Aumento de la delincuencia: tres voces, desde la cárcel, explican el por qué

El óvalo de la exPenitencieria de Santiago, visto desde el taller de metalurgia dictado por la Fundación Paternitas. Foto: Andrés Pérez

¿Por qué ha crecido la cantidad y la violencia de delitos de mayor connotación social? Dos reos del programa Intramuros de la Fundación Paternitas y un gendarme responden una de las preguntas que más inquieta a los chilenos. “La calle está brava, hay muchas más armas de fuego dando vueltas”, coinciden.


El aumento de los delitos de mayor connotación social es un fenómeno que golpea a todas las aristas de la población. Incluso en la cárcel, donde cumplen condena quienes los cometen. Por eso, dos reos que participan del taller de soldadura del programa Intramuros de la Fundación Paternitas y un teniente de Gendarmería entregan luces de un problema que conocen en detalle.

La población penal hoy es más joven y violenta, concuerdan, un reflejo claro de lo que ocurre fuera de las cárceles. La mayor cantidad de armas de fuego, familias destruidas y la estigmatización, aseguran, son las claves que explican la creciente ola de hechos delictivos. “Nadie nace queriendo ser delincuente, pero en algún momento el camino se tuerce y eso no se previene”, dicen los reos.

Alejandro Huenchumán (40), preso: “En Chile era raro ver un arma de fuego, ahora hay muchas”

Alejandro Huenchumán Olave (40), cumple condena por robo en lugar no habitado y receptación. Actualmente, cursa un taller de metalurgia dictado por la fundación Paternitas, con el que espera conseguir trabajo. Foto: Andrés Pérez

“A como era antes la calle, hoy está mucho más compleja, más brava. Antiguamente, en Chile era raro ver un arma de fuego, pero ahora hay muchas. Se subieron las penas por porte de arma y creo que eso es bueno, porque antes una persona que era descubierta portando un arma recibía 61 días de condena; ahora, si la persona es reincidente, le pueden dar penas que van desde los tres años. Eso hace que un delincuente piense dos veces si cometerá o no el delito, porque si comete un homicidio y, además lo encuentran con el arma, estará muchos años preso.

Creo que hay mucha violencia en las calles, tanto de la juventud como de todos. Yo he recapacitado y veo que la juventud hoy en día necesita ayuda, porque hay mucha estigmatización, pero muy pocas acciones para ayudar a los niños que están comenzando en este mundo. Yo siempre intento conversar con los jóvenes que caen acá, les explico mi historia y les digo que no sean como soy yo, que he pasado toda mi vida preso.

Es gente que aún puede cambiar, de 18 a 21 años, y mi idea es que cuando estén libres no se repitan el plato, como le decimos acá, porque la vida en la cárcel es muy dura, muy difícil. Hace 15 años, todo era mucho más fluido, pero ahora cada vez hay menos beneficios y por eso aconsejo a mis amigos que participan conmigo en estos talleres. Lo bueno es que varios están trabajando y cambiaron, me alegro de eso.

Yo estoy por tercera vez acá, por robo en lugar no habitado y receptación. ¿Qué me trajo otra vez? Que nunca quise cambiar. A los 18 años fui condenado por primera vez, por 10 años. Salí libre y mi mente estaba puesta en seguir haciendo lo mismo y así fue: estuve 18 meses libre y volví a caer preso por seis años más. Y seguí igual, sin hacer conducta, siempre en módulos complejos, sin querer cambiar.

¿Por qué? Porque tenía rabia, frustración. Cuando niño, estudié hasta el quinto básico, pero cuando comencé con las malas juntas dejé de ir al colegio. Mi mamá me dejó muy chico con mis tíos, porque se fue a trabajar puertas adentro a una casa. Y mis tíos me castigaban, me pegaban para enseñarme a su manera que lo que hacía estaba mal, porque sabían que andaba en cosas malas, pero yo tenía mucha rabia y no escuchaba a nadie, no entendía, sufrí mucho creyendo que mi mamá no me quería.

Ahora estoy cumpliendo ocho años y medio de condena, pero cuando llevaba tres años, comencé a cansarme de la vida que he llevado, de andar peleando todos los días, y mi primer paso para intentar cambiar fue ir al colegio, algo que nunca hice. Estoy estudiando para sacar mi tercero y cuarto medio, algo que nunca había imaginado que podía pasar y eso es también gracias a la ayuda que acá me han entregado. Nunca había ido a un sicólogo, hecho deportes, participar en cursos de desarrollo personal, de comunicación, o trabajar en algo. Pero comenzaron a preocuparse por mí y eso cambió mucho las cosas.

De niño no era un delincuente, nadie nace queriendo serlo. Me acuerdo que al principio comencé a estar mucho en la calle, luego a llegar tarde a la casa, y como a los 12 años comencé a delinquir. En ese tiempo, lo hacía como una travesura, por la adrenalina de hacer algo malo, y como no sabía hacer nada más, seguí robando”.

Teniente Iván Iturra: “La delincuencia bajó su rango de edad; vienen con una mentalidad más violenta”

El teniente primero de Gendarmeria Iván Iturra Gutiérrez, que trabaja en la ex Penitenciaría de Santiago. Foto: Andrés Peréz

“Lo que he observado es que la delincuencia bajó su rango de edad. Ahora, por lo general la mayoría de los delincuentes van entre los 14 a los 18 años y ya vienen con una mentalidad más violenta, mucho más que hace algunos años. Antes, el interno que era choro o ladrón era más respetuoso, caballero, y pese a todo lo malo que hacía, con la autoridad tenía una buena disposición. Ahora, varios presos, pero sobre todo los jóvenes, son muy violentos y eso viene marcado por la violencia que hay en las calles.

