En su propia ley

Después de nueve años sin publicar, a fines de agosto Gonzalo Contreras lanzó Mecánica celeste, "mi mejor novela", dice. Es su primer libro escrito sin una gota de alcohol en el cuerpo, luego de 30 años en que tomó a diario. Aquí, habla de esta nueva lucidez y de los costos de su vida de escritor.




Paula 1138. Sábado 4 de enero de 2014.

El 10 de junio de 2010 es un día imborrable para Gonzalo Contreras. Esa madrugada, después de nueve años sin publicar, y de una breve pero intensa temporada en el infierno, recibió un mail de su única hija, Magdalena (22), estudiante de Arte, quien le enviaba una foto del avance de su obra: un retrato de él en gran formato. Algo pasó allí. "Un traspaso de energía. Es el momento en que ella se asume como pintora y yo decido retomar la escritura", recuerda Contreras, quien esa madrugada comenzó a trabajar en Mecánica celeste (Planeta), novela que publicó a fines de agosto de 2013 y que vino a poner fin a un largo silencio literario para un autor que desde su debut, en 1986 con los cuentos comprendidos en La danza ejecutada, no solo había publicado sistemáticamente cada dos o tres años, sino que con La ciudad anterior (1991) pasó a transformarse en una de las figuras más destacadas de la llamada Nueva Narrativa Chilena, grupo en el que también se asocia a Carlos Cerda, Jaime Collyer, Arturo Fontaine y Alberto Fuguet.

Una novela inconclusa tirada a la basura es una de las razones de ese largo silencio. La otra, un cambio radical en el orden de las cosas. Después de más de 30 años de beber diariamente, y de haber escrito cada uno de sus cuentos y novelas con el  training de un bebedor, a los 52 años Contreras decidió que era tiempo de parar, que necesitaba una renovación personal y, junto a eso, establecerse desde la otra vereda para volver a escribir.

"Desde que salí de la casa paterna nunca he constituido lo que puede llamarse un hogar. Me he planteado muchas veces si hubiese podido ser escritor con una pareja estable a lo largo del tiempo, niños y una vida súper ordenada.La respuesta es que en mi caso una vida convencional no hubiese sido muy productiva o tal vez hubiese escrito pero, evidentemente, sobre otras cosas".

¿Cómo era tu relación con el alcohol?

Si bien fui un bebedor excesivo, y tenía una especie de velocidad crucero, no dejaba cagadas ni hacía el ridículo. Tampoco era de esos alcohólicos que cambian de personalidad porque se toman un trago. Sí experimentaba una especie de euforia matizada. Era un bebedor muy experimentado, entonces tomaba, pero seguía funcionando, y bien: hacía mis talleres literarios, las clases en la universidad y escribía. No tengo culpas al respecto. Ahí están mis libros, ahí está mi obra. Te mentiría si dijera que sin alcohol me he transformado en otra persona. Soy el mismo. No es que haya sido un demonio y ahora sea un ángel.

¿Qué experiencia buscabas con el alcohol?

Buscaba una exacerbación de la sensibilidad y, sin embargo, finalmente el alcohol es un sedante y baja los niveles de percepción. Entonces, y sin ponerme canuto, decidí experimentar lo contrario: la lucidez total, mirar sin ese velo que me fue tan atractivo por muchos años.

En el terreno de la caricatura, el alcohol también está asociado al "escritor maldito". ¿Ibas para allá?

Sí, tomar también estaba relacionado con tentar al demonio, asunto al que hoy no le encuentro ninguna épica. En algún momento me vi seducido por esa imagen del escritor maldito. Maldito, pero no atormentado. Nunca he sido atormentado del todo. También, por cierto, había un elemento dionisiaco y cualquier situación era digna de ser celebrada con un trago. Un atardecer frente al mar, celebremos. Una buena conversación, celebremos. El alcohol también estaba asociado a la pena, con que me dejara una mujer; siempre hay una razón.

¿Por qué decidiste parar?

