Columna de Anders Beal: ¿Cómo enfrentar la encrucijada del siglo XXI? El argumento por una relación estratégica Chile-EE.UU. ante la crisis climática

Vista aérea de vacas en un terreno que solía estar lleno de agua, en la laguna de Aculeo en Paine, el 9 de enero de 2019. Foto: Reuters

Por Anders Beal, investigador y asociado senior del Programa Latinoamericano en el Woodrow Wilson International Center for Scholars en Washington, DC.

Estamos en plena encrucijada del siglo XXI con el cambio climático. Es evidente que nuestras acciones hoy nos podrían llevar a muy distintos escenarios en el futuro. En todo caso, la democracia chilena puede ser un ejemplo mundial para responder a las tensiones sociales y desarrollar nuevas estrategias para enfrentar la crisis climática -poniendo énfasis en la gobernanza como una respuesta clave- junto con la larga y diversa experiencia del país.

Durante el 11 de septiembre habrán pasado cinco décadas desde el golpe militar en Chile. Y el 5 de octubre, serán 35 años desde el retorno a la democracia. Aprender de estas transiciones políticas entre autocracia y democracia, es sumamente importante para el mundo en este momento, dado las pésimas actitudes hacia la política en varios países latinoamericanos y la continua amenaza del populismo, incluso en Chile, que también se enfrenta a sus dificultades y desacuerdos desde las protestas del estallido social.

Sin embargo, el funcionamiento de cualquier gobierno en el mundo depende de una ciudadanía involucrada, que esté comprometida con los valores democráticos y en el mejor de los casos, llegue al consenso de que la polarización extrema -sea de izquierda o derecha- nunca lleva al mejoramiento de la sociedad ni a la entrega de bienes y servicios públicos a la ciudadanía. Para poder enfrentar el nexo de desafíos emergentes como la crisis climática y la pérdida de biodiversidad, la gobernanza democrática es crítica para evitar conflictos sociales y entregar soluciones justas. También las alianzas internacionales, con socios políticos y económicos que comparten valores de defensa y fortalecimiento de la democracia es muy importante.

El diálogo durante este hito nacional de los 50 años del golpe, pudiera ser una oportunidad para unir al pueblo chileno y disminuir la polarización política, así contar con el involucramiento de diferentes generaciones políticas que existen dentro y fuera del gobierno del Presidente Gabriel Boric. También es una oportunidad para definir nuevos proyectos legislativos con la oposición para fortalecer aún más las políticas de Estado, en temas relacionados con la energía renovable y el medio ambiente, el papel global de los minerales críticos, y el desarrollo de nuevos conocimientos en ciencia, tecnología e innovación. Estas prioridades gozan de una larga trayectoria no partidista en Chile y representan temas centrales para el futuro del país. Sería lamentable durante esta histórica conmemoración no también pensar en el futuro del país y la postura de su política exterior, incluso en sus relaciones con Estados Unidos.

Una vaca en un terreno que solía estar lleno de agua, en la laguna Aculeo en Paine, el 14 de mayo de 2018. Foto: Reuters

Ya es muy claro hoy que la intervención encubierta en Chile durante el gobierno del Presidente Richard Nixon, no fortaleció la seguridad nacional de Estados Unidos ni reflejaba los intereses o valores democráticos de su pueblo. Dos años después del golpe de Estado en Chile, se investigaron en los comités del Congreso liderados por el senador Frank Church y el representante Otis Pike, y se avanzó en cómo reformar a los servicios de inteligencia estadounidense y tener una mayor responsabilidad para la protección de los derechos humanos. Pero la sombra de Augusto Pinochet seguía en Santiago y un año después, en 1976, el general chileno ordenó el primer ataque terrorista en suelo estadounidense con el asesinato de Orlando Letelier.

Las opiniones desde la Casa Blanca sobre Augusto Pinochet y la junta militar se convirtieron pronto en una mirada no partidista ya que ambos gobiernos de Jimmy Carter y luego Ronald Reagan, vieron una transición democrática en Chile como la única manera de volver a una relación bilateral normalizada que sería alineada con los 150 años de democracia chilena que ocurrieron antes del golpe de Estado. Se espera una oportunidad para diversas voces de reflejar sobre esta naturaleza sensible y utilizar nuestra historia conjunta de los últimos 200 años para informar una nueva vía hacia el futuro.

Respetar el pasado y la memoria colectiva que sigue intacta para muchos en Chile sirve para pensar en acciones concretas para definir esta hoja de ruta importante, pero se necesita una conversación franca y sincera entre Chile y EE.UU. para poder señalar que nuestros intereses hoy son más compartidos que nunca, que el éxito de la sociedad chilena y la fuerza de su democracia puede ser un ejemplo en contra de tendencia autocrática creciente e influyente no solo en Latinoamérica, sino en todo el mundo. No existe mejor oportunidad para considerar esta visión compartida que definir la encrucijada en que estamos, viendo cómo desarrollar y profundizar nuestras relaciones bilaterales en la cooperación estratégica ante la crisis climática y otros retos para la gobernanza democrática en el hemisferio.

