Columna de Daniel Matamala: Máscaras de carnaval

UN High Commissioner for Human Rights Bachelet attends a session of the Human Rights Council in Geneva


En el carnaval, las máscaras ocultan identidades, permiten olvidar el pasado y jugar a ser otro. A falta de carnaval, en Chile el 18 cumple esa función: una fiesta en que, terremotos y piscolas mediante, el pasado se suspende y los pecados se borran.

Esta semana dieciochera se supo que Leo Pinheiro, expresidente de OAS, declaró haber entregado $ 100 millones a la campaña de Michelle Bachelet a través de boletas simuladas a una empresa del recaudador Giorgio Martelli.

Las reacciones en Chile fueron carnavalescas.

La izquierda atacó como animal herido. "Pongo las manos al fuego por ella", dijo el presidente del Partido Radical. Exfuncionarios bacheletistas denunciaron "un ataque burdo y artero de Bolsonaro y los pungas de amigos que tiene", y "una oscura trama de corruptos y conspiradores brasileños".

La tesis de la conspiración ignora que la declaración de Pinheiro es previa al enfrentamiento de Bolsonaro con Bachelet. Y que los medios que la divulgaron, Folha e Intercept, están lejos de ser peones del fascistoide presidente de Brasil. De hecho, Bolsonaro se querelló contra Folha y amenazó con encarcelar al editor de Intercept por sus incómodas investigaciones.

Y por lo demás, ¿qué hay de nuevo? ¿Qué quiere desmentir el bacheletismo? ¿Que la campaña fue financiada ilegalmente? "No tuve nunca un vínculo con OAS, ni con ninguna otra empresa", dijo Bachelet. Pues bien, revisemos los hechos.

Sabemos que la "precampaña" de Bachelet fue pagada ilegalmente por grandes empresas, y que el programa de gobierno que presumía actuar contra los privilegios de los "poderosos de siempre" fue financiado por esos mismos poderosos, como SQM y el grupo Angelini.

Esos son hechos conocidos y juzgados. Martelli fue condenado a 800 días de presidio remitido, confeso de haber disfrazado con boletas falsas $ 245 millones entregados por SQM a la precampaña de Bachelet. Martelli también fue el hombre de OAS en Chile: los asesoró en la entrega de aportes reservados a la campaña de Frei en 2009, y gestionó reuniones de sus ejecutivos con tres ministros del primer gobierno Bachelet. En 2014, una empresa de Martelli recibió cerca de $ 50 millones de OAS en supuesto pago por un "mapa turístico y cultural de Chiloé".

Todo esto está acreditado públicamente hace años. ¿Manos al fuego? A otro perro con esa máscara.

Desde la derecha, en tanto, enviaron oficios a Ginebra y exigieron que Bachelet renuncie a su cargo en la ONU y que, de comprobarse los hechos, "pague con cárcel".

"El financiamiento irregular más grave que hemos conocido en la historia", dijeron los mismos que calificaron de "errores" casos similares cuando los protagonistas eran ellos. Tras la condena a Jovino Novoa, confeso de ocultar con boletas falsas las donaciones ilegales de Penta, el tribunal supremo de la UDI decretó que "no le cabe formular reproches a sus dirigentes o militantes que, para financiar la actividad política, se limitaron a actuar de esa forma que, hasta ahora, fue práctica generalizada, conocida y aceptada por todos los sectores".

Entonces, ¿qué le reprochan a Bachelet?

Aguzando el ingenio, encontraron un "argumento" patriótico. "Cuando se reciben platas desde el extranjero, es la independencia de Chile la que se pone en juego", dice la vicepresidenta de RN, olvidando que entre los beneficiados por el perdonazo de las platas políticas estuvieron empresas de capitales foráneos como Aguas Andinas o Endesa.

Resumamos la hipocresía de izquierda y derecha. Primero violaron la ley para recibir fondos ilegales de grandes empresas. Cuando los pillaron, obstruyeron la justicia mediante un pacto transversal de impunidad, usando al Servicio de Impuestos Internos. Luego, incluso negaron que esto fuera corrupción ("el financiamiento irregular de la política no es corrupción", dijo el lobista en jefe Enrique Correa, y todos contestaron "¡Amén!").

Y ahora, como si nada de esto hubiera sucedido, como si los últimos cinco años de revelaciones escandalosas se hubieran borrado de un golpe de amnesia, se ponen máscaras de carnaval, aureolas de santos y rasgan vestiduras por una nueva denuncia análoga a las que ellos mismos metieron bajo la alfombra.

Y se salen con la suya. Claro, si esa ciudadanía atenta de las redes sociales mutó a jaurías que repiten obedientes el hashtag que les dictan desde el poder: vamos con #EstoyConBachelet, vamos con #Bachelet100Millones, y compitamos por quién inventa el peor insulto, la peor ofensa contra los fachos o comunachos del otro lado.

Y que viva el carnaval: el baile de máscaras está en su mejor momento.

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