Digamos que tuve un patatús, pero mucho antes de ese episodio le venía dando vueltas al asunto. Decidí dejar de tomar porque uno debe cambiar, uno debe dejar de ser el mismo imbécil de siempre. Estaba hastiado de mí mismo. Tenía que cambiar el orden de las piezas del tablero y, llegados mis 50 años, quise hacer un cambio radical y lo único realmente radical que podía hacer era dejar de tomar. Y lo hice. De un día para otro. Sin ninguna terapia, ni tratamiento, ni medicamento. Solo. No tomo ni una gota de alcohol desde el 10 de junio de 2010. Se impuso en mí el concepto de superación, que es un impulso inherente al ser humano y que es una especie de renovación de la esperanza.

¿Te motivó también la experiencia de dejar el alcohol de tu amigo Diego Maquieira?

Sí. Recuerdo que cuando Diego dejó de tomar yo dije: "a mí no me queda mucho más para hacerlo". Diego fue una figura ejemplar (dice riendo).

¿Fue también un acto calculado para hacer una novela con otro filtro?

Absolutamehte. Diría que, de hecho, la Mecánica celeste tiene una observación más impresionista que el resto de mis novelas. Hay un pequeño cambio en la técnica, en el sentido de que hay un intento por rescatar la primera percepción de la cosa observada. Estoy convencido de que es mi mejor novela.

En la cafetería Sebastián es el título del retrato de Contreras hecho por su hija Magdalena. Técnica mixta de óleo y acrílico, formato de 90 x 120 cm.

DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS

Gonzalo Contreras decidió transformarse en escritor cuando era un adolescente, alumno del colegio San Ignacio de El Bosque. Su gran aliada fue su madre; su enemigo número uno, su padre, quien, cuenta, "no solo despreciaba que yo quisiera escribir, sino que hasta su muerte, en 1994, jamás leyó un libro mío". Tenía 15 años para el Golpe Militar y 17 cuando entró a Periodismo en la Universidad Católica. En 1978 abandonó la carrera, hizo maletas y se fue por cinco años a Europa. Primero a Madrid, luego a Barcelona, un año se quedó en Ibiza y un buen rato se instaló en París. Trabajó pintando cascos de barcos y de albañil. En la capital francesa, casado con su primera mujer, comenzó a escribir los cuentos de La danza ejecutada. Al país regresó en 1983. "Irme de Chile fue la primera gran declaración de principios que hice con mi propia vida. Me fui porque quería alejarme por completo de la casa paterna y porque sabía muy bien que nunca tendría una vida profesional tradicional", cuenta.

¿El Golpe tuvo algo que ver con la determinación de irte?

Fue una mezcla de cosas, una de ellas fue que quería liberarme lo antes posible de la casa paterna, algo muy generacional. Era un pendejo "literario", cabrón, pasado para la punta, insoportable y obviamente que el Chile que se vivía entonces era asfixiante, especialmente si lo veo desde la perspectiva de hoy. Se vivía una anomalía permanente y el toque de queda era el símbolo más potente de esa anomalía para un joven de 18. Yo venía de una familia de derecha, de un colegio en el que los jesuitas dejaron de hablar de política en 1973, y con una conciencia difusa de lo que pasaba. No se puede hablar propiamente de juventud cuando vives en dictadura. Es imposible ser joven en dictadura.

De regreso, Contreras se unió al taller de José Donoso, en calle Galvarino Gallardo, a quien había conocido en Madrid, pero duró poco. "Me fue mal, porque era un taller muy maldito. Estaban Marco Antonio de la Parra, Arturo Fontaine, Carlos Iturra, Marcelo Maturana y la Juanita Puga, la única que se salvaba porque era delicada. Con el resto era una carnicería. Todos eran muy leídos, muy preparados, muy argumentativos, y al desdichado que leía un texto lo destruían. Me rebelé contra eso y me fui, aunque seguí siendo amigo de Pepe. Él fue fundamental en mi vida".

"La literatura chilena actual carece de color y de olor. Es como ver la vida en un televisor Bolocco blanco y negro".

