¿Año nuevo, dieta nueva?

A pesar de los avances a la hora de reconocer la diversidad corporal y la importancia de proteger la salud mental, perder peso es una meta que persiste en muchas listas de propósitos. ¿Cuáles son las probabilidades de éxito a lo largo del año y por qué esta aspiración sigue tan presente?




Los primeros días de enero llegan como un soplo de aire fresco. O eso es lo que nos gusta pensar cuando, con muchas expectativas, trazamos un plan para cumplir nuestras nuevas metas. Una que persiste en lo alto de la lista de propósitos es la de perder peso. Se refleja en las cifras, en el aumento de consultas a nutricionistas durante el primer trimestre y en los gimnasios llenos que después van volviendo a su ocupación normal.

Aunque en los últimos años hemos tenido avances y conversaciones fundamentales para reconocer la diversidad corporal, normalizar estrías, celulitis y várices y entender que crecimos admirando estándares de belleza inalcanzables, el deseo de perder peso –solo por perder peso– sigue vigente. A veces, se escuda bajo el pretexto de la salud y el autocuidado. Otras, es un deseo más latente y culpable que choca constantemente con la aceptación personal.

Una meta que fracasa, una y otra vez

Andrea Valenzuela, nutricionista de la Clínica Alemana, nota este comportamiento en algunos de sus pacientes durante esta época del año. Sin embargo, para ella, empeñarse en adelgazar sin tomar otras medidas es un error y tiene grandes posibilidades de fracasar.

“La meta, más que perder peso o empezar una nueva dieta en esta época del año, debería ser otra”, que no está relacionada con la pesa: mejorar la salud en general, explica. “Se deberían buscar propósitos para hacer más ejercicio, mejorar la autoestima, acciones para prevenir enfermedades y sentirme mejor conmigo misma”, agrega.

Según un sondeo de Forbes, una resolución de año nuevo –entre las cuales una de las más nombradas es adelgazar– suele durar 3,74 meses. Solo el 13% de quienes establecen un propósito lo mantiene durante cuatro meses.

Los objetivos suelen estar mal planteados, opina Valenzuela, porque responden a la presión social que rodea la apariencia física y la creencia de que ser delgado es sinónimo de buena salud.

“Desde el punto de vista de salud, hay personas delgadas que pueden estar con la glicemia alterada, con el colesterol alto. Estar delgado no siempre es saludable. El sobrepeso puede llevar a que eso sea más prevalente, pero no es así en un 100%. Hay personas que tienen sobrepeso y que son sanas”, dice.

La delgadez sigue siendo un imperativo que se asocia con salud, bienestar, éxito e incluso felicidad, mientras que la gordura se asocia automáticamente con fealdad, enfermedad y malestar, explica Linda Urbano, psicóloga y activista del colectivo La Rebelión del Cuerpo.

La nutricionista Valenzuela explica que lo que se debería perseguir es un peso sano, que depende de cada persona y que nada tiene que ver con la apariencia física. “Un peso saludable es aquel en el cual no se asocian alteraciones metabólicas, no hay enfermedades asociadas. Tiene que ver con la salud, no con los kilos ni en cómo te ves estéticamente. También hay que considerar la salud mental, porque puedes estar delgado pero sufriendo mucho porque esto te exige mucho ejercicio, te exige no comer”, dice.

Distintas palabras, mismo mensaje

Es importante entender cómo, a pesar de todos los avances, la meta de ser delgados sigue asentada con firmeza. Una de las razones es que seguimos recibiendo miles de mensajes desde la publicidad, los medios de comunicación y las redes sociales que nos sugieren que el camino de la felicidad es la delgadez.

A simple vista podríamos afirmar que las cosas han cambiado cuando se trata de hablar del cuerpo, explica Tania Libertad, experta en publicidad con perspectiva de género. Pero este sería un análisis que se queda en la superficie, ya que no toma en cuenta que el tono y las palabras han cambiado, pero no el mensaje.

“Si bien ya no te dicen de manera literal que tienes que ser flaca, el mensaje sigue ahí en las personas que te muestran en las campañas y en quienes no muestran. Incluso en la forma en que se disponen a esas personas en un plano. ¿Quiénes van al frente y quiénes atrás? ¿Cuántos segundos aparecen?”, explica.

