Las lecciones ante elección de nueva mesa de la Cámara

Tanto el oficialismo como Chile Vamos deben aquilatar los riesgos de negociar con fuerzas impredecibles, que ponen en riesgo la necesaria gobernabilidad.



La reciente elección de la nueva mesa de la Cámara de Diputadas y Diputados, probablemente una de las más polémicas de la que se tenga registro, ha dejado una serie de lecciones para las distintas fuerzas políticas, reflejando además en toda su nitidez las complejidades que supone para la gobernabilidad del Congreso la enorme proliferación de pequeños partidos con representación parlamentaria.

Las tensiones comenzaron a surgir cuando representantes del Partido de la Gente (PDG) así como de la Democracia Cristiana y algunos independientes empezaron a poner en entredicho el acuerdo administrativo que habían alcanzado con el oficialismo para repartirse la presidencia y vicepresidencias de la Cámara en la presente legislatura; en particular, cuestionaban que una representante del Partido Comunista ocupara a partir de noviembre la presidencia, conforme estaba establecido en dicho acuerdo. Fue así como comenzó un “descuelgue”, donde el PDG y parte de los diputados DC comenzaron a negociar con las fuerzas de Chile Vamos. Finalmente, el PDG se dividió porque no logró ponerse de acuerdo en un nombre de sus filas para llevar como candidato, de modo que algunos se plegaron al oficialismo y otros a la carta de Chile Vamos, y lo mismo le ocurrió a la DC, que también terminó dividida.

En un hecho insólito, el gobierno, particularmente la ministra de la Segpres, se desplegó activamente para asegurar que la presidencia de la Cámara siguiera en manos del oficialismo. Las gestiones terminaron siendo fructíferas -evitando que el gobierno y sus partidos aparecieran nuevamente derrotados, como ya había ocurrido en el reciente plebiscito-, pero es inevitable interrogarse hasta dónde corresponde que el Ejecutivo entre a terciar con gestiones directas en un asunto que es de competencia de otro poder del Estado, levantando de paso inconvenientes suspicacias respecto de si hubo o no ofrecimientos específicos a determinados parlamentarios, en la práctica que es conocida como “pirquineo”.

Pero probablemente la mayor lección que deja este episodio tanto para el oficialismo como para Chile Vamos es el riesgo de tender acuerdos con fuerzas veleidosas, que antes que apostar a proyectos políticos consistentes sus motivaciones parecen estar en la caza de oportunidades. Para el caso de Apruebo Dignidad y el Socialismo Democrático, en el afán de excluir a las fuerzas de centroderecha de la mesa y las presidencias de comisiones, optaron por pactar con estos grupos, lo que a la larga les costó caro, y en el mismo tropiezo incurrió Chile Vamos, al creer que en el PDG tendría a un socio confiable.

Es evidente que el PDG es uno de los grandes derrotados, pasando de ser uno de los partidos que más interés concitó al principio producto de su bancada de diputados, a convertirse en un grupo impredecible. Fue sin duda también una derrota para su líder, Franco Parisi, que pese a sus gestiones no logró ordenar a su partido.

En el Congreso hay una veintena de partidos con representación parlamentaria, un número a todas luces excesivo. Allí se cuentan partidos con larga tradición, pero a la par también muchas colectividades emergentes que deben demostrar su solvencia política. La forma en que está diseñado el actual sistema electoral facilita que fuerzas sin mayor densidad puedan llegar al Parlamento, advirtiéndose preocupantes señales de que con ello la gobernabilidad y la posibilidad de alcanzar acuerdos sólidos se puedan ver afectados o condicionados a satisfacer intereses oportunistas. Este es un mal que se aprecia con toda su intensidad en la experiencia peruana, por lo que es fundamental evitar que esto mismo comience a replicarse en nuestra propia realidad parlamentaria.

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