Jefa de la Unidad de Género y Diversidad de la Universidad Central, Ángela Morales: “No basta sólo con tener un currículo con mirada no sexista”

A un año y medio de la implementación de la Ley 21.369, que regula el acoso, la violencia y la discriminación de género en el ámbito de la educación superior, la académica hace un balance. Dice que las universidades tienen todo lo que la ley pide; "han abierto unidades y hecho manuales, pero muy pocas implementaron un cambio integral y profundo. Pocas vieron en esto una oportunidad de cambio".




El mayo feminista marcó un antes y un después. De eso, la socióloga y actual jefa de la Unidad de Género y Diversidad de la Universidad Central, Ángela Morales, no tiene dudas. Pero incluso antes de ese hito histórico que vino a remover, cuestionar y reformular todas las estructuras y dinámicas hasta entonces validadas e irrefutables, las universidades –que constituyen el reflejo más fiel de las sociedades en las que están insertas– se habían vuelto sede de un incipiente, pero cada vez más innegable proceso de cuestionamiento y diagnóstico.

Y es que las académicas -muchas de ellas por hastío y por instinto de supervivencia-, habían puesto sobre la mesa, en algunas universidades claves del país, una serie de preguntas hasta entonces invisibilizadas. ¿Cómo se estaban gestando las relaciones de género al interior de estos espacios? ¿Qué pasaba con las asimetrías y abusos de poder? ¿Había representación femenina? ¿Por qué se seguía impartiendo una educación sexista, androcéntrica y colonial? ¿Por qué se seguían reforzando dinámicas jerárquicas inamovibles? ¿Qué pasaba con las carreras feminizadas? ¿Por qué no habían investigaciones lideradas por mujeres?

Con estas y muchas más inquietudes, como profundiza Morales, habían desencadenado un proceso de mayor concientización cuya suma a las demandas en proceso de articulación por parte de los movimientos feministas generaría una gran movilización social. La acumulación de todo esto, identificado y desglosado en los distintos ámbitos de la sociedad, daría paso al gran estallido feminista. Se seguía develando, por ese entonces, lo que las mujeres ya sabían bien porque lo vivían a diario. Y los espacios laborales y académicos, no estaban quedando fuera.

Y es que desde sus inicios, y en su misma génesis, las universidades fueron concebidas y gestadas en base a jerarquías y asimetrías relacionales. En su esencia, se trata de un espacio en el que alguien con mayor conocimiento y poder le enseña a otro cuya posición es inferior. Espacios a los que las mujeres, durante siglos, ni siquiera pudieron acceder.

“Recién en los noventa, y en la ‘tercera ola’ del movimiento, se empieza a hablar propiamente tal de la violencia de género y se visibilizan los abusos sexuales, psicológicos y de poder que conlleva. Pero lo interesante es que el foco se pone en espacios en los que antes no había sido puesto; en las comunidades académicas, en el aula y en el trabajo. Pero todo como una suerte de experimento incipiente, para ver qué pasaba, y con mucho voluntarismo, porque no estábamos respaldadas. Si las autoridades lo permitían, se seguía, pero pocas veces encontraban que estos temas fueran relevantes. Hoy, en cambio, vemos que toda esta acumulación de luchas, dio paso a una ley que regula estos temas en la educación superior, y que obliga a todas las instituciones a establecer políticas, diagnósticos y trabajar en la prevención de la violencia de género”, reflexiona Morales.

A un año y medio de la implementación de la Ley 21.369, que regula el acoso, la violencia y la discriminación de género en el ámbito de la educación superior, mediante políticas y programas que buscan prevenirlas y erradicarlas, Morales hace un balance, da cuenta de la importancia de un abordaje integral y articulado –que muchas veces no se toma en cuenta–, y los mecanismos para salir de la oscilación pendular y generar, a la larga, cambios estructurales y duraderos en los espacios académicos.

¿En qué minuto los espacios académicos se ven obligados a tomar acción?

