Columna de Carlos Meléndez: Los “patrones” de la desafección



La informalidad económica (tributaria, laboral, etc.) es un obstáculo serio para el desarrollo de las naciones. Vastos sectores sociales -cuyo tamaño varía de país- llevan adelante sus actividades económicas evadiendo (voluntaria o involuntariamente) las normas establecidas por sus respectivos gobiernos, desde el acatamiento a impuestos y el pago de licencias hasta el respeto de los derechos sociales laborales. Mientras que en Chile la proporción correspondiente a la fuerza laboral informal no llega a un tercio del total, en otros países latinoamericanos puede ser catastrófico. Por ejemplo, en Perú, el porcentaje correspondiente pasa del 70%. ¿Cuál es el impacto político de la informalidad económica?

En tanto la informalidad implica una evasión a la autoridad estatal, aquella puede ser considerada como una microfundación de sentimientos anti-establishment. Obviamente, no todo sentimiento en contra de las élites proviene de la informalidad (aquel puede promoverse desde un radicalismo liberal sofisticado o desde un extremismo izquierdista antioligárquico), pero quienes pertenecen a este sector de la economía tienden a ser, por su propia naturaleza esquiva a la norma, retadores del establecimiento. ¿Qué puede ser más anti-establishment que burlar cotidianamente el control y el monitoreo que ofrece el Estado sobre las actividades económicas individuales?

Si bien es cierto la informalidad está asociada a la pobreza, en sociedades de ingreso medio aquella llega a estratos medios, y hasta altos, de la pirámide social. En casos como Perú y Bolivia, el crecimiento económico imbricado con altos niveles de informalidad ha producido burguesías fuera del alcance del Estado y, en más de una oportunidad, han encontrado en mafias y organizaciones criminales a sus respectivas vanguardias (informales) de clase. Cada día nos sorprende la expansión de poderes ilegales (minería informal, contrabando, narcotráfico) porque precisamente toman ventaja de su proyección natural en el mundo informal. Ahí reside la capacidad de estos poderes de “reemplazar” al Estado, en las zonas grises dominadas por el sentido común informal: el mejor Estado es aquél que es invisible, que no existe.

Los partidos políticos lograban aproximarse a estos estratos sociales a través de modalidades de clientelismo y patronazgo, pero su paulatino debilitamiento fue dejando a la masa informal huérfana de patrones políticos, “representantes”. Es así como los partidos y las organizaciones con vocación territorial vienen cediendo terreno frente al crimen organizado. Este se asienta porque cuenta a su disposición con contingentes informales con quienes comparten la desafección estatal. Se amalgaman dos vertientes de desafección política: la propia del informal que ha sobrevivido de espaldas al Estado y la del criminal, más lumpen. Así, los operadores de las mafias pueden convertirse en los patrones de la desafección, con el correspondiente empleo de tácticas violentas para “enfrentar” al establishment.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

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