El hábito del ajedrez

Fue la niña prodigio del ajedrez en Argentina. Ganó cuatro veces el campeonato nacional y varios sudamericanos. Pero a los 17 años dejó el juego por hacerse monja. Seis meses después, abandonó el convento, se reencontró con un antiguo novio y se casó con él. En 1999 tuvo un accidente en auto donde murieron sus padres y, desolada, se fue a España. Hoy, 25 años después, volvió a ser la número uno del ajedrez argentino. Estas son todas las vueltas de la vida de Claudia Amura.




Paula 1158. Sábado 11 de octubre de 2014.

1978. Mientras su padre juega al póker en el club Jaque Mate de Buenos Aires (no apuesta de su bolsillo: le pagan un sueldo para que arme la mesa), Claudia Amura, de 8 años, juega al ajedrez con gente mucho más grande que ella. Aquí aprendió mirando, sin que nadie se sentara a enseñarle los movimientos de las piezas, las reglas del juego. El padre la ve jugar, se preocupa, pide disculpas, interrumpe un segundo su partida de póker y advierte:

–Cuidado, la nena va a romper el reloj.

El contrincante de Claudia le contesta:

–No va a romper nada, don Luis, quédese tranquilo. La nena juega muy bien.

Entre los habitués del Jaque Mate están Miguel Najdorf, Jacobo Bolbochán y otras glorias del ajedrez argentino. Claudia Amura tiene un talento natural: a los ocho años empieza a ganar sus primeras partidas en el club y a comprender que el ajedrez será su vida. La rutina de acompañar a su padre al Jaque Mate rinde sus frutos bien rápido: Claudia cada vez juega mejor. No sabe, todavía, que con el tiempo será Gran Maestra Internacional, varias veces campeona argentina y sudamericana. No sabe, todavía, que miles de niños en la Argentina y en otros países aprenderán el juego a través de un método inventado por ella. No sabe, todavía, que entrará en un convento con la intención de ser monja y que sus padres lucharán por sacarla de allí. No sabe, todavía, de marido, de hijos, de accidentes fatales. Por ahora es apenas una niña que se divierte y que juega al ajedrez en Buenos Aires.

2014. Enterado de que viajaba a la provincia de San Luis, donde Claudia vive ahora, para entrevistarla, un amigo me dijo:

–Ah, vas a entrevistar a la piba.

–Bueno, tiene 43 años –le aclaré–. En todo caso es tan "piba" como nosotros…

Claudia Amura se instaló en la memoria de mi generación como una niña prodigio, como esos de la tele que ganan millones de pesos respondiendo sobre los griegos o resolviendo intrincadas ecuaciones matemáticas.

Luis Amura –el padre de Claudia– fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano en la Argentina. Era muy católico, lector de filosofía cristiana, interesado en Chesterton. No estaba muy seguro de su fe y temía que a su hija Claudia le ocurriera lo mismo. Estimulaba en la menor de sus hijas la lectura de novelas de autores católicos como el propio Chesterton, Graham Greene y Morris West. La madre de Claudia, Betsabet Gramajo, también era creyente, pero su fe era más espiritual y menos filosófica, más ciega y menos estudiada que la de Luis. Tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, Luis se quedó sin trabajo y, como no tenía casa propia ni ahorros, la familia debió mudarse a una villa de emergencia, hasta que a Luis le salió la jubilación y pudo pagar el alquiler de un apartamento.

En 1979 Claudia jugó su primer torneo, no entre infantiles sino entre mayores: nada menos que el Gran Prix, el más fuerte de los torneos abiertos que se disputaba en la Argentina. Sacó 3½ puntos, una enormidad para una niña de 9 años. De ahí en adelante los progresos fueron cada vez más vertiginosos. Empezó a frecuentar el club de ajedrez Torre Blanca y a tomar clases con el maestro Antonio Anelli. Una tarde, Anelli le dijo que ya no podía seguir enseñándole porque la alumna había superado al maestro. Le sugirió entonces que tomara clases con Óscar Panno, acaso el más grande ajedrecista argentino de todos los tiempos. Eso hizo.

