Columna de Rodrigo González: El Asesino, autorretrato con sombrero

El asesino a sueldo del título (Michael Fassbender) modifica su identidad según cambia su cliente o varía su misión. Cuando comienza la trama tiene como objetivo matar a un señor al parecer bastante acaudalado que se alojará en el penthouse de un hotel parisino



Después de 28 años el guionista Andrew Kevin Walker vuelve a trabajar con David Fincher en la película El asesino (Netflix). Lo único que hicieron juntos antes fue Los siete pecados capitales y la película aún retumba en el imaginario colectivo. Muchos creen que es de lo mejor de su realizador (junto a La red social y Zodíaco, al menos), pero además sentó las reglas de la desesperación y el nihilismo que luego irrigó toda su obra.

El asesino, basada en la novela gráfica francesa del mismo título, tiene más o menos el mismo tono apocalíptico de casi todos los trabajos de Fincher, pero hay que reconocer que no detenta la ambición de algunas. Formalmente es impecable y es un placer ver como las escenas corren con una fluidez clásica y propia de un artesano de los viejos tiempos. También esto da para pensar si acaso el realizador estadounidense no es más que un impecable ejecutor, tal como el protagonista de su historia. Un soberbio orfebre de un modelo diseñado por otros. En fin, sea lo que sea, la película es buena, hipnótica y no aburre, cuestión que sí le acontece a su protagonista cuando mata el tiempo.

El asesino a sueldo del título (Michael Fassbender) modifica su identidad según cambia su cliente o varía su misión. Cuando comienza la trama tiene como objetivo matar a un señor al parecer bastante acaudalado que se alojará en el penthouse de un hotel parisino. El profesional de la mira telescópica planea el crimen de manera metódica y escrupulosa, atendiendo al mínimo detalle, no dejando cabos sueltos y, sobre todo, procurando la sangre fría de una víbora.

Escuchando con insólita fidelidad a The Smiths en una habitación de hotel o manejando un furgón utilitario, repite frases como “La empatía es debilidad”, “No confíes en nadie”, “Atente estrictamente a tu plan” o “Pelea sólo la batalla por la que te pagan”. Viste siempre de colores claros y usa sombrero, intentando “parecer un turista alemán”, algo que según él es beneficioso para pasar desapercibido. También verifica a cada minuto las pulsaciones en su reloj y sólo se permite jalar el gatillo cuando bajan a 60 por minuto. Más allá de eso es estar sobreestimulado y las posibilidades de fallar aumentan de manera exponencial.

Pero, ya sabemos, nadie en este mundo es perfecto y nuestro impecable killer tampoco. Cuando menos lo espera, un inconveniente se interpone y el disparo por el que le pagaron varios miles de dólares no da en el blanco que le pidió el cliente.

Desde ahí en adelante todo será básicamente huir del desaguisado y no dejar huellas. El asesino a sueldo sabe que sus clientes tratarán de eliminarlo por el error y él conoce mejor que nadie las reglas del juego. Por eso es mejor que se adelante y sea él quien se deshaga de ellos. De paso, además, perfeccionará su arte criminal, mejorará su autoestima y tal vez hasta se considere mejor persona.

En términos generales, eso es El asesino. Un eficiente y veloz ejercicio de autoperfeccionamiento en el oficio que desempeñamos. Es como si el propio David Fincher, famoso por su fastidioso detallismo, se autorretratara. Como ser mejor y no morir en el intento, aunque de vez en cuando el tiro salga por la culata.

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