Coya, las cosas que a nadie le importan

Coya


El golf tiene su estigma. Se le relaciona con los aristócratas, los poderosos empresarios, los burgueses desocupados que viven de sus rentas. Por décadas ha permanecido bien escondido en clubes privados, siendo sus cultores más avezados, figuras poco conocidas por el aficionado al deporte. Hace 22 años el hijo de un boina verde que había combatido en Vietnam y de una mujer tailandesa, Tiger Woods, provocó una revolución a nivel mundial. Hay un antes y un después. Hace menos de uno, un muchacho que jugaba en Talagante, Joaquín Niemann, le dio un gran impulso en Chile, para sacar al golf de sus intocables anaqueles. Algo parecido hicieron Patricio Cornejo y Jaime Fillol en los setenta con el tenis. Lo que se consideraba una actividad patricia y lejana, se transformó en un fenómeno masivo y de consumo popular.

No se equivoquen con el golf. Hay un creciente número de aficionados de clase media que lo practica con todos los problemas del caso, comenzando por la falta de canchas públicas. Apenas Mapocho, Angostura y alguna otra. Son entusiastas decididos, que intercambian equipamiento de segunda mano y salen a jugar como pueden. Hace un par de semanas, uno de ellos me vendió un buen putter Cleveland en la estación de metro Moneda. Así funciona.

Hago esta larga introducción para darle el contexto a una denuncia. El golf está creciendo, masificando lentamente y tiene un gran potencial en nuestro país. Niemann es la punta del iceberg, pero hay una gran masa escondida abajo. El tema es que la segunda cancha más antigua de Chile, el hermoso club de Coya, construida por la Braden Copper en 1927 y perteneciente en la actualidad a Codelco, fue cerrado hace un tiempo. Se trata de una cancha de diseño antiguo, muy linda y desafiante. Estaba abierta, obviamente, a los trabajadores de la empresa, pero también al público. Siendo uno de las pocos lugares donde cualquiera que pagara el fee podía jugar.

Coya pertenece al patrimonio arquitectónico de Chile, no es solo una cancha, es parte de nuestra historia como lo es el cobre. El club agoniza hace un buen tiempo y un gerente de Codelco tiene el proyecto de convertir el lugar en un complejo con canchas de fútbol ¿Tan fácil se destruye el patrimonio? ¿Con tanta liviandad se borran 90 años de historia?

Hace algunos años quisieron sacar el diamante de béisbol del Estadio Nacional, con sus dos canchas reglamentarias y las otras dos de sóftbol, para llevárselo a Peñalolén en un escenario mucho más chico. El argumento era que se trataba de un deporte menor, sin importancia. Una campaña en defensa de las canchas impidió este despropósito. En la actualidad miles de personas llegan al diamante cada fin de semana a jugar y compartir.

Resulta desolador pensar que a Coya se le deje morir así, sin más, porque no encaja con los presupuestos en el balancín del precio del cobre, porque un gerente tiene muchas ideas (el mismo gerente que en un par de años se va y se olvida), porque no hay proyectos innovadores o capacidad de gestión. ¿Qué dice el directorio de Codelco? Con esa mentalidad, Sewell habría sido desguazada y vendida como chatarra hace un buen tiempo. A veces hay que pensar más allá de lo inmediato y lo básico.

P. D. Temo que esta columna llegue muy tarde. En este momento el noble campo de Coya tiene una alta probabilidad de ser un yuyal descuidado.

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