Columna de Héctor Soto: La capotera

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A la pregunta si la derecha podría perder las riendas del país por primera vez en la historia, al extremo de ignorar por completo en qué dirección vamos, la respuesta es más simple que corta. Simple, porque ya las perdió. Y corta, porque eso fue lo que ocurrió a mediados de mayo pasado, cuando el bloque se quedó, en la que supuestamente iba a ser la elección más importante del siglo, con solo el 23% de los convencionales.

El supuesto se cumplió. Era efectivamente la elección más importante en años. Pero el sector está reaccionando recién ahora, cuando quizás ya es demasiado tarde. El ímpetu que está cobrando la campaña de José Antonio Kast habla de eso. De un sector político que está aterrado. Aterrado por la inminencia del triunfo de Gabriel Boric. Aterrado por la violencia que toleró la inoperancia del actual gobierno, práctica que ya se normalizó en Chile y que tuvo su estruendoso “revival” en el segundo aniversario del 18 de octubre. Aterrado por la irresponsabilidad con que el gobierno y los partidos tradicionales del sector negociaron el acuerdo del 15 de noviembre del 2019. Aterrado por la torpeza con que esas mismas colectividades picaron con cada uno de los anzuelos que la oposición le tendió al momento de discutir las normas bajo las cuales se iba a realizar la elección de los convencionales. Y aterrado por la bobería con que Chile Vamos concurrió entonces a las urnas. Una manada de ovejas yendo al matadero habría tenido seguramente una conducta de mayor resistencia y dignidad.

Sí, es cierto: nadie queda muy bien parado en esta historia.

A los convencionales que consiguió elegir la derecha les consta mejor que a nadie. Es verdad que representan la primera minoría de la Convención. En circunstancias normales, 36 convencionales (porque se acaba de descolgar uno) no sería poco. Pero es una representación absolutamente irrelevante dada la forma en que alinearon las fuerzas. ¿Cuál es ese alineamiento? Muy fácil, todos contra la derecha. Y hasta aquí, en su corta vida, qué duda cabe, es una alianza especialmente exitosa. Se parece a la que tuvo el comandante Chávez en los primeros años de su socialismo del siglo XX. Y a la que tuvieron Correa y Morales en Ecuador y Bolivia en los años dorados de la América Bolivariana. Se parece también a esa figura que -muy anterior a la tipificación del bullying como abuso- era habitual en otras generaciones entre los cabros chicos del colegio: la capotera. Quién iba a pensar que el perverso jueguito tendría un segundo aire en la actual Convención.

El procedimiento no tiene mayor misterio: erradicado el espíritu de diálogo, clausurados los debates y cero discusión pública en las asambleas, lo único importante es votar, para dejar a la derecha, más que en minoría, resueltamente en ridículo cada vez que se cuentan los votos. Así las cosas, el trabajo de elaborar un texto constitucional será fácil: es cosa de apurar un poco la cocina que maneja el Frente Amplio en conjunto con los pueblos originarios y después votar. La Constitución que salga de ahí será, letra por letra, la que ya está cocinando la mesa encabezada por Bassa y Loncón.

Todo indica que la incertidumbre asociada a las próximas elecciones se mantendrá mucho después de los resultados de primera vuelta y, peor, incluso después de los de segunda. En lo básico, porque la llegada de los candidatos podría ser tan estrecha que todo termine en tribunales, en un clima de creciente ferocidad y transgresión no solo de la ética, sino también de la estética de los procesos democráticos.

Salta a la vista que un país así no es viable. Tampoco gobernable en el corto, mediano y largo plazo. Ni siquiera es un país respirable, porque se ha vuelto desagradable y muy poco acogedor. Eso, que lo sabe cualquiera con dos dedos de frente, es lo que nuestra clase política ha estado obstinada en ignorar en los últimos años, entre otras cosas porque la gran coalición contra Piñera pareció en algún momento el mejor negocio del siglo. Efectivamente, lo fue para el amplio arco político que va de la DC hasta mucho más allá del PC en el flanco izquierdo. Era cosa de estirar la cuerda, oponerse a todo, azuzar la violencia y prenderle fuego a lo que quedara parado. El problema es que en el intertanto el país se ha estado yendo al diablo y eso lo saben perfectamente los candidatos presidenciales. Por este camino no se llega a ninguna otra parte que al despeñadero.

Sea quien sea quien gane la Presidencia, tendrá por delante un desafío monumental en términos de gobernabilidad. Ya lo tuvo Piñera y trataron de botarlo tanto por la fuerza como dos veces por secretaría. Al próximo mandatario también le esperan días difíciles, al menos hasta que la clase política atine y recupere la sensatez. Por supuesto que ayudaría bastante a esa recuperación si el próximo gobierno pudiera partir con un mandato ciudadano robusto, tanto a nivel parlamentario como presidencial. De no ser así, la actual declinación se transformará en caída libre, con un desenlace de confrontación que, por segunda vez en 50 años, nadie dice querer, aunque en rigor nadie está haciendo mucho por evitar.

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