Columna de Juan Ignacio Brito: Trampas en el solitario



En los últimos años hemos elegido Presidente, senadores, diputados, alcaldes, consejeros y gobernadores regionales, concejales, miembros de la Convención y del Consejo Constitucional, y participado en dos plebiscitos (en diciembre habrá uno más). Según datos del abogado Pedro Anguita, más de 3.000 cargos han sido llenados por medio del voto entre 2020 y 2023.

En 2020 y 2021, la izquierda celebró resonantes victorias, pero luego ja sido vencida con rotundidad. Mientras fue ganadora, atribuyó los triunfos a su sintonía con la demanda popular por una refundación y con la llegada al poder de una nueva generación que rompía con el ciclo anterior. Sin embargo, el análisis cambió bruscamente cuando cayó derrotada en 2022 y 2023.

Perpleja por resultados que no vio venir, la izquierda perdedora eludió la autocrítica; optó en su lugar por un atajo autocomplaciente: los chilenos habían sido engañados. De acuerdo con esta narrativa, en 2022 y 2023, la desinformación y las fake news levantaron un relato falso a través de medios tradicionales y redes sociales para confundir a un electorado ingenuo.

Nadie denunció una conspiración mientras la izquierda ganaba. Por alguna razón inexplicable, el fenómeno de las fake news solo operaría cuando este sector pierde.

El oficialismo insiste sin pruebas que en Chile sufrimos un caso severo de noticias falsas. El Ejecutivo publicó el martes en el Diario Oficial la conformación de una comisión asesora contra la desinformación, compuesta por académicos, profesionales y miembros de ONG, y presidida por la ministra de Ciencia (¿de Ciencia?), quien designará a los miembros en consulta con la Secretaría General de Gobierno. Aunque las fake news pueden llegar a ser asunto serio, es necesario preguntarse si una comisión oficial es el mejor camino para enfrentarlas. El remedio tal vez sea peor que la enfermedad.

El relato construido sobre el efecto de la desinformación da cuenta de una severa desconfianza en el buen criterio del electorado. Según este, la opinión pública carecería de capacidad para reflexionar, criticar, comprender o evaluar a candidatos y programas electorales; bastaría que un grupo oculto de hábiles prestidigitadores elaborara discursos para manipular a los votantes como si estos fueran la más moldeable plasticina.

Ese relato también minusvalora la acción política y la reduce a estrategias y trucos comunicacionales, privándola de cualquier contenido sustantivo. La política es comunicación, por supuesto, pero es asimismo muchísimo más.

La insistencia del oficialismo en negar la realidad equivale a hacerse trampas en el solitario. De tanto denunciar conspiraciones, la izquierda parece haber terminado creyendo en ellas. Pero lo cierto es que la repetición incansable de un argumento infundado no lo hace verdadero.

Por Juan Ignacio Brito, periodista

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