En 1979 Claudia tenía 9 años y jugó su primer torneo, no entre infantiles sino entre mayores: el Gran Prix, el más fuerte de los torneos abiertos que se disputaba en la Argentina. Sacó 3½ puntos, una enormidad para una niña. De ahí en adelante, los progresos fueron cada vez más vertiginosos.

Claudia nos pasa a buscar por el aeropuerto de San Luis: el rasgo más distintivo de su vestimenta es una enorme cruz plateada en el pecho, que la identifica como "cursillista", participante del grupo católico Cursillos de cristiandad. Nos pasea por la ciudad de San Luis (capital de la provincia del mismo nombre), interrumpe su relato una y otra vez para indicarnos los monumentos, la casa de gobierno, los barrios construidos merced a los planes de viviendas. Así será durante los dos días que pasemos a su lado: conversaciones sobre su vida y su historia interrumpidas por observaciones de guía turística militante.

Claudia nos lleva a la ciudad de La Punta, donde ella misma vive, y nos pasea por la universidad, donde diseña programas educativos de ajedrez que se aplican en toda la provincia. En la universidad hay algunos ploteados desde la pared hasta el techo que la felicitan por su condición de campeona argentina de ajedrez.

Claudia reflexiona hoy sobre su forma de jugar:

–Creo que soy muy táctica, muy agresiva, desorganizada, me gusta sacrificar piezas. Panno me enseñó a jugar de un modo más estratégico. Cuando juego estratégico lo hago bien, pero no es lo que más me gusta. Panno me decía: "Vos jugás para dar espectáculo, y yo le replicaba: ¿Y si no para qué jugás? Panno decía: Te gusta tener la aguja del reloj arriba, estar apurada por el tiempo y que venga todo el mundo para ver cómo sufrís. Y yo le respondía: y bueno, yo soy así. Si al ajedrez no lo hacés espectacular no lo vendés. Mijaíl Tal, Bobby Fischer, Kaspárov, esos son los jugadores que me gustan: los que juegan con magia, con alegría, son los que hacen las partidas más lindas, las que a la gente le gusta mirar".

Por sugerencia de su padre, Claudia no cursó la escuela secundaria. Don Luis le dijo que si se dedicaba 100% al ajedrez la iba a apoyar. En 1984, a los 14 años, fue campeona argentina en infantiles. En 1985, un día después de cumplir los 15, fue campeona argentina en mayores. Por entonces aún existían las partidas "suspendidas" que se reanudaban al día siguiente. El cumpleaños de 15 años de Claudia coincidió con la penúltima ronda del torneo. Sus padres le habían hecho una torta con un tablero de ajedrez de casilleros blancos y rosas. Por la mañana, Claudia había suspendido su partida con una cierta ventaja: si la ganaba, se consagraba campeona. Por la noche, el grueso de los invitados a su fiesta de cumpleaños eran ajedrecistas. Tras los valses de rigor, se vivió una escena por demás extraña: una quinceañera de vestido blanco analizaba una partida suspendida junto a sus invitados sobre el tablero de la torta. Valió la pena tanto desquicio: a la mañana siguiente, Claudia ganó la suspendida y fue campeona.

2014. San Luis. El hijo de Claudia Amura, Gilbertito Hernández de 16 años, estudia ajedrez frente a una computadora. Claudia dice que se pasa horas estudiando, que tiene una disciplina que ella jamás tuvo.

En 1989, Claudia obtuvo su cuarto título de campeona argentina de ajedrez. Entonces decidió dejar de jugar el torneo. Ya no sentía ninguna necesidad de demostrar que era la mejor en su país. En 1990 empezó a jugar el campeonato sudamericano femenino y lo ganó tres años seguidos, cinco veces en total.

En un breve tiempo desconectada de los torneos por los padeceres de la salud de su padre, Claudia puso una escuelita de ajedrez en el club El Alfil Negro y se dedicó a la enseñanza. Inventó un sistema de canciones infantiles pegadizas que describen los movimientos de las piezas y la mecánica del juego. Las canciones son la base de su método para la enseñanza de ajedrez en el nivel inicial, el punto de partida de su programa en San Luis, y también fueron aplicadas en varios lugares de España, acompañadas por dibujitos animados.

