Violencia y elecciones



Por Luis Larraín, presidente del Consejo Asesor de Libertad y Desarrollo

En un magistral ensayo publicado en los sesenta, el filósofo Jorge Millas se refería a lo que llamó “las máscaras de la violencia”. Allí refutó, con brillo, el concepto inspirado en Marcuse de que la violencia es a veces la respuesta a una “violencia institucionalizada”. Millas nos hizo entender que, si aceptamos ese concepto, estamos en camino de legitimar cualquier acto violento, pues este no sería más que una reacción a esa supuesta violencia institucionalizada.

Por eso, cuando hay situaciones que se consideran injustas, no debe caerse en el exceso de decir que ellas son “violentas”. Puede que sean injustas, viles o miserables, y así hay que tratarlas, recurriendo a las instancias que una sociedad democrática tiene: las leyes y los tribunales. Si la justicia no funciona bien hay que reformarla, pero jamás recurrir a la violencia, porque eso es la ley de la selva. Millas entendió meridianamente esto y por eso denunció como máscaras de la violencia los intentos intelectuales por legitimar cualquier uso de la fuerza que no se ejerza por autoridades constituidas y mandatadas para ello.

Esa lógica se rompió el 18 de octubre, y aunque algunos no lo quieren ver, también el 15 de noviembre, porque los acuerdos de esa noche se tomaron bajo la amenaza de la violencia. Claro que no todos comparten esto: Fernando Atria lo dijo con todas sus letras al afirmar que los violentos del 18 de octubre de 2019 y días posteriores merecen un trato distinto y mejor que los de hoy, porque lograron que se cambiara la Constitución. El fin justifica los medios, violencia buena y violencia mala.

Sin una reflexión profunda, muchos chilenos pensaron parecido. Pero no vieron las consecuencias. Gobierno y fuerzas policiales atados de manos para combatir la violencia generan más violencia: abusos, asaltos, impunidad a narcotraficantes, destrucción de propiedad pública y privada hasta convertir nuestras ciudades en un infierno. Si sumamos la incertidumbre económica por el cambio en las reglas del juego y el clima de odiosidad contra los ricos alentado por los “octubristas”, podemos explicar lo que está pasando con las futuras elecciones: Chile se ha vuelto un lugar insoportable para mucha gente, precisamente los más desvalidos, los menos preparados para escapar de la violencia.

Por eso la decisión de voto se ha desplazado desde cuestiones que preocupan a países del primer mundo, a los que se parecía Chile antes del 18 de octubre, que tienen que ver con la igualdad en el trato, el cuidado del medio ambiente, la tolerancia a la diversidad; a cuestiones básicas del tercer mundo: la seguridad personal, la protección frente al narcotráfico, los temores alimenticios. Eso explica la expectante posición de Kast y las dificultades de Provoste y Sichel. La violencia podría tomar venganza de quienes le abrieron la puerta.

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