Años después, a fines de los 80 y principios de los 90, Contreras encontraría su nucleo con La ciudad anterior bajo el brazo. Cualquiera que haya pasado por la Plaza Mulato Gil, del Barrio Lastarria, por esos años, recordará a esa suerte de club de Tobi conformado por Diego Maquieira, Tony Cussen, Arturo Fontaine, Ernesto Rodríguez, Martín Hopenhayn, Carlos Franz, Francisco Bullemore, Andrés Velasco y Rafael Astaburuaga. Contreras ya se había separado de su primera mujer, casado por segunda vez y luego se separaría nuevamente.

Tanto en tu biografía como en algunas de tus novelas la inestabilidad es un factor relevante.

Definitivamente no he buscado la estabilidad en la vida. El exceso de realidad me agota. Desde que salí de la casa paterna nunca he constituido lo que puede llamarse un hogar. A mi departamento actual nada me ata. Podría dejarlo mañana. Soy yo y mi pequeño equipaje: mis libros, mis cuadros. Me he planteado muchas veces si hubiese podido ser escritor con una pareja estable a lo largo del tiempo, niños y una vida súper ordenada. La respuesta es que en mi caso una vida convencional no hubiese sido muy productiva o tal vez hubiese escrito, pero evidentemente sobre otras cosas. En general en mis novelas hay mucha situación provisional. Hay un precario equilibrio que para mucha gente no existe. Con la Mecánica celeste me han dicho "qué personajes más extraños", pero yo estoy rodeado de gente así. Nunca, en todo caso, diría que he tenido una vida carente de afectos. Lo único que queda son los afectos y uno de ellos, central en mi vida, es mi hija. Ella no ha tenido un padre convencional y creo que ha sabido encontrar las partes buenas a eso.

¿Te sientes un bicho raro?

Para nada. Mi vida es apacible en comparación a la de algunos de mis amigos. En mi mundo no es frecuente encontrarse con el llamado hogar "bien constituido" y lo cierto es que no tengo ningún amigo que se encuentre en esa situación. Más bien conozco muy poca gente que tenga un hogar "bien constituido". Es el zeitgeist o aire de los tiempos. Yo he apostado por la libertad.

¿Qué es para ti la libertad?

Estar abierto a la experiencia.

Tu apuesta se ve muy lejana al modelo que considera al hombre como proveedor.

Desde muy chico me salí del mundo de la producción y del consumo. No soy ni productor ni consumidor. Son muchas las incompatibilidades que tiene el arte con ese modelo y yo he asumido el arte como un sistema de vida. Mi participación en el PIB es igual a cero y eso tiene sus costos.

¿Qué costos?

Por ejemplo, mis compañeros de colegio son personas que tienen una estupenda situación económica y obviamente no es mi caso. Pero a mí no me interesa cambiar el auto cada dos años. Tampoco cada cinco. Debo ser un C3, según mis cálculos, y lo vivo con bastante alegría. Dificilmente vas a encontrar a un escritor verdadero que esté inmerso en este sistema que tiene una visión económica, utilitaria y materialista del hombre; una visión terriblemente limitada. Creo que puede haber una sociedad más humana.

¿No te asusta que tu hija haya optado por el arte?

Lo he pensado, por supuesto. En mi taller muchos cabros jóvenes me han dicho que se van a lanzar a la piscina y yo no me atrevo a recomendarle a nadie la vida que yo tengo. Porque, ojo, el costo en soledad de esta vida es muy alto. Aunque puede ser una vida muy entretenida, está llena de renuncias. No hay un cochecito de guagua en el vestíbulo. "El artista debe escoger la vida del intelecto y renunciar a la mansión celeste, furioso en las sombras", dijo W.B. Yeats.

En todas tus novelas los personajes femeninos son fundamentales. ¿Por qué?

Las mujeres son más complejas, sutiles, están dotadas de mayor malicia y provistas de una fuerza interior más resistente que la de los hombres. Los hombres, en general, me parecen más rústicos y simples en sus estrategias de vida. Su espectro de posibilidades es más limitado. Las mujeres, entonces, en términos literarios son movilizadoras de la acción.