La dama corre

como alfil y como torre

para todos lados

pero sin doblar

Sube, baja

y al costado

y en la diagonal

En 1990, los Amura dejaron Buenos Aires y se mudaron a Merlo, San Luis. Allí era posible comprar una casa propia a través de un crédito, y don Luis esperaba que el aire de la montaña lo ayudara a curarse de su enfisema pulmonar. Por entonces, Merlo era un pueblo de calles de ripio a la vera del monte, un pueblo de 7 mil habitantes, todos mayores o muy mayores de edad. Por entonces, internet no existía. Claudia salía de allí cada tanto para jugar torneos. En uno de esos torneos conoció al ajedrecista mexicano Gilberto Hernández y se puso de novia con él. La relación avanzó con mucha dificultad: los dos se la pasaban jugando en diferentes lugares, se veían poco y nada. Claudia empezó a dar clases en una escuela estatal de Merlo, con la cual solían colaborar unas monjas mercedarias.

En 1992 viajó a Buenos Aires y jugó el torneo metropolitano. Por los nombres y la categoría de los ajedrecistas era un verdadero campeonato argentino disfrazado. Estaban los mejores jugadores de la época: Sergio Giardelli, Marcelo Tempone, Jorge Szmetan, Pablo Ricardi, Pablo Zarnicki... Lo ganó con 8½ puntos sobre 11. El torneo no tuvo entrega de premios porque ningún hombre quiso ver cómo premiaban a una mujer.

Durante otro fugaz viaje a Buenos Aires, se enteró que ese mismo día, a miles de kilómetros, comenzaba el campeonato mundial femenino. Nadie en la Federación Argentina de Ajedrez se había tomado el trabajo de avisarle, pese a que Claudia era la número 12 del mundo y estaba, por lo tanto, clasificada para jugarlo. El golpe fue durísimo. Sintió que su carrera deportiva había tocado un techo. Lejos de Buenos Aires, sus posibilidades de progresar como ajedrecista se reducían al extremo de que ni siquiera había tenido la posibilidad de enterarse de que se jugaba un mundial. Poco tiempo después terminó la relación con su novio. Él quería seguir y ella pensaba que así, viéndose cada tanto, no tenía sentido.

En 1996 hizo un balance de su vida. Había tenido un novio y no había funcionado. Ya no iba a salir con otro ajedrecista, porque sería más de lo mismo. En Merlo no había mucha gente de su edad. La hermana Amelia la vio desorientada y le dijo que le veía futuro como monja.

–Pensaba que la persona que se casara conmigo tenía que entenderme y seguirme. No es que no me gustara ningún pibe, pero no veía ninguno como para casarme… Entonces me dije bueno, voy a probar con las monjas.

En una nota de Marcelo Maller publicada en Clarín el 9 de enero de 1997 se lee:

* Cambio de hábito. Claudia Amura dejó las competencias para ser monja.

LA AJEDRECISTA DE DIOS 

A los 26 años, la mejor ajedrecista argentina de la historia (y número 1 de América) estudia para monja en la Congregación Mercedaria, en Córdoba.

"Estoy muy bien... tranquila, haciendo lo que quería hacer" afirma Claudia Noemí Amura mientras camina a paso lento por la calle Mariano Fragueiro, en Alta Córdoba, rumbo a la iglesia de las Mercedarias. Amura, quien durante una década y hasta hace pocos días fue la jugadora número 1 del ajedrez argentino femenino, se dirige a la primera misa dominical. Exactamente, a las 8 de la mañana, cuando el calor de este verano en Córdoba comienza a castigar... Allí –pulóver de hilo blanco, pollera rosa hasta debajo de las rodillas, medias blancas y alpargatas del mismo color– Amura marcha acompañada por las religiosas y alumnas del Instituto Merced Niño Jesús. Desde el 29 de octubre, Amura estudia y reside en ese instituto.