He visto que la gran mayoría de los jóvenes que ahora están ingresando son por delitos como robo: robo con intimidación, robo con violencia, robo en lugar habitado y no habitado, y en menor cantidad, por tráfico de drogas.

También hay un roce generacional entre los delincuentes, porque se produce un efecto de que cuando el interno estuvo recluido en una cárcel de menores desarrolló una actitud muy violenta frente a sus compañeros y autoridades, pero cuando llega acá debe calmarse, bajar uno o dos cambios para poder desenvolverse, porque los internos más viejos o más experimentados son los que llevan la batuta. Los jóvenes llegan con todo su ímpetu, su vitalidad, pero acá deben frenarse.

También pasa que lo que ocurre afuera de la cárcel repercute en el interior, o lo mismo al revés. Afuera, por lo general cuando bandas rivales o de comunas diferentes tienen problemas entre ellas, siempre hay alguna consecuencia en la unidad penal. Porque aquí la población penal se divide por sus comunas, entonces cuando un interno llega, lo primero que hace es buscar a los otros compañeros de delito en su comuna.

¿Es posible reinsertarlos en la sociedad? Es muy complejo dar una respuesta tan tajante de si los reos se rehabilitan o no. Aquí trabajamos con personas que en algún momento de sus vidas torcieron el camino de sus vidas y cometieron algún tipo de delito, pero hay otros que son totalmente reincidentes, por lo que cuesta mucho trabajar con estas personas, aunque no es imposible.

Hay muchos que continúan trabajando afuera en alguno de los oficios que aquí aprendieron y eso se ve también en un cambio cultural que se está dando en esta unidad penal. Antes, esta era una de las cárceles más peligrosas de Sudamérica, pero ahora no. Antes, era mal visto el interno que trabajara, porque la cultura carcelaria miraba mal que un ladrón o un delincuente se ganara la vida trabajando; ahora, esto cambió totalmente. Aquí sí se dan más oportunidades de reinserción social y varios las toman de buena forma”.

Juan Manríquez (42), preso: “Pocos se preguntan cómo un delincuente llegó a serlo”

Juan Manríquez Jiménez (42) cumple condena por tráfico de drogas. Actualmente, cursa el taller de metalurgia para internos en la ex Penitenciaria de Santiago, que dicta la fundación Paternitas. Foto: Andrés Pérez

“La sociedad es una responsabilidad compartida y todos tenemos que aportar para hacerla mejor y eso es algo que se ha perdido. Obviamente, un delincuente tiene una mente torcida, que va en contra de esto, por algo es un antisocial, pero lo que pocos se preguntan es cómo fue que llegó a esto.

Yo ingresé a este mundo delictual a los 12 años, y lo hice porque era lo único que sabía hacer. Mis padres me dejaron en la Ciudad del Niño cuando tenía dos años porque no tenían las condiciones para mantenerme y prácticamente no los conocí, apenas los veía una vez al mes.

Mi papá maltrataba a mi mamá -que sufría una discapacidad física- y además era ladrón, entonces con todo eso, con el abandono que sufrí, lo único que sentía en mi corazón era rabia. Rabia con todo el mundo, con mis padres, con la sociedad, con todos. Y pienso que muchos de los jóvenes que hoy están delinquiendo están pasando por algo parecido, porque la sociedad comienza por la familia.

Y puede sonar extraño lo que voy a decir, pero creo que la sociedad tiene una deuda grande con la población penal, porque la gran mayoría fuimos niños que no tuvimos ninguna oportunidad, solo recibimos exclusión y maltratos. Entonces, ahora muchos pueden pensar: ¿por qué te deberían ayudar, si cometiste delitos? Y está bien que pague, porque fue un grave error que cometí, pero, ¿por qué no se me enseñó otro camino antes?

Desde los 12 años, cuando comencé a delinquir, vivía a la orilla del Mapocho. Y ahí éramos muchos con la misma historia y todos veníamos de hogares de menores. Entonces, uno piensa: si las instituciones saben que hay niños delinquiendo, tienen las fichas de ellos, ¿por qué no se hace algo antes? Creo que ahí está el centro del problema con la delincuencia que hoy estamos sufriendo.

También hay un problema en la entrega de oportunidades a la gente que estuvo presa. Yo lo viví. Ahora estoy cumpliendo mi segunda condena por tráfico de drogas y no quiero justificarme, pero también lo hice porque no pude encontrar trabajo. Cuando cumplí mi primera condena por robo, salí a la calle y trabajé como guardia -que es uno de los peores trabajos que puede hacer un ex preso, es muy mal mirada-, pero lo hice igual. Para entrar a la empresa tuve que falsificar mi certificado de antecedentes, porque nadie quería darme una oportunidad. Me mantuve varios años en ese trabajo, hasta que me descubrieron y me echaron; me marcaron, no pude trabajar en ninguna otra empresa de seguridad. Ahí caí en depresión, volví a sentir rabia del mundo y terminé delinquiendo y, luego, preso.

Creo que son muchos los internos que quieren una oportunidad porque, al final, todo el mundo comete errores, desde los presidentes hacia abajo, pero con nosotros hay un estigma que en casi todos los casos se carga desde chico y eso determina muchas veces el rumbo que un niño va a tomar como adulto. Nunca tuve las oportunidades que ahora tengo y, si alguien me hubiese enseñado, se hubiese preocupado por mí, pienso que mi historia hubiese sido otra, aunque ahora estoy queriendo cambiar mi historia, porque tampoco quiero que mis hijos sean delincuentes, y por suerte no lo son”.

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