"Dejé de tomar porque estaba hastiado de mí mismo. Llegados mis 50 años quise hacer un cambio radical y lo único realmente radical que podía hacer era dejar de tomar. Y lo hice solo. Sin ninguna terapia, ni tratamiento, ni medicamento".

Con tu madre, hoy bastante mayor, tuviste por años una especial complicidad.  ¿Cómo fue esa relación?

Yo estaba enamorado de ella como la mujer atractiva y distante que era, no como la madre. De hecho, nunca fue demasiado maternal, lo que no significa que haya sido frívola. Tuvo un mal matrimonio con mi padre, con quien estuvo hasta el final, un hombre machista y estúpido. Creo que su ser nunca pudo desplegarse del todo. Ella es una mujer con curiosidad por el mundo, simpática, pero con un lado depresivo, con una gota de melancolía. Yo estaba enamorado de ella como un hombre de una mujer. Nunca tuve la mamitis del mamón. Esto era otra cosa. Yo quería ser la pareja de mi mamá. Encontraba que hacíamos una "bonita" pareja.

"Son muchas las incompatibilidades que tiene el arte con este modelo y yo he asumido el arte como un sistema de vida. No soy ni productor ni consumidor.  Mi participación en el PIB es igual a cero y eso tiene sus costos. También está el costo en soledad. No hay un cochecito de guagua en el vestíbulo".

GUERRILLAS LITERARIAS

Una vez que Gonzalo Contreras lanzó Mecánica celeste de inmediato se armaron dos bandos: el de la crítica que lo destrozó y el de la crítica que lo aplaudió. El debate de trincheras incluyó un áspero intercambio del chileno con el escritor y crítico literario español Ignacio Echeverría.

¿Cómo te tomaste la mala crítica?

Estaba dicho de antes que cierta crítica me iba a dar. No tenía ninguna duda de hacia dónde iría la crítica de Patricia Espinoza, de LUN; del señor Vial, de La Tercera, y del señor de The Clinic. Y por predecible es justamente que esa crítica carece de todo valor. Es llamativo que antes siquiera de publicar la Mecánica celeste ya hubiese sabido perfectamente quiénes me destrozarían. Es una paradoja, es gente que odia la literatura.

¿Hablas de un prejuicio respecto de tu trabajo?

Sí, de parte de una cierta crítica. La Mecánica celeste es contratendencial, porque despliega y expande mundo, contrario al dogma de esta crítica que apuesta por la novela minimalista, ensimismada, autista; la narrativa "emo" o "anoréxica", como la llamó Alejandra Costamagna. Desde ese punto de vista mi literatura ha molestado por mi profusa creación de personajes, porque está plagada de situaciones, porque está llena de puertas y ventanas por donde circular. No creo en que el yo y las circunstancias personales de un autor se constituyan en una obra por más interesado que ese autor considere su propio yo.

Después del boom de la Nueva Narrativa, la figura más poderosa que ha aparecido es la de Bolaño. ¿Qué opinión te merece su trabajo?

Desde luego sobresale de la media del escritor chileno, su prosa tiene color, aunque  me cuesta decir que Bolaño sea un escritor propiamente chileno. Me parece, en todo caso, que más fuerte que la escritura de Bolaño es el fenómeno Bolaño, una suerte de subcultura tremendamente fervorosa, cercana al culto. Cuando dices que te gusta Bolaño entras a una comunidad y eso, al final, es extraliterario. Bolaño es, como lo define Fuguet, un escritor wannabe. Pero no es el James Joyce que la Facultad de Letras de la UDP pretende hacer creer.

¿Qué escritor chileno actual te interesa?

Ninguno en particular. Sí me gustan mucho Houellebecq, Eugenides y McEwan. Son escritores que me nutren, que desde la ficción están en este mundo, están conectados. La literatura chilena actual carece de color y de olor. Es como ver la vida en un televisor Bolocco blanco y negro.

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