Papa Francisco: su vida

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Austen Ivereigh, periodista británico y autor de la biografía papal El gran reformador, sostiene que la infancia de Jorge Bergoglio en Buenos Aires fue determinante en la "cultura del encuentro" que hoy promueve el Papa Francisco.




Aunque se ha escrito mucho sobre la influencia en él de sus abuelos paternos piamonteses, y en especial de su abuela Rosa, la familia del lado de su madre puede ser la mejor clave para entender mejor qué guía al Papa Francisco.

La familia de la madre de Jorge Bergoglio en Buenos Aires era la de unos genoveses que peleaban a menudo. En una inusual e íntima carta, el Papa ha descrito cómo esas disputas lo traumatizaron cuando era pequeño. "Creo que esta situación que viví cuando era chico me marcó mucho y creó en mi corazón el deseo de que las personas no peleen sino que permanezcan unidas. Y si pelean, que consigan ser amigos", escribió el Papa en una carta, la cual leyó el Padre Alexandre Awi Mello durante una conferencia en Chile, en abril de 2015.

Y el Papa añadió: "Creo que en esa historia hay algo como la semilla de lo que, a lo largo de los años, conceptualizaría como la 'cultura del encuentro'".

Siendo un joven jesuita, Bergoglio llegó a su mayoría de edad en un país y un tiempo donde reinaban los extremos, tanto en la sociedad argentina como dentro de la misma Iglesia. Como joven líder de la provincia argentina de la Sociedad de Jesús, tuvo que moverse entre dichos extremos, entre las guerrillas nacional-marxistas y un Ejército reaccionario, así como entre modernizadores y tradicionalistas dentro de la Iglesia. Él tuvo que encontrar un camino que trascendiera a estas divisiones, que forzara una unidad y un proyecto común.

Él lo encontró en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, que invitan a las personas a vivir en las tensiones y paradojas que brinda la encarnación: entre Dios y el hombre, este mundo y el próximo, lo universal y lo particular, por nombrar algunos ejemplos. Vivir en ese estado de tensión en oración significa abrazar lo que parecen contradicciones, pero que en realidad son contrastes polarizados: las cosas que se mueven en distintas direcciones son las más fructíferas cuando se mantienen juntas.

A la gente no le gusta esta tensión. Las ideologías, con su simple blanco y negro, su nosotros-versus ellos y su lógica de los buenos y los malos, son tentadoras porque ofrecen una salida a esas tensiones. Pero lo que finalmente pasa es que generan una contrarreacción, condenando a la Humanidad a ciclos de conflictos sin fin que pronto se tornarán violentos.

El camino de Dios, el camino sagrado, es mantener la integridad de los dos polos opuestos al mismo tiempo, rechazando la lógica de la contradicción. En lugar de decidir si somos físicos o espirituales, activos o contemplativos, globales o locales, debemos aceptar que somos los dos al mismo tiempo. Bergoglio descubrió que esto es dinámico y fructífero, porque deja espacio para que el Espíritu Santo genere una tercera y creativa vía, la cual no destruya ninguno de los polos.

Tal como lo constató en 1994: "Una tensión no se puede resolver por la asimilación de uno de los polos, ni por síntesis (de tipo hegeliano) que anule las polaridades. La tensión… debe resolverse es un plano superior, que no sea síntesis, sino que la resolución contenga virtualmente las polaridades tensionantes".

En este discurso se refería a la Iglesia, pero con el transcurso de los años ha aplicado el concepto a lo que él llama la política grande, el arte de forjar unidad en un espacio tan plural como es la democracia moderna. Esta es la tarea de los políticos, del liderazgo: tomar los intereses y puntos de vista opuestos y forjar un consenso, en tanto que los polos no sean auténticas contradicciones (entre el bien y el mal, por ejemplo).

Estas tensiones polares no se resuelven forzando a las diferentes partes a estar de acuerdo con una solución impuesta, sino haciendo que trabajen juntas, que entren en una relación. Solo así se creará la oportunidad de generar un "nuevo proceso", que en el momento en que se involucran las partes puede parecer invisible. Pero al crear ese proceso, se abrirá un espacio para que el Espíritu Santo actúe y reconcilie.

En 2011, el Papa escribió una brillante reflexión como parte del Bicentenario de Argentina, sugiriendo que la clave para un futuro post-polarizado recae en saber aguantar tres tipos de polaridades: plenitud y límite, idea y realidad, globalización y localización. Ello, para decir que en cada caso una nación estará mejor cuando mantenga unidas estas polaridades tensionantes.

Este "pensamiento reconciliador" es la dorada amenaza que ha guiado toda la vida de Francisco. Tal como expuso brillantemente el profesor Massimo Borghesi en su última publicación Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual, el Papa no solo tuvo la idea de realizar una tesis sobre el pensamiento polar de Romano Guardini, sino que trabajó en ella durante cuatro años. Aunque no llegó a publicarse ni defenderse nunca -cuando la estaba terminando fue nombrado obispo-, trabajó durante todos estos años para desarrollar el concepto de la "cultura del encuentro".

Eso significa, tanto en la Iglesia como en el mundo, centrarse en las realidades concretas y aceptar las tensiones necesarias, que son señales de vida orgánica. Eso significa no tener miedo a los desacuerdos. Y significa mantener unidas las cosas que parecen separarse.

En la Iglesia eso significa, por ejemplo, mantener en unión la verdad y la misericordia, lo universal y lo particular. La Iglesia debe perseguir la verdad, sin miedo, y nunca tratar a dos personas igual. Debe mantener los más altos ideales, pero ser consciente de las circunstancias concretas en que las personas viven.

La "conversión pastoral" a la que llama la Iglesia es reconocer que los católicos han sido buenos en la verdad, pero no del todo misericordiosos. Si la Iglesia no es "cercana y concreta", entonces la verdad que persigue se vuelve un mero sistema ético.

En Chile, Francisco predicará esta cultura del encuentro en política y una conversión pastoral en la Iglesia. Ambas son una invitación a vivir fielmente, como lo hizo Jesús, en las tensiones de la Encarnación, confiando que es ahí donde el Espíritu Santo nos enseñará que lo que vemos como contradicciones son, en realidad, contrastes fructíferos.

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