Sergio Zapata, el diseñador histórico de las tablas locales

Con más de 80 años y 40 de trayectoria, el escenógrafo del Teatro Nacional recibió el Sello de Excelencia de manos del ministro de Cultura, Ernesto Ottone, en la gala del Día del Teatro.




Las matemáticas jamás le entraron en la cabeza. En una escuela que ya no existe en Quinta Normal, donde se crió, Sergio Zapata (1934) oía a sus compañeros recitar las tablas de multiplicar, y él, uno de los pocos que no aprendió más allá de la del 3, se la pasaba con la cabeza metida entre los hombros, trazando vestidos y universos imaginarios.

Era el menor de cuatro hermanos, al cuidado de una madre obrera de manos ásperas. "Estaba en 5° de preparatoria, y no sé cómo me metió al Liceo Juan Bosco. La educación era tan buena ahí que salí hablando inglés y francés de corrido", cuenta. Tras él, en efecto, cientos y cientos de libros -sin exagerar- que cubren las paredes de su departamento en calle Lira, donde vive solo hace más de tres décadas. De historia del arte, del teatro y, cómo no, de diseño teatral, disciplina a la que dedicó su vida.

Lleva "más de 40 años de circo", dice. Tras salir del colegio, encontró trabajo como trajefondista, un oficio que desapareció con los años, y que lo tenía horas al día retocando retratos en un taller en Carrascal. "Eran parejas a las que debía vestir y peinar, todo sobre un marco de vidrio convexo, con lápices pastel. Por varios años estuve sin huella dactilar por eso. Hoy casi ni se hacen. Creo que solo se venden como objetos kitsch en el Persa", dice.

Un día halló en el diario un aviso para postular a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Y, más abajo, a la nueva carrera de Diseño Teatral. "Era espantosamente tímido, no había cómo sacarme palabras. Para peor, además de la prueba de dibujo, había que entrevistarse con el director de carrera: Agustín Siré". Cuando lo tuvo en frente, quedó mudo. "Me dejaron como alumno condicional hasta la mitad de ese año", recuerda. "Eramos muy pocos, siete u ocho nada más. De hecho, fui el único que se tituló de esa generación". Tras su egreso, y ya reconocido en el medio artístico, fue funcionario de planta en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, viajó becado a Francia, Estados Unidos (a la U. de California) y Alemania (en el Teatro Kammerspiele). En estos años, repasa de memoria, diseñó vestuarios, escenografías e iluminación de obras de Shakespeare en Chile y el extranjero, de Alejandro Sieveking (La remolienda) y el Teatro de la U. Católica (María Estuardo). "También trabajé en televisión como director de arte en La Torre 10, Pampa Ilusión y Sucupira", cuenta.

Tras el debut de su más reciente trabajo en el Teatro Nacional Chileno con Esperando la carroza, de Jaboso Langsner, dirigida por Raúl Osorio, acaba de recibir el Sello de Excelencia de manos del nuevo ministro de Cultura, Ernesto Ottone, en la gala que se realizó anoche en el Teatro Novedades. "Es un bello homenaje, pero creo que la cultura y las artes chilenas están en deuda con el diseño. Nunca se le ha dado el Premio Nacional de Arte a un diseñador teatral. Este trabajo suele ser muy solitario, y es peor aún cuando pocos lo reconocen".

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