El destino quiso que nos reencontráramos




“Hace unos años, por cosas de la vida, mi ex marido dejó de trabajar y tuve que ponerme manos a la obra para sacar adelante a nuestros 3 hijos. Entre medio de todo eso me encontré con la sorpresa de la vida: perdí mi casa, una casa pagada y sin deudas. Fue algo sin sentido, simplemente un gran descuido que desencadenó lo que terminó en una tragedia para mí.

A mi marido lo había querido mucho, pero lo de la casa y otras cosas hicieron que me alejara de él, porque finalmente nos dejó en la calle. Tuve que vivir un tiempo en la casa de mi hermana y estuve un año peleando con los abogados. Un año terrible en el que lo pasé muy mal. La incertidumbre de perder una casa, de no saber dónde iba a vivir con mi 3 niños, fue lo más horrible.

Un día, una amiga de años que tiene a su papá en Miami me dijo que me fuera para allá unos días. Era plena pandemia, así que los pasajes estaban súper baratos. Yo estaba harta, sin saber qué hacer así que senté a mis niños y les dije que no daba más, que necesitaba irme por unos días. Creo que incluso los más grandes se cuestionaron si es que me volverían a ver, así de mal estaba. Permisos para allá, permisos para acá y logré irme. Por supuesto que no le quise decir a nadie porque aunque eran sólo diez días, mi papá y mi hermana se enteraron y partieron al aeropuerto. Pero me fui, sola, llorando, mal. Ocho horas de llanto mientras miraba por la ventana.

Hace un tiempo yo había trabajado en la aerolínea así que una de mis amigas le encargó a otra que tuvieran ojo conmigo. Me llevaron un espumante y yo, que normalmente no tomo, me lo tomé. El hombre que iba conmigo bromeó sobre si yo tenía trato especial y la tripulante le preguntó si veníamos juntos. Él dijo que no, pero que si le llevaban un espumante, entonces sí. Nos sacamos las mascarillas para comer, conversamos dos cosas y ya. Él nunca me miró, andaba con argolla y yo no quería que nadie me hablara por lo triste que iba. Me acuerdo que le pregunté por qué iba a Miami y me dijo que se iba a comprar un departamento. ‘Hasta aquí sería’, pensé. ¿Qué podía hablar con un tipo que se iba a comprar un departamento en otro país cuando yo estaba perdiendo una casa? Me dí la vuelta, me tapé la cabeza y seguí llorando hasta el desayuno. Le regalé mi agua mineral y él me dió una tirita para afirmar la mascarilla por detrás. Eso fue todo, no supe más de él.

Pasó el tiempo, volví, perdí la casa y de a poco me fui recuperando.

Hace poco una amiga que es menor que yo me sugirió que conociera a alguien por redes sociales, que era entretenido y que me iba a servir como distracción. Y lo pasé bien. Salí con varios hombres, pero luego de un rato los tipos poco resueltos y con falta de compromiso te aburren. Eso fue hasta que conocí a Álvaro, con quien no teníamos muchas oportunidades de coincidir en la vida, ni siquiera tenemos conocidos en común. La primera vez que nos vimos sentimos una conexión tremenda. Mientras nos tomábamos un cafecito me dijo ‘oye, yo te he visto en algún lado’. Yo pensé que como él viajaba mucho por su trabajo quizás me había visto cuando trabajaba en la aerolínea. Pero él insistió. ‘Nosotros estamos conectados de alguna manera’, me dijo. En ese minuto no hice mucho caso a eso.

Un tiempo después, mientras desayunábamos, nos pusimos a hablar de los viajes y yo le comenté que había viajado a Miami en pandemia. De repente se me desbloquearon todos los recuerdos del viaje y me acordé de los detalles que había olvidado. Le hice varias preguntas, como si se acordaba de quién iba a su lado y qué estaba haciendo. Y sí, nos habíamos conocido hace casi 4 años en un vuelo de noche a Estados Unidos. Fueron momentos de mucha emoción. ¿Cómo coincidimos en la vida años después? No tengo idea. No lo entiendo. Siempre le digo que de la parka roja que estaba usando en el viaje se le salió un hilo y se me quedó enganchado, conectándonos hasta la próxima vez que nos viéramos.

Yo pensé que me iba a quedar sola y creo que él también. Yo no viajo nunca y las probabilidades de encontrarnos en esta vida eran mínimas. Podría haberme ido a Cartagena, al Quisco, a Algarrobo, a cualquier lado menos Miami. Pero no. Creo que la vida nos juntó por una razón. Que quizás mi mamá, que ya falleció, me está ayudando para no pasarlo mal todo el tiempo.

Sigo con mil problemas todavía, trabajando, pagando un mes el arriendo y el otro el dividendo, pero Álvaro es mi apoyo. Siempre he hecho todo sola, estoy acostumbrada a eso, pero tener una persona que se preocupe por mí ha hecho la diferencia y me ha traído la felicidad que añoraba. Además, mis hijos están contentos. La Anita, mi hija de 22, es la más feliz, me dice que me deje querer. No hay semana que no tenga flores o chocolate en mi mesa. Siento que soy una persona muy importante en su vida, que es alguien que me ama profundamente y que para él no es menor que hayamos coincidido nuevamente en la vida. Yo lo cuido y él me cuida a mí. Y aunque llevamos poco tiempo, estoy segura de que vamos a envejecer juntos, conectados por el hilito rojo de su parka”.

Viviana tiene 50 años y 3 hijos.

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