Alemania y la pandemia de coronavirus: ¿Qué secreto esconde este país europeo y qué se nos viene?

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La pandemia global de Covid-19 ha sido señalada en muchos lugares como una "catástrofe" o "desastre". En esta nota, intentaré reflejar una pequeña parte del conocimiento interdisciplinario desde las ciencias sociales sobre el estudio de los desastres, en lo que ha sido el progreso de la pandemia en Alemania.



Como investigador en temas de gestión del riesgo de desastre, ciudades, y desarrollo internacional y viviendo en Berlín, he querido contar la historia de lo que ha pasado y sigue sucediendo con el manejo de esta emergencia sanitaria en este país. Para ello, utilizaré un esquema ampliamente conocido dentro de la gestión de los riesgos y emergencias: el ciclo de gestión del riesgo de desastre (CGRD).

Hasta el momento, la crisis en Alemania tiene tres fases claramente definidas. La primera fue de preparación y alerta temprana (antes del 1er caso de contagio en Bavaria, el 27 de enero), en donde el gobierno estableció un equipo de trabajo para monitorear la crisis en China y evaluar escenarios en Alemania. Lo que me parece impresionante, es que una de sus sugerencias, ya en esa fecha, fue la acumulación de material de seguridad para sanitarios, como mascarillas y guantes, y la de producir tests suficientes. Esto produjo que en las primeras semanas Alemania aplicara, en promedio, medio millón de tests por semana, cuando en Italia y España se realizaban entre 50 y 100 mil por semana. Además, durante la fase crítica del sistema sanitario (a mediados y fines de marzo), también significó que la escasez de estos materiales no fuera un tema gravitante como en otros países, aunque ahora sí lo esta siendo.

La segunda etapa de esta crisis en Alemania es la respuesta. Una vez que se pasa de casos importados a casos de contagio entre los residentes locales (a inicio de marzo), es decir, la fase de “transmisión local", las autoridades comienzan a establecer medidas.

Hay una primera oleada de estas medidas que más bien son recomendaciones: evitar lugares concurridos y se prohíbe eventos masivos que superen más de mil personas, lavarse las manos, toser con el codo, y mantener dos metros de distancia entre personas, entre otras. Una semana más tarde, tras el estallido en el número de casos, hay otra oleada de medidas, que son más restrictivas: se cancelan eventos masivos, se cierran colegios y universidades (13 de marzo), y finalmente se cierran las fronteras el 15 de marzo, entre otras. En Berlín, no se llega al confinamiento obligatorio, pero sí se limita y controla bastante la movilidad urbana.

Además, se prohíbe la reunión de más de dos personas en los espacios públicos, se cierran columpios (spielplatzs) y algunos parques. Los supermercados se vuelven centros neurálgicos, son de los pocos que aún se les permite abrir. En los primeros días de las restricciones fuertes, hay un “asalto” a los supermercados por parte de algunas personas que buscan acumular bienes esenciales como papel higiénico, harina, gel de manos, entre otros pocos bienes, aunque luego de una semana esto se estabiliza.

Durante la respuesta, y como efecto de las restricciones, comienzan los impactos económicos, en los negocios y las familias. La estrategia del gobierno alemán para mitigar estos impactos es sencilla: dinero. El 24 de marzo el gobierno anuncia un paquete de medidas económicas por 122 mil millones de euros (40% del PIB chileno). La medida parece surtir efecto, para el 30 de marzo el desempleo incluso cayó del 7,9 al 7 por ciento. Aunque todos los analistas y el gobierno concuerdan en que habrá recesión económica, habrá que esperar a las próximas semanas para conocer la verdadera secuela de la crisis.

Me parece interesante el tema de los supermercados durante esta crisis. Por un lado, se vuelven a redescubrir como lugares esenciales, tal y como lo fueron los mercados en el desarrollo de las primeras ciudades. Reponedores, cajeros, personal de limpieza, y transporte, descubren de la noche a la mañana que su trabajo es esencial, crítico, y por lo tanto deben continuar su trabajo. Así como lo deben hacer aquellos que trabajan en el sector de telecomunicaciones, de energía, salud, y otros servicios críticos.

Por otro lado, los supermercados son lugares principalmente privados que, en comparación con los otros sectores esenciales, cuentan con una participación del estado que puede entenderse como mínima o limitada. Y el caso es interesante porque desde el inicio de las restricciones a negocios y comercios, prácticamente todos los supermercados han aumentado sus ventas de forma significativa. Para bien o para mal, son los únicos negocios disponibles. Sin embargo, mientras las ventas se disparan uno se puede preguntar ¿quién se beneficia y quién asume los riesgos?

Mientras las ganancias las recogen los propietarios y accionistas, el riesgo de contagio, poniendo en riesgo la salud y la vida, la asumen los trabajadores: cajeros, reponedores, personal de aseo, los de siempre. Esta nueva clase de trabajadores esenciales, que en algunas partes del mundo ya comienza a reclamar una “prima por trabajo peligroso”, es doblemente vulnerable, primero, por sus salarios generalmente bajos y condiciones laborales precarias, y segundo, por la exposición obligatoria al SARS-CoV-2, a la que deben someterse cada día para conservar esos trabajos precarios pero vitales para sus familias. Esto es parte de lo que algunos llamamos capitalismo de desastre.

