Karla Sánchez, alcohólica en recuperación: “Una recaída también es una recaída emocional”

Fue internada por su familia en una clínica de rehabilitación en 2021. La primera vez que probó el alcohol fue a los 14, en casa de una amiga. Desde ahí su consumo pasó de ser esporádico a más constante para ocultar sus penas. “Creía que era el alma de la fiesta, pero por dentro estaba muerta espiritualmente”, recuerda. Hoy cumple casi dos años sobria y comparte su testimonio para generar conciencia.




A los 14 años la mexicana Karla Sánchez Villegas (33) probó por primera vez el alcohol en la casa de una amiga. Estaba atravesando el divorcio de sus padres, que se separaban por el alcoholismo de su padre, una situación de por sí difícil y que además la obligaba a asistir constantemente a juzgados de familia para declarar por problemas relacionados con pensión alimenticia y custodia.

“Tenía miedo de lo que me pudiera pasar, mucha incertidumbre, pero cuando sentí que mi cuerpo se empezó a relajar con el alcohol, me di cuenta de que me había gustado”, cuenta Karla, quien actualmente vive en Morelia, una ciudad del estado de Michoacán, México.

Entre fiestas de quinceañera y otros compromisos, su consumo fue esporádico durante los años de adolescencia. Karla reconoce que desde el divorcio de sus padres adoptó una conducta rebelde que se vio reflejada en la expulsión de uno de sus colegios. “Hoy sé que esa rebeldía era a gritos una forma de llamar la atención”, recuerda.

Su papá decidió que Karla estudiaría relaciones comerciales internacionales en la universidad, carrera con la que ella no estaba conforme, pero que aceptó de igual manera.

“A los 19 años me fui a Londres por el verano con unas amigas. Ellas eran dos años más grandes que yo y cuando salieron del colegio se fueron a mochilear por Europa y se quedaron en Londres. Pasé tres veranos ahí y me encontré con la libertad de que nadie me dijera qué hacer. No tenía que cumplir horarios y eso me gustó mucho. Ahí fue cuando probé algunas drogas: el éxtasis, las metanfetaminas. El miedo me detuvo para no probar más cosas”, confiesa Karla.

¿En qué momento dirías que el alcohol se convirtió en un problema?

El último verano que pasé en Londres fue el del 2012. Me prometí independizarme económicamente y cortar relación con mi papá, que también es alcohólico y muy manipulador. A los 24 cumplí uno de mis sueños que fue conseguir trabajo en la Presidencia de la República, así que me fui a vivir a Ciudad de México. Era responsable, pero también una persona fiestera y borracha. Lo que más esperaba de la semana era el jueves o viernes para salir y tomar, era lo que más me llenaba.

Tenía un horario muy demandante, pero al finalizar la jornada, en vez de irme a descansar, hacía una o dos llamadas y me iba a tomar. Al otro día llegaba con resaca, con el aliento a alcohol, y así empecé una vida de excesos. Como me iba económicamente muy bien, me creía merecedora de todo. Trabajé en otro lugar luego y todo se repitió, era un círculo vicioso. Siempre estaba rodeada de gente, creía que era el alma de la fiesta, pero por dentro estaba muerta espiritualmente, porque arrastraba muchísimos vacíos de mi infancia y adolescencia que yo creía que había solucionado.

“Mi cuerpo me pedía alcohol”

Años antes de la pandemia Karla y una de sus amigas formaron un emprendimiento de tés al que le había ido muy bien, pero que cerró por el confinamiento. Por ese entonces también terminó una relación de pareja. “Me quedé sin trabajo, sin ingresos y seguía dándome una vida que no me podía permitir. Me quedé sin nada y mi alcoholismo se exponenció muchísimo. Me dediqué a la fiesta, no importaba el día de la semana. Como seguramente en todo el mundo, aquí en México abrieron lugares underground para tomar y ahí estaba yo, rodeada de gente que no conocía. Gracias a Dios nunca me pasó nada grave”, relata Karla.

Como había trabajado para el gobierno, conocía a mucha gente. Le ofrecieron trabajar en una campaña para un candidato a un puesto político en una ciudad costera, así que armó sus maletas y se trasladó con la ilusión de que si salían victoriosos, Karla tendría un buen puesto y una mejor situación económica. Para su mala fortuna, no fue así. Las elecciones del 6 de junio de 2021 no jugaron a su favor: “El 7 de junio es mi cumpleaños. La gente me llamaba para tres cosas: para decirme que mi ex se iba a casar, para felicitarme por mi cumpleaños y para decirme que era una lástima que el candidato haya perdido”.

