El momento indígena



Por Pedro Cayuqueo, periodista y escritor

De los muchos simbolismos que caracterizaron la ceremonia de cambio mando presidencial del pasado viernes quiero destacar la figuración de la directora de Ceremonial y Protocolo de la Cancillería, Manahi Pakarati. Ella, que fue la sombra del presidente Gabriel Boric en todo momento, capturó la atención inmediata de los medios nacionales y extranjeros. Sucede que utilizó una bella vestimenta tradicional rapanui, pueblo polinésico del cual orgullosamente forma parte.

Se trató de una figuración para nada casual o anecdótica.

No sería de extrañar que el nuevo equipo comunicacional de La Moneda lo haya diseñado de tal manera, a modo de poderosa señal de inclusión y respeto a los pueblos originarios por parte del nuevo mandatario. El propio nombramiento de Pakarati en febrero pasado —hasta entonces la única diplomática rapanui en el Servicio Exterior de Chile— ya nos hablaba de una mirada gubernamental distinta, inclusiva y refrescante.

Huelga aclarar, para los detractores del actual ascenso de los pueblos indígenas y sus símbolos, que Pakarati no llegó al cargo solo por ser rapanui. Se trata de una destacada profesional y diplomática de carrera, máster en Relaciones Internacionales de la Universidad Victoria de Wellington en Nueva Zelanda y ex cónsul de Chile en México y también en el país oceánico. Ha sido además diplomática multilateral ante la ONU en Nueva York, Estados Unidos. Pergaminos tiene y reconozcamos que de sobra.

Boric no es el primer Mandatario que abraza con sus simbolismos el legado cultural de las primeras naciones. Lo mismo ha caracterizado la mundialmente aplaudida gestión de Jacinda Ardern, Primera Ministra de Nueva Zelanda, y también la de su par Justin Trudeau en Canadá. Ambos, ya sea en sus nombramientos ministeriales, en su audaz agenda de legislaciones o bien en actos de reparación histórica, han buscado rendir tributo a los pueblos nativos que antecedieron el poblamiento europeo de sus países.

Ejemplo mundial fue el nombramiento en 2020 de la activista y líder maorí Nanaia Mahuta como ministra de Relaciones Exteriores de Nueva Zelanda. Su designación no solo rompió las históricas barreras para las mujeres indígenas en los asuntos internacionales, sino que también esbozó un ejemplo sorprendente de cómo puede ser un enfoque moderno de política exterior. Es el llamado “indigenous moment”, el momento indígena que hoy estrenan avanzadas democracias en el mundo.

La canciller de Nueva Zelanda, cuyo rostro tatuado proclama con orgullo al mundo su herencia maorí, ha declarado que su principal desafío es cómo incorporar los valores y la cosmovisión indígena en la política exterior de su país. Es decir, una diplomacia construida sobre valores comunitarios, respeto por la naturaleza y una profunda conexión con su historia. ¿Puede Chile aspirar a lo mismo? ¿Puede Chile aspirar, por ejemplo, a una política exterior con contenido y no centrada sólo en la firma de tratados comerciales?

Otro ejemplo lo hallamos en Estados Unidos.

A fines de 2020, el Presidente Joe Biden sorprendió a todos con la nominación de la ex congresista nativo americana Debra Haaland como Secretaria del Interior, cargo ratificado más tarde por el Senado. Haaland se convirtió así en la primera mujer indígena en servir como secretaria del gabinete. Miembro de la tribu del pueblo Laguna o Kawaik, es doctora en Derecho indio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nuevo México y una destacada líder local del Partido Demócrata.

En fechas recientes, Haaland ha liderado la eliminación de nombres geográficos —valles, montañas, ríos, lagos y otros sitios— que las tribus de Estados Unidos consideran ofensivos. Los nuevos nombres serán sometidos a la aprobación final de la Junta de Nombres Geográficos (BGN por sus siglas en inglés), organismo federal dependiente de Haaland y que estandariza los nombres de lugares estadounidenses. Una medida similar solicitó Haaland para el Servicio de Parques Nacionales. “Las palabras importan”, subraya la campaña.

Chile tiene tanto o más potencial que Nueva Zelanda y Estados Unidos para implementar el “momento indígena” en su diplomacia y también en su política interna. Es el camino que transita, no sin dificultad, la Convención Constitucional: situar a Chile y al nuevo estado plurinacional en el selecto club de países que reconocen y promueven ante el mundo su identidad originaria. Es lo que hacen Nueva Zelanda, Canadá, Estados Unidos y también algunos países vecinos de la región. Sin miedo y sin complejos.

Algunos no logran entenderlo. Hay quienes, anclados en visiones en extremo conservadoras del estado, la ciudadanía y la sociedad, acusan que abrazar las culturas indígenas trataría de un retroceso, de una involución para Chile. Ignoran que es todo lo contrario, un salto al futuro.

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