Mientras se escribe esta nota, Alemania comienza a entrar en la etapa de rehabilitación, la de recomponer parte de los daños y asegurar que los servicios y sistemas vuelvan a funcionar, aunque ya no como antes. El 17 de abril, el Instituto Koch –principal asesor científico del gobierno y responsable de la estrategia contra la pandemia en el país– anunció que el ritmo reproductivo del virus en Alemania (R sub-cero o Ro) había descendido hasta el 0.7, por lo que se pronostica una ralentización efectiva de contagio y con ello se comienza a pensar en la reactivación.

Según lo anunciado oficialmente por el gobierno al día siguiente de este anuncio, la rehabilitación comenzará el 20 de abril, de forma escalonada, tal y como probablemente sucederá en la mayoría de los países. En Berlín, como en otros estados de Alemania, sólo los negocios de hasta 800 mts2 podrán abrir, siempre y cuando sigan estrictas medidas de seguridad, que incluyen el conocido distanciamiento social. Los grandes negocios, restaurantes y pubs, y eventos masivos como el futbol, tendrán que esperar hasta el 31 de agosto. El impacto económico en este sector, junto al turismo, será el más severo.

Por su parte, colegios y universidades retomarán sus actividades de forma parcial. Considerando que el ciclo escolar del hemisferio norte suele terminar entre junio y julio, primero entrarán los cursos superiores de primaria y secundaria, esto, para privilegiar a quienes deben dar exámenes y pruebas de admisión, luego lo harán los más pequeños y los jardines infantiles (kindergarten). Los cursos no deben superar los 15 estudiantes por sala, en mesas separadas a 2 metros de distancia. En Berlín, donde el promedio es de 24 estudiantes por curso, realizar estas separaciones y escalonar el regreso al colegio es factible, pero complicado. Ni idea cómo se logrará en países como en Chile, en donde esa cifra en muy superior, y las escuelas públicas no cuentan con la infraestructura adecuada.

Otra cara de la rehabilitación en Alemania incluye la preocupación por el desarrollo internacional. En una reunión con el Banco Mundial el 18 de abril en Berlín, el ministro de cooperación económica y desarrollo Gerd Müller señaló lo imprescindible que es ahora que Alemania, en conjunto con sus pares europeos y de otras regiones desarrolladas, establezca cuanto antes una estrategia de cooperación y ayuda con los países en vías de desarrollo, que serán los más afectados por la pandemia. Alemania, claramente entiende que esta crisis, como también la es el cambio climático y los desastres, afecta a todos los países, y que si no se resuelve globalmente, la recuperación alemana no será sostenible en el tiempo. No se pueden tener cerradas las fronteras y los mercados de forma indefinida, piensa el segundo exportador más grande del mundo.

Esto es también algo en lo que deberían estar pensando los países más prósperos en la región de Latinoamérica y el Caribe, como Brasil, Colombia, México, o Chile. No se puede combatir a esta pandemia en la región de forma aislada indefinidamente, tarde o temprano se tendrá que pensar en una estrategia articulada, y en especial una que ayude a aquellos países que se queden atrás en esta lucha, como hasta la fecha está sucediendo con Ecuador. De hecho, la gran preocupación para quienes trabajamos en desarrollo y cooperación internacional es cómo esta siendo la respuesta de los gobiernos locales y las comunidades en aquellos asentamientos precarios de la región: favelas, campamentos, tugurios. ¿Cómo se puede mantener el confinamiento de una o dos familias en menos de 30mts2? ¿Qué pasará con la violencia intrafamiliar? ¿Cómo será posible mantener las medidas de higiene cuando no se cuenta con agua potable ni baño en casa? ¿Es posible el confinamiento sin ingresos ni ahorros? Sólo en Latinoamérica y el Caribe, se estima que unos 104 millones de personas viven en asentamientos con acceso limitado a servicios básicos y en muy malas condiciones materiales, esto es, que 1 de cada 5 hombres y mujeres de la región vive en condiciones precarias.

Queda la sensación de que la ventaja clave con la que contó Alemania al inicio de la crisis en enero fue el tiempo. Una ventaja que supieron aprovechar con acciones tempranas y contundentes, basadas en los datos y la ciencia, aunque también se debe decir que es una nación rica, que cuenta con la confianza económica y política de su gente, y sus recursos.

Es cierto que aún es temprano para hablar de un balance final en Alemania, pero es un buen ejemplo de lo importante que es contar con mecanismos de alerta temprana y preparación para anticiparse, y con ello planificar también una respuesta más afectiva. El tiempo, sin embargo, no se ha agotado, aún queda margen para anticiparse a lo que será una segunda ola de choque de esta pandemia, un terremoto que sacudirá a los más vulnerables en varios rincones de la región y Chile. Es el “sueño” de toda oficina de emergencia, saber cuándo y dónde golpeará el próximo terremoto. Alemania lo tiene claro, y ya esta pensando en planes y medidas para ayudar a los países en vías de desarrollo a combatir la pandemia. Quizás nosotros deberíamos también aprovechar esa ventaja, antes de que la ventana del tiempo termine por cerrarse en las próximas semanas.

* Especialista en desarrollo y cooperación internacional, Universidad Libre de Berlín.

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