¿Cómo te impactó saber que no ibas a poder armar la vida que tenías planeada?

Todas mis expectativas se fueron por un tubo. Mi soberbia no me dejaba decirle a mi mamá que necesitaba ayuda. El 7 de julio, luego de un mes, decidí volver a su casa. Iba por la carretera de vuelta y durante todo el camino fui repitiendo que no no iba a tomar más, pero no pude. Sentí ese cosquilleo en el estómago, en los brazos; necesitaba consumir. Mi cuerpo me pedía alcohol. Les escribí a unos amigos, me desvié y finalmente llegué a la casa de mi mamá a las 4 de la mañana del día siguiente. Esa fue mi última borrachera.

¿Qué pasó ese día?

Yo no sabía que sería mi última borrachera. Me fui con unos amigos a un pueblo cerca de Morelia a una casa de campo a tomar. Estaba rodeada de gente, de grandes amigos. Estaba sentada en una mesa y veía a todos felices. Yo fingía estar bien, pero por dentro sentía muchísimo dolor. Ya no podía más. Cuando venía de camino a Morelia llamé a mi mamá y le dije que la quería invitar a comer. Esa culpa te llega después de días de estar consumiendo. Cuando llegué a mi casa la saludé, pero ella y mi hermana tenían una mirada de tristeza impresionante. Subí a mi cuarto porque íbamos a salir en pocas horas, y a los 30 minutos entraron dos hombres, me agarraron y me llevaron.

¿Qué sentiste?

Mucho miedo. Al principio pensé que me estaban secuestrando y que les podrían hacer algo a mi mamá y a mi hermana. Les dije que iba a cooperar, pero que me dijeran que ellas estaban bien. No me contestaron. Cuando me sacaron por el estacionamiento, vi a mi hermana, con la mirada abajo, llorando. Me subieron a un auto y me dijeron que todo iba a estar bien; que me llevarían a una clínica de rehabilitación.

¿Te pareció innecesario o que estaban exagerando?

Sí. Cuando iba en camino estaba en total negación, tenía pensamientos negativos hacia mi mamá y mi hermana. Cuando llegué a la clínica me dijeron esa frase tan conocida por los alcohólicos de “Es solo por hoy”. Me dijeron que me iba a ir en la noche, pero no fue así. Durante el primer mes no podía hablar, no me salían las palabras, pensaba que mi vida se había acabado.

¿Qué pasó después del primer mes?

Cuando cumplí un mes estando en la clínica hice una promesa y tuve un despertar espiritual. Iba a dar todo de mí para estar mejor y así fue. Cuando acepté mi enfermedad en voz alta lloré muchísimo. Estuve un año en esa clínica, fue duro, pero también clave para estar como estoy. Mi mamá me fue a buscar en octubre, pero yo me quise quedar. Al mes siguiente salí, vine a mi casa para el Día de la Madre, pero decidí regresar. La recuperación no es para todos, pero yo sí quería hacerlo.

¿Cómo fue tu reinserción en la vida cotidiana y laboral?

Tomé un curso de prevención de recaída. Me preguntaba cómo sería mi vida si casi todas las salidas con amigos incluían una copa, pero estaba y estoy convencida de que no quiero volver a consumir. Hoy vivo con una espiritualidad que me hace ser cada día mejor. El 11 de abril cumplí un año y nueve meses sobria.

En Instagram hablas abiertamente de tu enfermedad. ¿Qué te llevó a hacerlo?

Tomé la decisión de compartir mi testimonio para que todas las personas sepan que no me pueden ofrecer una copa de alcohol y que vean que todos pueden tener esta enfermedad, porque es cien por ciento emocional. Por eso estoy en terapia constantemente, porque una recaída también es una recaída emocional.

Muchas veces existe la caricatura del alcohólico, que es una persona tirada en el suelo.

Así funciona la sociedad, porque hay desinformación, pero es totalmente falso. A veces se me acerca gente que conozco para preguntarme “¿Crees que soy alcohólico?”, pero es difícil decir, porque existe el uso, el abuso y la adicción. No sé si pueda ser una adicción porque no sé si esa persona lo usa para sentirse bien. Yo lo usaba para olvidarme de los problemas, para no sentir el dolor. Yo toqué fondo en la clínica, mucha gente cree que tocar fondo es tener un accidente, pero no es eso, sino estar en la oscuridad profunda.

En la actualidad Karla cursa un diplomado en certificación de adicciones y busca más espacios para compartir su testimonio y así generar conciencia.

Lee también en Paula:

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.