingreso y participación en las comunas de la Región Metropolitana, que es donde más se da la relación positiva entre ingreso comunal y participación. Como muestra la Figura 2, esta asociación es empujada básicamente por las seiscomunas más pudientes del sector oriente. Para las restantes 46 comunas que componen la Región Metropolitana, la relación es bastante menos nítida.

Figura 2: Tasa de participación comunal en elección presidencial 2013 según ingreso promedio comunal en comunas de la Región Metropolitana. Fuente: elaboración propia a partir de datos Casen 2011 y Servel.

Como una apreciación gráfica puede ser engañosa, hicimos una serie de pruebas estadísticas mediante modelos de regresión. En estos modelos, consideramos que la tasa de participación comunal es una función del nivel de ingresos promedio de la comuna, más un conjunto de características sociodemográficas de la población, tales como el número de votantes inscritos en cada comuna, densidad poblacional y la edad promedio de la comuna. Los modelos fueron estimados de forma tal que pudiéramos evaluar si excluyendo las comunas más ricas, el efecto del ingreso promedio comunal en la participación electoral se mantiene o cambia. Si cambia mucho, quiere decir que los resultados son sensibles a la presencia de observaciones inusuales o outliers y que, por lo tanto, el sesgo socioeconómico en la participación es relativamente débil y acotado.

Primero estimamos un modelo que incluye todas las comunas disponibles. Después estimamos otro modelo que excluye la comuna metropolitana con los ingresos más altos (Vitacura). A continuación, estimamos otro modelo que excluye las dos comunas con más altos ingresos (Vitacura y Las Condes), y así proseguimos sucesivamente hasta excluir las siete comunas más ricas de la Región Metropolitana. Los resultados están graficados en la Figura 3.

Figura 3: Efecto del ingreso promedio comunal sobre participación electoral excluyendo comunas con más altos ingresos. Cada punto del gráfico indica el efecto del ingreso promedio de la comuna cuando se excluye el número de comunas más ricas indicadas en el eje horizontal. Las líneas verticales indican los intervalos de confianza. Si los intervalos pasan por el punto 0 (indicado en la línea roja), el efecto no es estadísticamente significativo. Fuente: elaboración propia a partir de datos Casen 2011 y Servel.

Como se puede observar, el efecto del ingreso cambia bastante cuando excluimos progresivamente las comunas más pudientes de Santiago. Basta eliminar del modelo cuatro comunas o más para que el efecto de los ingresos en la participación deje de ser significativo. En el mejor de los casos (mejor para quienes acusan un gran sesgo de clase en la participación electoral, claro está), que corresponde a cuando excluimos Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea, el modelo indica que entre las comunas más pobres (en el decil de ingresos más bajo) y las más ricas (las del decil más alto) hay 6 puntos porcentuales de diferencia en la tasa de participación. Si excluimos las siete comunas de mayor ingreso, en cambio, la diferencia se reduce a sólo tres puntos.

La conclusión de este largo ejercicio estadístico es simple: los datos a nivel comunal no permiten establecer con certeza si el sesgo socioeconómico en la participación electoral es significativo. La evidencia a favor de un sesgo de clase, con datos agregados como los que empleamos aquí, es más bien débil. ¿Significa esto que el sistema de voto voluntario, en lo que respecta al sesgo socioeconómico, ha sido inocuo o beneficioso? De ninguna manera, puesto que es posible que los datos agregados atenúen una relación que existe de manera robusta a nivel individual (el caso típico donde el promedio cancela diferencias que serían observables sólo a nivel individual).

Entonces, antes de hacer diagnósticos fatalistas sobre el sesgo de clase y voto voluntario, hay que realizar más análisis a nivel individual, con buenas encuestas, donde lo que se compare es el comportamiento entre personas -y no comunas- de diferentes niveles de ingresos. Dicho de otro modo, creemos que no hay que hacer un análisis sesgado de los datos para apoyar la tesis a favor (o en contra) de que el nivel socioeconómico determina quién vota y quién no. Porque una cosa es que no nos guste el voto voluntario (de hecho, no nos gusta). Pero otra muy distinta es no reconocer las limitaciones de los datos disponibles y usarlos antojadizamente para persuadir de que el voto voluntario aumenta los sesgos de clase en la participación política.

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