Propuestas para una mayor colaboración bilateral

Primero hay que entender la crisis actual. Los cambios relacionados con el calentamiento global que fueron proyectados muchos años en el futuro, ya están ocurriendo hoy. Según la Organización Meteorológica Mundial, el fenómeno de El Niño podría iniciar un nuevo récord de calentamiento global. Existe la posibilidad que alcanzaremos aumentos de 1,5 grados Celsius, quizás temporariamente, entre 2023 y 2027. Esto va en contra de los objetivos del Acuerdo de París, cuyo base es limitar el calentamiento global a menos de los 1,5 grados Celsius de la era preindustrial para el final de este siglo. Es decir, estamos entrando en un momento de emergencia internacional que requerirá coordinación y solidaridad con los más afectados y vulnerables ante una ecología cambiante y frágil. Los recurrentes incendios forestales en Chile son un ejemplo de esto. No unirnos en este momento crítico, será cuestionado amargamente por futuras generaciones, ya que mantenemos la capacidad tecnológica para descarbonizar la economía global de forma rápida.

Chile es un actor de prestigio internacional y un socio importantísimo para esta transición sostenible que el mundo necesita de manera urgente. Por lo tanto, para poder generar consenso lo más antes posible y definir propuestas concretas para formalizar la profundización de nuestras relaciones económicas, formando una alianza estratégica con EE.UU. es clave. El Presidente Joe Biden firmó la ley para la Reducción de la Inflación, IRA, por sus siglas en inglés, en agosto del año pasado. Esta ley fue inicialmente parte de un proyecto legislativo mucho más ambicioso para impulsar la transición energética de EE.UU., pero faltaban los votos necesarios para ser aprobado en el Congreso.

Vista aérea de la planta fotovoltaica Quilapilum en Colina, a unos 40 km al norte de Santiago, el 20 de agosto de 2019. Foto: AFP

No obstante, la IRA es una política transformacional, con un tremendo beneficio para Chile y sus recursos de minerales críticos. Según el texto de la legislación, para el año 2026 habrá un requisito de importación de los minerales críticos para las baterías de los vehículos eléctricos, donde el 80% del litio debe provenir de los países que mantienen un tratado de libre comercio vigente con los Estados Unidos. Chile ya cuenta con un tratado de libre comercio desde 2004, que significa que la ambición política y económica de ambos países -más allá de los beneficios de intercambio comercial- requerirá un pensamiento más creativo para unir esfuerzos. ¿Cómo se puede iniciar este diálogo político y económico dado la trayectoria de nuestros 200 años de relaciones bilaterales?

Un próximo paso podría ser negociar el involucramiento de Chile en la Asociación de Seguridad para Minerales Críticos, o MSP, por sus siglas en inglés, una nueva iniciativa liderada por el Departamento de Estado. Esta iniciativa creada el año pasado es un esfuerzo multilateral de “reforzar las cadenas de suministro de minerales críticos esenciales para la transición de energía limpia” y “garantizar que los minerales críticos se produzcan, procesen y reciclen de una manera que ayude a los países a aprovechar todo el potencial de desarrollo económico de sus recursos minerales.”

La iniciativa MSP ya cuenta con la participación de países socios como Australia, Canadá, Finlandia, Francia, Japón, Corea del Sur, Noruega, Suecia, Reino Unido, y la Unión Europea. Se ha invitado la participación de otros países en las reuniones iniciales, como, por ejemplo, Argentina, Brasil, República Democrática del Congo, Mongolia, Mozambique, Namibia, Tanzania y Zambia. Chile podría ser un socio integral en esta iniciativa, vinculando sus recursos de minerales críticos con las cadenas internacionales y así aprovechar de nuevas fuentes de financiamiento e inversión, incluso en áreas de valor agregado y desarrollo tecnológico.

Más allá de fortalecer la diplomacia económica entre los socios de MSP y aprovechar de la IRA, Chile se podría beneficiar de vincular aún más al sector privado estadounidense. Aunque había confusión por el lanzamiento de la Estrategia Nacional del Litio, con algunos medios falsamente indicando una nacionalización total de la industria, el sector privado estadounidense sigue con el fuerte interés de colaborar y profundizar sus relaciones con las agencias gubernamentales y las empresas estatales de Chile.

Una forma de aprovechar este interés comercial sería crear un nuevo consorcio Chile-EE.UU. sobre inversión y desarrollo del sector minero y del litio, con énfasis en los beneficios comunitarios y el impacto ambiental. Hacer esto no sería muy difícil y podría ser semejante a lo que se hizo durante los gobiernos de Presidente Sebastián Piñera y el Presidente Barack Obama, donde se impulsó la creación de un Consejo Empresarial Chile-EE.UU. sobre Energía en el 2011. Lanzar una nueva iniciativa bilateral liderada por actores de la sociedad civil, por ejemplo, la Cámara Chileno-Norteamericana de Comercio (AmCham), entre otros gremios chilenos, sería un momento oportuno para expandir las colaboraciones y atraer inversión tanto de nuevos conocimientos científicos como tecnológicos.

Pero no se debe olvidar la importancia de la gobernanza democrática y su papel en la geopolítica internacional de energía. La transición energética es una transición política en muchos sentidos. Los países europeos que enfrentan una Rusia agresiva y beligerante, dependen de socios importantes, y junto con Estados Unidos buscan aliados con un gran compromiso no solo ante los derechos humanos y el Estado de derecho, pero en la acción climática. Chile es un socio único en este aspecto, por lo tanto, definir nuevos consensos entre los partidos políticos de Chile y examinar el desarrollo de una relación estratégica entre Chile y Estados Unidos podría generar importantes hitos para avanzar en la investigación y desarrollo de soluciones, marcando un nuevo capítulo en la relación bilateral para el futuro basada en los intereses mutuos.

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