Helen Hester: “Como feministas tenemos que exigir políticas que garanticen que los beneficios de las tecnologías sean distribuidos equitativamente”

Profesora de Medios y Comunicación en la Universidad de West London y filósofa feminista, la línea de investigación de Helen Hester sugiere que las tecnologías digitales pueden ser herramientas que estén al servicio de la emancipación de la mujer, en tanto permiten y facilitan una mayor autonomía del cuerpo, una mayor justicia reproductiva, una pluralidad de los géneros y la desaparición del binarismo. Autora de “Xenofeminismo” (2018) y miembro fundadora del colectivo Laboria Cuboniks –que en 2015 publicó el “Manifiesto Xenofeminista”–, Hester es también colaboradora de la fundación chilena Saber Futuro (saberfuturo.org), que surge en respuesta al contexto actual de hiperaceleración tecnológica y que busca democratizar el acceso al conocimiento.




En 1971, antes de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos fallara a favor de Norma McCorvey –más conocida como Jane Roe– y que, por ende, se despenalizara el aborto en los 50 estados norteamericanos, Lorraine Rothman y Carol Downer, dos miembros de un grupo de autoayuda feminista enfocado en la salud reproductiva, modificaron un dispositivo médico que encontraron en una clínica subterránea de abortos y crearon uno nuevo que llamaron Del Em, una suerte de herramienta que permitía realizar aspiraciones menstruales de manera manual. La nueva técnica hizo del procedimiento médico uno mayormente accesible y cómodo que luego se divulgó en pequeños grupos de feministas.

Esta acción –que facilitó la interrupción temprana del embarazo sin tener que recurrir a asistencia médica o aprobación legal– es considerada a la fecha una de las más radicales y fundamentales para el desarrollo de la soberanía reproductiva de la mujer. Y, como explica Hester en su libro Xenofeminismo, es un ejemplo de una apropiación tecnológica hecha por y para mujeres en pos de una democratización de sus beneficios.

Porque de eso se trata el Xenofeminismo; de reorientar las principales funciones de la tecnología con tal de que sus beneficios estén distribuidos de manera equitativa y faciliten la emancipación absoluta de la mujer. Tal como lo hicieron las feministas de la segunda ola; agarrar un dispositivo médico que ya existe, modificarlo y atribuirle un uso no tomado en cuenta inicialmente. Y esto, como señala Hester, aplica para los aparatos tecnológicos, pero también para las estructuras, sistemas y leyes preexistentes. “Se trata de ver lo que hay, transformarlo y atribuirle nuevos fines radicales”, explica.

Es esto lo que ella rescata del aceleracionismo, la teoría social política que busca redirigir las fuerzas productivas neoliberales hacia objetivos comunes, sin destruir la base. Y es, de hecho, lo que planteó en 2015 cuando junto a las cofundadoras del colectivo feminista Laboria Cuboniks (laboriacuboniks.net) redactaron de manera anónima el Manifiesto Xenofeminista, en el que postulan que “en un mundo invadido por mediaciones tecnológicas que entrelazan nuestras vidas de manera abstracta, virtual y compleja, el Xenofeminismo construye un feminismo adaptado a esta realidad: un feminismo de ingenio, escala y visión sin precedentes. Un futuro en el cual la realización de la justicia de género y de la emancipación feminista contribuya a una política ensamblada a partir de las necesidades de cada persona, independiente de su raza, habilidad, posición económica o geográfica”. Un feminismo antinaturalista y abolicionista de género, como explican en la plataforma web.

Porque la biología, según explica Hester, no es determinante de quiénes somos y no debiese, por ningún motivo, ser sinónimo de destino. “Existe la idea de que el género proporciona una matriz interpretativa que da cuenta de los intereses, deseos, habilidades y competencias de las personas. Por eso, en vez de ver el género como un diminutivo cultural de una identidad completa, hay que verlo como lo que es; simplemente un género. Creo que ese es un avance para el feminismo. Se aleja un poco del marco feminista tradicional de igualdad de género y se acerca a un nuevo marco feminista radical que busca la irrelevancia de género”, explica.

Por eso para Hester, cuya línea de investigación se enfoca en las políticas de género en la tecnología y su relación con los derechos reproductivos y laborales de la mujer, es clave que las mujeres irrumpamos en estos rubros, porque se trata de espacios propicios para las intervenciones políticas de emancipación que hasta ahora no se han concebido como tal. “Las tecnologías han sido pensadas para ser rentables y no para estar al servicio de una absoluta autonomía del cuerpo y una justicia reproductiva y laboral, y por eso nos tenemos que apropiar de ellas y enfocarnos en generar biopolíticas con fines feministas”, señala.

¿Cómo es un feminismo que se adapta al contexto actual tecnológico y de qué manera, si pensamos que no todos tienen acceso a las tecnologías, es inclusivo?

La política feminista de la tecnología es aquella que permite que nos sintamos empoderadas para intervenir en el debate sobre el desarrollo de sistemas y dispositivos, pudiendo decir: “Abordemos la brecha alimenticia a través de la tecnología”. Esa sería una posición tecnofeminista. Otro enfoque tecnofeminista sería pensar en los entornos tóxicos de las culturas tecnológicas y la forma en la que parecieran dirigirse de manera desproporcional a las mujeres, a las personas del sur del mundo y a las poblaciones más vulnerables.