–Entré con las mercedarias en el convento de Alta Córdoba. Cometí el error de no decírselo a mis padres. Mi papá era muy unido a mí y se enteró de mi decisión por los diarios. Casi se muere. Mi mamá también, decía que ella no había hecho nada y yo me fui de un día para otro. Entré como postulante. Usaba la misma ropa que tenía en casa, obviamente que no iba a andar en minifalda y tacos. Las hermanas te compraban ropa, o la familia te traía. Hacíamos obras de caridad, a veces te tocaba limpiar la capilla, a veces cocinar, a veces venía gente pobre a pedir comida… Me levantaba, hacía la oración de la mañana, iba a misa, desayunaba, hasta ahí era silencio, desde la noche hasta el desayuno. No es que te prohibían hablar, pero no tenía sentido. Cada una se tendía su ropa y se lavaba su habitación. No era un convento de clausura, pero tampoco es que salía a hacer compras o a mirar vidrieras. A veces venía mi familia a verme.

La prensa internacional también cubrió la noticia. El diario El tiempo de Colombia publicó el 15 de enero de 1997:

En 1999 Claudia sufrió un accidente automovilístico en el que murieron sus padres. Ella sufrió varias fracturas y quedó desolada.

CLAUDIA DEJÓ EL AJEDREZ PARA VESTIR LOS HÁBITOS

La ex ajedrecista Claudia Amura era acosada por un sacerdote católico antes de adoptar la decisión de internarse en un convento con la intención de convertirse en monja, denunció su madre, Betsabé Gramajo de Amura. La familia Amura reside en la ciudad de Merlo, en la provincia argentina de San Luis y la señora Gramajo sostuvo que el año pasado el sacerdote Omar Britos llegó a nuestra casa con sotana y todo para decirnos que quería casarse con Claudia (…) El denunciado pastor rechazó la acusación y respondió que el ataque contra su persona obedece a que los padres de la ex ajedrecista no comparten su decisión de convertirse en monja.

Sobre esa noticia, Claudia dice ahora:

–Mi mamá dijo eso para sacame de ahí. Mis padres estaban desesperados. Pensémoslo un poco: si te metes con un cura, no te vas a ir a encerrar a un convento, ¿verdad?

¿Pero de dónde salió? ¿Lo inventó todo tu mamá?

Ella pensaba que ese cura me había influenciado, pero cuando una toma una decisión semejante, no lo hace porque se lo dicen los demás. El asunto es que todo eso me afectaba y no me hacía bien ni a mí ni al convento. Para mí lo importante es que uno puede dedicar su tiempo al otro: vivís para Dios por sobre todas las cosas y para la comunidad.

¿Y por qué dejaste el convento a los seis meses, entonces?

Porque me sentía mal. No podía estar tranquila con mi nombre en los diarios, con todo ese escándalo.

Se fue a México, donde vivía una de sus hermanas. Se anotó para jugar un torneo y, claro, se reencontró con Gilberto. El saludo de él fue frío, distante. Tuvo la mala suerte de que un fotógrafo del diario mexicano Excelsior registrara el momento. Al otro día salió en la tapa, con el título La monja dejó el convento y se fue a buscar a su novio mexicano. Gilberto viajó a Cuba a jugar un torneo y –Claudia no lo sabía– a visitar a su novia. Aprovechando su ausencia, el padre de Gilberto, que la quería como a una hija, la invitó a pasar unos días con la familia Hernández. Gilberto volvió de Cuba un poco triste, sin novia. Claudia lo supo. Poco después, retomaron el noviazgo. Poco después, se casaron. Poco después, nació Gilbertito.

En 1999, la familia Hernández-Amura (por entonces, Gilberto, y los hijos Claudia y Gilbertito) visitó a los padres de Claudia. Habían pasado unos días en Mar del Plata, habían pasado por Buenos Aires y ahora regresaban a San Luis. Tenían un Renault 9 en el que siempre se turnaban para conducir. Pararon a cenar en Junín, provincia de Buenos Aires, y Gilbertito se durmió. Le tocaba conducir a Claudia, pero le pidió a su padre que la reemplazara, para cuidar de su hijo. En el asiento de adelante viajaban los hombres: don Luis y Gilberto; en el de atrás, Claudia, su madre Betsabet y Gilbertito. Cuando pasaron por La Carlota, provincia de Córdoba, Claudia le pidió a Betsabet que le alcanzara al bebé, que dormía en la falda de su abuela. Justo en ese momento chocaron.

