Cuando el amor no llega

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Hace cinco años terminé una relación. Ariel y yo éramos inseparables. Comenzó como una aventura a la que le puse pocas fichas, pero él, ingeniosamente, se ganó mi corazón con gestos románticos: invitaciones a salir a lugares perfectos, me mandaba canciones o se aparecía de sorpresa en mi casa con helado y galletas. Era cursi, pero le daba lo mismo. Él no le tenía miedo al ridículo, y eso a mí me encantaba.

Estuvimos un año y medio juntos. Vivimos en su casa durante una temporada, y nunca peleamos. De lunes a lunes, todo era perfecto. Pese a tener personalidades muy diferentes, las cosas fluían bien. Obviamente teníamos discusiones, pero nada muy grave o que pueda recordar. Pero de un día para otro, en el verano de 2014, por razones que todavía me cuesta entender, todo se acabó. A Ariel le vino la típica crisis de los 30 y empezó a replantearse su vida. Él quería formar una familia, y a mí, por lo menos hasta el día de hoy, todavía no me llama mucho la atención ese tipo de planes. Creo que tener hijos está muy idealizado. Además, Ariel sentía que lo había dejado un poco de lado por mi trabajo. No se equivocaba, mi carrera era prioridad en esa época y me costaba bastante desconectarme. Eso lo aterró y fue súper duro para mí. En el fondo, lo que él quería decirme era que yo no era la persona adecuada para hacer su vida. Quedé con el corazón destrozado.

Intentamos muchas veces volver, de maneras serias, y a veces otras más casuales. Nos encontrábamos los sábados, después de alguna fiesta, y terminábamos enrollados. Hasta que un día decidí, por mi salud mental, que no podía seguir en ese limbo. Lo quería para mi vida, pero no como una aventura, sino como un compañero. Como un par. Cuando le comenté lo que me estaba pasando, Ariel me dijo que no sentía lo mismo. Que no estaba dispuesto a entregarme lo que yo necesitaba. No funcionó y me alejé.

Después de ese episodio, me desbandé. Vinieron chicos que conocí por Tinder, en fiestas, y amigos de otros amigos. Tuve encuentros casuales y también relaciones más estables, pero nunca logré conectarme con nadie de una manera más profunda. Me faltaba ese enganche, y algo en mí no lograba encontrarlo. Entonces empecé a asustarme. Sentí que de pronto el amor, como si fuera una especie de órgano vital, había sido extirpado de mi cuerpo. Me encontré solo, siempre romántico, pero solo. Con cierta vergüenza, debo reconocer que incluso pensé que tenía un chakra cerrado. Así que fui a especialistas alternativos a tratar este problema.

Pero siguen pasando los años y, aunque tengo toda la disposición de comenzar una relación romántica basada en el compañerismo, la lealtad y el aprendizaje, aquí estoy: soltero y sin moros en la costa. Sé que para muchos este estado amoroso puede sonar entretenido, sin embargo, hay una etapa en que la diversión se termina. Extraño entregarme a alguien sin ser juzgado, conversar, escuchar. Y no es fácil. De verdad pienso que ya no quedan personas solas para mí, y si las hay, desafortunadamente no tengo cómo conocerlas. Me recorrí todas las aplicaciones de parejas, una y otra vez, siempre tuve la mejor disposición para salir, pero después de tanto tiempo, estoy frustrado. Ya pasé por esa etapa de reencontrarme conmigo mismo, conocerme, y quiero compartir este mundo interior que descubrí con alguien más.

Además, y para mi mala suerte, estoy en esa etapa en la que todos los amigos se empiezan a casar y hacen ceremonias simbólicas (eso parece que está muy de moda), o simplemente se van a vivir juntos. Ya me aburrí de ir solo o con amigos. Ansío encontrar a ese partner. No me quiero convertir en el tipo de persona que no cree en el amor. Pero hay una especie de cuenta regresiva que me hace sentir, a cada rato que no, que el amor no es para mí.

Ariel y yo ya no nos vemos. No nos tenemos en redes sociales, porque por mucho tiempo evité ver sus cosas. Pero, masoquistamente, más de una vez lo espié. Vi cómo comenzaba nuevas relaciones y hacía alarde de esos nuevos amores en Instagram con fotos lindas y textos melosos. Y aunque me cueste admitirlo, me da mucha rabia no encontrar a esa persona con la que yo pueda compartir.

Con el tiempo he podido ver las cosas con más distancia, he aprendido de mis errores y soy consciente de lo que no volvería a hacer en una relación. No quiero que mi carrera sea mi prioridad y que termine por apoderarse de toda mi vida. Y he cultivado en mí cosas que siempre quise ser o hacer, pero que antes no me atrevía. A pesar de todo eso, igual siento una especie de malestar, porque ya van cinco años. Cinco años de soltería que he disfrutado mucho, pero donde también añoro compañía y amor. ¿Cómo se encuentra a esa persona nueva? ¿Cómo se logra esa nuevamente esa conexión?

Andrés Vildósola tiene 30 años y es periodista.

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