Columna de Marisol García: Cuelguen al algoritmo

Columna de Marisol García: Cuelguen al algoritmo

Se viene, entonces, una lógica centrada no en quienes suben contenido, sino en quienes lo buscan. Un algoritmo que no me dice qué debo escuchar sino que se adelanta a lo que creo que quiero que me guste. No es lo mismo ni es mejor.



Existe un mapa casi infinito, sin fronteras ni accidentes geográficos, que despliega ante los ojos y oídos un recuento de las músicas del mundo tan inabarcable que llega a lo absurdo. En “Every Noise at Once” el cursor baja por la pantalla activando sonidos agrupados en zonas de estilo: “trance brasilero” y “pop barbadense”; “nightcore” y “girl group”; “thai hip-hop” y “rock medieval”; “free-jazz polaco” y “vintage western”.

Y así, hasta sumar 6.291 etiquetas (solo para Chile hay 48 asociadas), cada una con un audio y nombres relacionados. La idea fue de Glenn McDonald, un ex analista de datos para Spotify (lo despidieron en diciembre) que por cuenta propia decidió ejercer de «taxonomista de géneros» y armar un sitio que ayudase al oyente ante el panorama, inédito en la historia, de tener toda la música grabada, de todos los lugares, de todas las épocas y de todos los estilos al alcance de un movimiento de muñeca.

Nunca hubiésemos pensado que ese mapa, como todos los mapas, iba a convertirse alguna vez en territorio de disputa. Pero ya está: defender nuestro derecho a explorar con autonomía el bosque de músicas que ha hecho crecer internet se ha convertido en una causa de resistencia.

Si YouTube me ofrece videos de cantautores intimistas, desviarme por entre bandas ruidosas. Cuando Spotify considere que necesito una playlist “Up!” (pues el algoritmo sabrá con qué ánimo desperté, según mis búsquedas y clicks previos en internet), descender al subsuelo de una canción depresiva. Si AppleMusic me dice: “cumbia”, pues yo le respondo: “samba”. Basta de hacernos creer que el algoritmo nos conoce (y, sí, ya existen playlists según signo zodiacal).

O, peor, caer en la ingenuidad de que esa personalización sea inocente, y no determinada por jerarquías culturales, geográficas y de márketing al acecho de nuestras aspiraciones y tarjeta de crédito. Saltarse los senderos sonoros prefabricados que hoy ordenan la sobreoferta de música es cada vez más difícil, pero si no podemos elegir ni lo que escuchamos, entonces la derrota habrá sido total: una población uniformada en cómo se ve y qué comenta, inquieta a partir de los mismos temores y ansiosa por los mismos deseos; entregada a un ritmo homogéneo y una sentimentalidad estandarizada, incluso para lo más íntimo.

“El algoritmo no está escuchando”, es el título que la influyente consultora británica MIDIA acaba de darle a su pronóstico de tendencias culturales para 2024. Si antes las plataformas acercaban a los auditores a pocos pero seguros nichos según preferencias, hoy estas “priorizan su monetización por encima de los intereses de los usuarios, quienes acaban sintiendo que el algoritmo ya no los escucha”.

Se viene, entonces, una lógica centrada no en quienes suben contenido, sino en quienes lo buscan. Un algoritmo que no me dice qué debo escuchar sino que se adelanta a lo que creo que quiero que me guste. No es lo mismo ni es mejor. Solo será otra forma de franquiciar nuestros oídos, y renunciar a ese placer incomparable de una escucha que sorprenda. No hay más remedio: auditores del mundo, uníos.

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