Aquí, ahora y customizado

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Las palabras que dan título a esta columna son un resumen de las expectativas del individuo en la sociedad actual, la tecnología nos ha hecho creer falsamente que se puede vivir bajo esta triple premisa, que podemos obtener lo que queremos donde estemos, de inmediato y en un formato adaptado a nuestras preferencias personales. Más aún, que esa pretensión, maravillosa cuando se trata de seleccionar qué película o serie ver en una plataforma de streaming, es proyectable a la familia, a nuestra vida laboral y a las demandas que, como ciudadano, podemos formularle al Estado.

La imagen, gobernante atrabiliaria de nuestras emociones, ha reemplazado al estudio metódico y la reflexión, las charlas TED son una buena expresión de ello, quién optaría por destinar varias semanas a leer un libro si podemos ver en 20 minutos una entretenida charla con lo fundamental por parte del mismo autor. Quienes se acercan a la tecnología de esta manera irreflexiva, carente de pensamiento crítico, suelen pensar que el uso de estas opciones es expresión de inteligencia o, mejor dicho, de "viveza". Para qué destinar tiempo a todo aquello que se puede obtener por vía expresa.

El problema no está en la tecnología, cuyo valor y oportunidades de progreso son innegables, sino en la aproximación acrítica, en el cambio cultural hedonista y exacerbadamente individualista que muchas de estas transformaciones están provocando.

Obviamente es un privilegio vivir en una sociedad llena de información y de productos disponibles en línea y hechos "a mi medida", pero algunos aspectos de la vida -en realidad la vida misma- no son posibles de ajustarse a esta lógica, la felicidad parece ser mucho más una ecuación balanceada de renuncias y logros, con un propósito, que la provisión de placeres instantáneos. Por mucho que las personas demanden derechos sociales aquí, ahora y de calidad, es imprescindible generar la riqueza para financiarlos; por más que todos tengan derecho a una pensión digna, hay que ahorrar 35 o 40 años para conseguirla.

Desde luego que el Estado debe prestar servicios oportunos y eficientes a las personas, pero eso no convierte el gobierno en un servicio al cliente; la expansión de los derechos ha sido extraordinaria, pero eso no ha derogado los deberes inherentes a la vida en sociedad, ni la necesidad de reglas generales y abstractas o de un gobierno impersonal a la hora de asignar cargas y beneficios.

Se equivocan los que ven en todos estos problemas el fracaso del capitalismo; al contrario, son los desafíos del mayor nivel de riqueza y conocimiento que ha experimentado nunca la humanidad y que nos desafía en la manera de entender el sentido de la vida como de la sociedad de la que formamos parte.

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