El mayo feminista trae como consecuencia la visibilización de la violencia de género y la educación sexista que habíamos normalizado y que se estaba implementando en los espacios de educación superior. Fue un llamado de atención a toda la sociedad, y las universidades, instituciones académicas y organizaciones laborales no pudieron quedar exentas. Se vieron entonces obligadas a tomar acciones concretas porque los petitorios iban desde incluir temas en las mallas curriculares a detectar y prevenir la violencia dentro de los mismos establecimientos. Fue un llamado a reformular todo desde la base.

“El mayo feminista trae como consecuencia la visibilización de la violencia de género y la educación sexista que habíamos normalizado y que se estaba implementando en los espacios de educación superior”.

Pero incluso antes de ese gran hito, y de manera muy instintiva, las académicas de ciertas universidades habían empezado a cuestionar las prácticas y dinámicas nocivas que estaban tan normalizadas. Empezaron a poner sobre la mesa temas como las relaciones asimétricas entre académicos y estudiantes, la discriminación que vivía toda la población femenina al interior, los abusos de poder, la falta de políticas de cuidado, la educación sexista que se impartía en las aulas y el por qué de ciertas carreras feminizadas. Develaron así muchas microviolencias que solo reforzaban y acentuaban la desigualdad que ya existía estructuralmente.

Si hubiésemos hecho una disección con lupa previo al mayo feminista, ¿con qué nos hubiésemos encontrado al interior de las universidades?

De todas maneras con estructuras jerárquicas y masculinizadas, con micro machismos y expresiones de violencia sutiles. En las mismas aulas nos hubiésemos encontrado con un lenguaje muy masculino y poco inclusivo, con exceso de ejemplos masculinos y con falta de bibliografía y referentes femeninos. No se visibilizaba el aporte de las mujeres y diversidades sexo genéricas, y por ende la visión impartida era muy limitada.

Pero no solo eso, todas las profesoras, investigadoras, funcionarias y administradoras estaban muy precarizadas; los permisos maternales también eran precarios; para las funcionarias públicas a honorarios no había permiso de postnatal y ni hablar de políticas e incentivos para la corresponsabilidad.

Muchas carreras eran totalmente feminizadas y otras masculinizadas, y aquellas feminizadas estaban además precarizadas. Hombres que decidieran estudiar en áreas de educación o enfermería, estaban totalmente mal vistos. Había mucha violencia dentro de las parejas, en el mismo estudiantado, y muchas situaciones limítrofes de abuso de poder, de decanos con estudiantes, situaciones de acoso y violencia psicológica. Todo esto era parte de un panorama común, y no se hablaba, o solo se hablaba de pasillo.

No es que haya cambiado del todo, pero por lo menos ahora, y gracias a los movimientos feministas, hay mayor conciencia al respecto y existe una ley que, en el papel, establece que estas son todas cosas a las que hay que ponerle ojo en los espacios educativos.

La maternidad es una gran piedra de tope, tanto en el periodo de estudio como en la trayectoria laboral y profesional de las mujeres. ¿De qué manera, si no cambiamos el cómo concebimos la crianza, o si no hablamos de corresponsabilidad, siempre va a existir mayor discriminación hacia las mujeres?

Es un tema que está vinculado a estereotipos y roles de género que están profundamente arraigados desde una construcción cultural y social en nuestra sociedad. Esperamos que las mujeres tengan hijos, que cumplan ciertos roles respecto a la crianza y, a su vez, que los hombres cumplan otros. No concebimos que el hombre se pueda hacer cargo de la crianza, o que puede poner el foco en eso, y que las mujeres puedan desarrollar otras cosas.

Nos lleva a cuestionarnos, entonces, qué entendemos por maternidad y paternidad. En las organizaciones, las leyes siguen siendo muy sesgadas porque fueron pensadas por hombres hace 30 años, entonces no están a la par con la discusión actual de los cuidados y corresponsabilidad. Que solo exista sala cuna cuando hay más de cierta cantidad de mujeres contratadas, por ejemplo, solo desincentiva que las organizaciones contraten a mujeres.