El diario La Nación publicó la noticia el 8 de abril de 1999:

CLAUDIA AMURA SUFRIÓ UN GRAVE ACCIDENTE Y SUS PADRES MURIERON

(…) A las 3:10, el Renault 9 que se dirigía a San Luis, conducido por Luis Amura, de 75 años, embistió contra un camión que transportaba productos alimenticios de la firma Bagley, y que circulaba en sentido contrario por la ruta nacional Nº 8, a 20 km de La Carlota. Tanto el hombre como su mujer, Betsabet Gramajo, de 66 años, que viajaba en el asiento trasero (en el del acompañante se ubicaba su yerno Hernández), fallecieron en el acto.

La ajedrecista, en cambio, sufrió solo una fractura de cadera, fue llevada a un hospital de la localidad cordobesa, y luego, internada en el Hospital Regional Central de Río Cuarto, donde se informó que probablemente sea trasladada a Buenos Aires para ser operada.

–Teníamos el auto lleno de nafta. Gilbertito salió ileso porque yo lo tenía. Yo estuve dentro del auto como dos horas. Gilberto salió volando. Estalló el vidrio, se hizo un corte en la nariz y unos golpes en la rodilla, que es lo único que tiene. Ni fractura, ni nada. Yo tuve fractura de pelvis, de fémur, pero nada expuesto, y una de mis piernas quedó negra. Mi papá y mi mamá murieron en el acto.

Desolados por la tragedia, Gilberto, Claudia y Gilbertito se fueron a España en busca de nuevos horizontes. Allí nacieron Eduardo, Luis y Rocío Guadalupe. Allí se las arreglaron jugando torneos de partidas rápidas y representando a clubes europeos. Luego de los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004, decidieron volver a la Argentina. Y a San Luis. Como el gobernador de entonces, Alberto Rodríguez Saá, es un fanático del ajedrez, le propuso a Claudia que colaborara con la gestión de actividades ajedrecísticas y con la enseñanza del deporte en la provincia.

"Creo que soy muy táctica, muy agresiva, desorganizada, me gusta sacrificar piezas.ÓSCAR Panno me enseñó a jugar de un modo más estratégico, pero no es lo que más me gusta. Él me decía que jugaba para dar espectáculo, y yo le replicaba: Si al ajedrez no lo hacés espectacular no lo vendés".

Y así llegamos al final de esta historia, o casi. Hoy Claudia es una ajedrecista semirretirada –casada con Gilberto, otro ajedrecista semirretirado– que juega dos torneos por año y que se dedica a promover el ajedrez en su provincia. Pero resulta que en 2014 a un funcionario se le ocurre organizar un campeonato argentino femenino en San Luis. Algunas jugadoras formadas por Claudia tienen posibilidades. Claudia se entusiasma con la idea de entrenarlas. Un amigo le dice que, ya que está, ¿por qué no lo juega también ella? Y entonces, después de 25 años, cuatro hijos, seis meses en un convento y un accidente gravísimo, Claudia se pregunta: "¿por qué no?". Y vuelve a jugar el campeonato argentino. Y lo gana. Invicta.

–En medio del torneo, salió mi mentalidad ganadora. Cometí errores infantiles en la apertura, quedé perdida en una partida en la jugada 7, cosas que pasan por jugar de memoria, por arrancar las partidas desconcentrada. Pero esa partida me dije que no la iba a perder. Y terminé ganando.

Claudia acaba de representar al equipo olímpico argentino femenino en Tromso, Noruega. Con sus increíbles vueltas, la vida sigue para esta legendaria ajedrecista. Todavía hoy la hermana Amelia la visita en su casa y le dice: "Vos tendrías que haber sido monja". Entonces Gilberto Hernández, su marido, se ríe, le dice: "Llévesela, hermana", y la hermana Amelia insiste: "Si vos te hacés cargo de los chicos, yo me la llevo".

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