Para Libertad, no hay que olvidar que la publicidad es comunicación y que la comunicación crea realidades.

“Lo que decimos, mostramos y no mostramos desde la publicidad influye en la sociedad, refuerza estereotipos y transmite violencias”, explica. “Las infancias crecen pensando que ser personas delgadas es igual a salud, que la celulitis está mal, que las axilas oscuras están mal, que envejecer está mal, una presión que busca vender, pero que termina afectando a nuestra salud mental colectiva”, agrega.

Estos mensajes, cargados de lo que se llama violencia simbólica, suelen exacerbarse antes y durante el verano. Las expectativas que se tienen sobre el cuerpo aumentan por las actividades que implican una mayor exposición: playas, paseos, piscinas y vacaciones. “A nivel social y cultural existe la creencia de que debemos tener un cierto tipo de cuerpo para poder disfrutar de las actividades del verano”, dice Jessica Fernández, psicóloga de la Rebelión del Cuerpo.

Es en esta época se comienzan a promover dietas, planes de gimnasio, tratamientos de belleza, masajes reductores, cirugías y medicamentos, una “serie de acciones orientadas a conseguir aquel cuerpo ‘digno’ de mostrarse en el espacio público: delgado, tonificado, sin celulitis, sin estrías, depilado, sin imperfecciones, sin arrugas”, explica Fernández.

Este “bombardeo” de información ha causado un daño histórico en la salud mental de las personas, dice la psicóloga clínica especialista en TCA, Bárbara Velarde. “Afecta directamente y puede incluso detonar enfermedades de la salud mental como los trastornos de la conducta alimentaria y también exacerbar enfermedades como la depresión y la ansiedad”, asegura.

Las metas que sí pueden funcionar (en cualquier época del año)

El problema con las dietas, explica Valenzuela, es que tienen un principio y un fin. En cambio, lo único que va a tener un efecto positivo en la salud son los cambios en los hábitos diarios que puedan sostenerse a lo largo del tiempo.

La clave para eso es incorporarlos con una cuota de realismo y, sobre todo, según nuestros deseos. “Deberíamos plantearnos qué nos gusta. Si me gusta bailar, bailo. Si me gusta caminar, camino. Si me gusta andar en bicicleta, eso hago. Tengo que buscar algo que me guste para poder hacerlo a largo plazo”, dice. Lo mismo sucede con la alimentación. “Si no te gusta la fruta o la verdura y solo consumes comida procesada, debes plantearte como objetivo cambiar ese hábito. Empezar, por ejemplo, con una fruta a la hora de almuerzo y plantearlo como un propósito, buscar una que te guste y probar cosas nuevas. Para estar sanos no hay que dejar de comer, hay que comer más sano”, dice.

En resumen: no acudir a dietas extremas o milagrosas, ni dejar de comer. Tampoco resguardarse en los “súper alimentos” que prometen maravillas ni hacer una lista de comidas prohibidas. “Ser feliz con mi cuerpo, sentirme sana, prevenir enfermedades, tener más energía, mejorar la salud. Tener una buena convivencia y menos estrés. Si vamos abarcando estos objetivos, vamos a lograr tener un peso más saludable”, dice Valenzuela.

Las dietas restrictivas, destaca Bárbara Velarde, son el principal detonante a nivel mundial de los TCA. Un consejo que siempre le da a sus pacientes es tener especial ojo con las redes sociales, cuentas y personas que seguimos. “Si algo te causa ansiedad, si te genera algo incómodo, elimínalo. Es importante empezar a escoger la información que estamos recibiendo porque las redes sociales instauran creencias que pueden ser detonantes y dañinas. Nos encontramos con personas que hablan sobre la baja de peso y no están informados o calificados”, explica.

Para tener una mejor relación con nuestro cuerpo es importante tomar consciencia de cómo hemos sido socializadas y educadas a partir de estándares de belleza y juventud que son difíciles de sacudir.

Entender que “nuestra percepción de la belleza e imagen corporal está moldeada por estos mensajes (...) que nos dicen ‘cómo debe ser’ nuestro cuerpo”, explica Urbano.

Entender que somos más que un cuerpo y que nuestra imagen corporal no nos define.

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