¿Cómo se trabaja, en los espacios educativos, la prevención y erradicación de la violencia?

Hay estrategias que plantean intervenciones psicosociales cuando se detecta el problema concreto. Se hace una programación, se calendariza y se interviene. Pero es clave que el abordaje sea integral y que se vea la prevención desde la educación; desde sensibilizar, generar conciencia y hacerse cargo. Desde el conocimiento, de cosas tan básicas como saber qué es el género y qué es la violencia de género. Crear campañas informativas por redes y hacer programas de prevención.

En la Universidad Central, por ejemplo, tenemos un programa que se llama Embajadores de la Unidad, que convoca a estudiantes para que postulen y se capaciten en distintas temáticas relacionadas a la violencia de género, para que después ellos mismos repliquen y difundan la información dentro de sus mismos compañeros.

A eso hay que sumarle tener redes de apoyo y de información claras, porque no vale solamente informar si no vas a tener una red de soporte en el caso que existan abusos, por ejemplo. Hay que tener canales de apoyo como psicología con perspectiva de género, canales de denuncia, y mucho trabajo preventivo.

Significa un poco atacar la génesis y el cómo fueron concebidas, desde el inicio, los espacios académicos, históricamente jerárquicos.

Sí porque esta no es una transformación de forma; de manuales, políticas y diseños de programa. Es una transformación de fondo que tiene que ver con conductas culturales y requiere una mirada integral y una problematización de la violencia de género en todos los espacios sociales. No sacamos nada con tener un currículo con una mirada no sexista si no vamos a tener comunicaciones estratégicas con lenguaje inclusivo, si no vamos a tener políticas de cuidado, si no vamos a contratar a más mujeres, si no vamos a contar con políticas de corresponsabilidad para nuestros funcionarios y funcionarias.

Y hay que ir formando a los docentes constantemente. Nos vamos quedando cortos en ese trabajo porque siempre van saliendo estrategias nuevas, y el estudiantado es dinámico entonces nos desafía a nuevas modalidades.

Hablemos de las funas.

En mi opinión pueden ser un arma de doble filo, porque producen una victimización secundaria y exponen, mayoritariamente, a las víctimas más que a los victimarios. Las expone incluso a conflictos legales, porque en Chile hay leyes que sancionan la funa, por lo que la persona funada puede llevar a la persona que realizó la funa a juicio.

Pero es una vía para aquellas víctimas que se han visto relegadas por el sistema judicial.

Es una herramienta que sirve si es que la víctima da su consentimiento y sabe a lo que se expone, porque puede ser una forma de expresar. Pero en lo personal creo que le hace más daño a la misma víctima que al funado.

“En mi opinión las funas pueden ser un arma de doble filo, porque producen una victimización secundaria y exponen, mayoritariamente, a las víctimas más que a los victimarios”.

¿Crees que, específicamente en espacios académicos, se está actuando en base al miedo a la funa?

Creo que el temor está más bien sustentado en una falta de conocimiento. O por no saber manejar los posibles conflictos que surgen por las conversaciones y la visibilización de ciertos temas. O por no saber manejar los petitorios que salen y hacer planes de trabajo. Es un miedo por la desinformación y falta de educación. Porque cuando uno no se informa o no ha sido informado respecto a la discriminación, las violencias y los abusos, no va a saber cómo relacionarse con el resto, qué decir, qué ejemplos usar. Pero si me informo, no tengo de qué preocuparme porque voy a ser consiente de eso y no voy a hacerlo. No voy a hablar mal de alguien. A modo de balance, a nivel formal, las universidades tienen todo lo que la ley pide; han abierto unidades y hecho manuales, pero muy pocas implementaron un cambio integral y profundo. Pocas vieron en esto una oportunidad de cambio.

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