Columna de Héctor Soto: conjeturas y misterios

Esta semana, el columnista cultural comenta Siendo francos, de Franco Scianca; Atacama fantasma, de Cristóbal Marín; y la película Memory, con Tilda Swinton.



Atacama. Viajes al norte con el abuelo y diversas historias de familia; saldos de la cultura chinchorro; un paseo por los orígenes de las primeras explotaciones salitreras; vestigios de simpatías nazis en uno de los pioneros de la arqueología latinoamericana; fulgor y codicia empresarial tras los edad dorada del salitre; las increíbles, descomunales epopeyas protagonizadas por las tropas chilenas durante la guerra del Pacífico; el Norte como escenario de los sangrientos conflictos asociados a la cuestión social; las sombras que plantó sobre Pisagua la ley de Defensa de la Democracia, primero, y el campo de prisioneros de la dictadura militar, después; la singularidad del desierto de Atacama como mayúscula anomalía de la naturaleza y como obsesión de naturalistas y antropólogos; el legado arqueológico del cura Le Peige; la figura del misionero francés Emilio Vassie, expárroco de San Pedro de Atacama y quizás si el padre de la crítica literaria chilena; la cartelera fílmica santiaguina de mediados de los 80, en fin, el vieje que hizo al norte Graham Greene cuando vino a Chile… ¿Qué es esto? ¿Un cajón de sastre, una enciclopedia de saberes inútiles, un recuento de conocimientos olvidados? No, más simple que eso: es una fuga tranquila (tranquila, aunque por cierto obsesiva) a los derroteros de la memoria, la lectura, la experiencia y los misterios del mayor de los desiertos del planeta. El resultado es un libro intelectualmente fascinante de Cristóbal Marín, Atacama fantasma (Debate, 2023). Atendido el entorno, sería injusto reprocharle la aridez de algunos pasajes. Eso es parte de la respiración de estas páginas que prolongan el formato de curiosidades, caos, digresiones y asociación libre que su autor estrenó en su obra anterior, Huesos sin descanso. En dos palabras, un trabajo poderoso y desafiante.

La autoridad del dolor. El protagonista recibe un llamado telefónico de su mejor amigo un día de septiembre, contacto no muy distinto de los que acostumbraban, aunque quizás un pelo más enigmático; le dice que lo invita esa noche a su casa; él le responde que está complicado, que mejor mañana. Al día siguiente el amigo se mata. Así arranca este libro, Siendo francos (Ed. Forja, 2023). Tal como el autor, Franco Scianca, periodista, documentalista, narrador con dos volúmenes de cuentos y una novela corta a su haber, el amigo también se llamaba Franco y eso explica el título. Esto no es ficción. Es una crónica feroz, terrible, muy sentida. Este es además un libro testimonial y que duele bestialmente en varios momentos. Después de una experiencia así, ninguna vida puede continuar imperturbable y, en este caso, con no pocos demonios acorralados en su interior, el efecto para Scianca fue doblemente angustioso y disociador. Su libro se pregunta una y otra vez el porqué. Trata de encontrar las posibles alertas que no vio. La duda y las especulaciones lo derrumban, lo destrozan y a veces lo animan a volver a ponerse de pie. También lo sumergen en los recovecos de su amistad y, más doloroso aun, en sus propias fragilidades interiores. El problema es que no hay respuestas clarificadoras o fáciles. Por lo demás, la vida, bien o mal, debe continuar, aunque ya sin él. Siendo francos es un trabajo que se sostiene, por decirlo así, en verdades y sentimientos que son anteriores a la literatura, no obstante que con frecuencia la escritura y la palabra también sean instancias de purga, de consuelo o reparación. Atendido el voltaje emocional que indudablemente tienen estas páginas, este bien podría ser el caso.

Resistencia. Al comienzo, una Tilda Swinton insomne escucha en la noche un fuerte golpe en su departamento mientras intentaba dormir. Luego, en el primer piso, se activan una tras otras las alarmas de los autos estacionados. Estamos en Bogotá, Colombia, y la actriz interpreta a una antropóloga inglesa muy fuera de lugar que ha venido a ver a su hermana accidentada y a tomar contacto con un mundo que no conoce. Memory es la primera película filmada fuera de su patria, Tailandia, por Apichatpong Weerasethakul. No es un trabalenguas. Así se llama y podría ser el cineasta que mejor incendia hoy por hoy las praderas del cine contemplativo en su vertiente más reconocida y radicalizada. No por nada es uno de los autores regalones de Cannes. Entre la mirada zen y el trascendentalismo fílmico, entre el realismo quieto y un esoterismo chamánico, la obra de este realizador intenta establecer vasos comunicantes entre el espíritu y la materia, entre lo arcaico y lo moderno, entre la naturaleza, los animales y los seres humanos y entre los espacios de conciencia, el mundo onírico y la realidad. En esta película hay mucho, quizás demasiado, de todo eso. Muchas líneas de desarrollo -como la de los animales y las del pasado- se pierden. Otras sobreviven con dificultad. El eje más certero son los ruidos (¿ancestrales, transmigrantes, reales?) que la protagonista escucha al comienzo, y tras los cuales llegará hasta la selva colombiana, donde habitaría una tribu que cultiva la invisibilidad. Por supuesto que la cinta conlleva una trabajosa reflexión sobre los límites de la expresión fílmica. Por supuesto que Tilda Swinton se toma muy en serio su rol de madre superiora de la modernidad visual. Y por supuesto darle una oportunidad a esta cinta, que está en Mubi, es una manera elegante de oponer resistencia al reduccionismo que divide el mundo entre los que están con Oppenheimer y los que están con Barbie. En efecto: hay más alternativas.

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