Lo acontecido con Jaime Vera debiera hacernos reflexionar respecto de los requisitos que se deben exigir, tanto en la formación como con posterioridad, en el ejercicio de la profesión de entrenador que, en rigor, sobrepasa lo meramente futbolístico. Sobre todo si se considera que los directores técnicos son, en esencia, educadores.

El caso es que Jaime Vera sencillamente no reunía los requisitos para ejercer en Europa, pese a que sus logros estaban a la vista. Dirigiendo a los griegos del OFI, el chileno logró evitar que bajaran de categoría. Su capacidad no era lo que estaba en discusión.

Lo que pasa es que la UEFA, a fines de 1997, realizó una convención entre sus federaciones y estableció una serie de exigencias para dirigir en Europa, que los clubes aceptaron. Un entrenador es analizado, entonces, más allá de sus triunfos o éxitos deportivos y una manera de hacerlo es exigiendo un cierto período de ejercicio profesional al mando de equipos de Primera División que, lamentablemente, Vera no reunía.

Esta situación contrasta con la facilidad con la que arriban a nuestro país entrenadores que carecen de la capacidad suficiente, con precarios o escasos principios éticos y con una formación exprés. Es posible que la validación para dirigir en nuestro país para un técnico foráneo no sea suficiente, por lo que son deseables mayores exigencias.

Estamos rodeados de entrenadores –argentinos, fundamentalmente- que dan cuenta de esto. Y ni hablar de cuando alguno de ellos luego incursiona en las comunicaciones, un área también dominada en buena medida por sus propios compatriotas.

Querámonos más.

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