En ese sentido, no se trata simplemente de celebrar la tecnología. Se trata de cuestionarla, ver en qué ha fallado e impulsar la distribución equitativa de sus beneficios y minimizar la distribución desigual de sus consecuencias negativas, que terminan afectando siempre a los mismos. Se trata de ser capaces de sentirnos cómodas con la tecnología para comenzar a intervenirla. Para justamente identificar las injusticias y hacer de estas culturas algo mejor, porque yo sí creo en el progreso y sí creo en la política reparatoria; en rescatar lo que ya existe en pos de crear un futuro más equitativo para todos. Y dentro de eso se puede discutir respecto a Siri y el hecho que los asistentes virtuales estén feminizados, pero también del “e-waste” y los residuos electrónicos. Podemos unir estas preocupaciones en un tejido más amplio de tecnofeminiso.

Con la información que manejamos actualmente, ¿no es difícil pensar en una tecnología que le sirva realmente al feminismo?

Lo importante es entender que no podemos hablar de la tecnología con una t mayúscula o pensar en ella como si fuese un gran fantasma metafísico que nos persigue. Concebirla así hace que perdamos muchos de los matices, siendo que en realidad estamos rodeadas por la tecnología a diario. Por lo mismo no se trata de intervenir solamente en las tecnologías más avanzadas, como la inteligencia artificial o la recopilación masiva de datos, sino que en tecnologías de uso diario. Esta es la realidad que estamos viviendo y necesitamos políticas que se condigan con eso. En ese sentido, creo que tenemos que dejar de ver la tecnología como algo aterrador y saber que sus beneficios dependen mucho del uso que le demos y de las formas que han sido desarrolladas.

Pensemos en lo que está pasando ahora, por ejemplo; todo el conocimiento médico que han facilitado las tecnologías nos ha permitido desarrollar una vacuna en tiempo récord. Entiendo que de miedo la idea de que nuestros datos sean mal utilizados, que nos categoricen como consumidores o que las tecnologías se vayan infiltrando en nuestra intimidad, pero también podemos apreciar que la recopilación masiva de datos fue fundamental en la detección y detención de la pandemia. Es un claro ejemplo, de hecho, de que las tecnologías pueden ser una forma de construir solidaridad entre las personas y de entender que todos somos interdependientes. Lo que hacemos, finalmente, tiene consecuencias para los demás y nuestros datos pueden ser utilizados para demostrar eso.

Es poner la biotecnología al servicio de la humanidad. Hay una especie de política feminista del cuidado en todo esto. Porque no se trata de decir que la recopilación masiva de datos es necesariamente buena. Es saber que tiene posibilidades particulares -para bien y para mal-, y por lo mismo necesitamos políticas intervencionistas que las consideren. Solo de esta manera podemos reorientar las tecnologías hacia las preocupaciones colectivas.

Y en lo concreto, ¿cómo logramos eso?

Uno de los ejemplos más impresionantes de cómo se ha logrado esto proviene justamente de Latinoamérica. La forma en la que se han congregado para articular una lucha por la justicia reproductiva y las campañas por el aborto en Argentina. Todo eso se ha manifestado de manera visible en las calles, pero ha sido facilitado por las redes sociales y las tecnologías. Se han creado muchos espacios en línea, incluso en plataformas problemáticas como lo son Facebook y Twitter, que dan paso a la organización colectiva.

Otro ejemplo es el de los conductores de Deliveroo, en Europa, quienes están usando WhatsApp para organizarse porque los sindicatos formales no son lo suficientemente inclusivos y no representan la totalidad de las demandas de los empleados. Mucha de la organización laboral se está dando así; de manera auto gestionada y a través de medios de comunicación masiva. Estas son tecnologías que se utilizan con fines radicales y emancipadores, que muchas veces provienen de tecnologías que ya existían pero cuyas finalidades son modificadas de manera radical. Se trata de una política de reparación y reutilización.

¿Eso es lo que rescatas del aceleracionismo?

El aceleracionismo es en realidad una forma de política reparadora. Se percibe como una tendencia a destruir las cosas; el hecho de que más tecnología nos aleja de lo humano. Pero creo que la premisa básica del aceleracionismo es que hay que empezar desde donde estamos, sin aspirar a volver al pasado. Y en este minuto, el dónde estamos tiene que ver con un lugar complejo y enredado, pero hay que mitigar el daño y salir de esto. Creo que en eso, contrario a lo que se suele creer, hay algo muy modesto. Y también creo que confluye con una perspectiva fundamentalmente feminista.

Tradicionalmente las ciencias han sido masculinizadas y desde ahí han configurado lo universal: un hombre blanco, heterosexual y sin discapacidad física. En ese sentido, tener políticas feministas que intentan intervenir dentro de ese espacio, podría parecer contradictorio. Si lo universal es inevitablemente blanco y masculino, seguramente deberíamos estar denunciándolo y alejándonos de él, apuntando a su imposibilidad en lugar de buscar recuperarlo. Pero creo en las políticas reparadoras y en la idea de que estamos acá y tenemos que encontrar una vía hacia una justicia laboral y reproductiva que permita una máxima autonomía del cuerpo y de las condiciones en las que nos reproducimos. Y para eso necesitamos un acceso cultural a las tecnologías, porque la tecnología en el sentido amplio de la palabra se encuentra a la base de una política más amplia en torno a la lucha de género y a vivir nuestras vidas de la manera que queramos vivirlas.

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