La decisión de tener un segundo hijo




Mi hermana y yo tuvimos guagua casi al mismo tiempo, hemos vivido nuestra maternidad súper apañadas entre las dos. Fueron embarazos esperados y planeados. Yo creo que siempre quisimos ser mamás, desde que jugábamos a dormir a nuestras muñecas o pasearlas en coche cuando éramos chicas. Tenemos además una mamá que es un sol, y un papá que nos crió a la par con ella. Probablemente esa ternura y contención hizo que tuviéramos una relación súper fluida con la maternidad. Me atrevería a decir que, aunque todas sabemos que es difícil criar, no fue para nosotras algo traumático, sino disfrutado dentro de todo el cansancio. Hasta el primer hijo, al menos.

A los dos años de habernos convertido en madres, mi hermana se volvió a embarazar. No me sorprendió, siempre supe que quería tener más de uno y que no iba a esperar mucho tiempo. De alguna manera yo quería lo mismo, pero por alguna razón aún no he querido dar ese paso, me da miedo. Disfruto tanto de mi hijo, hoy de 3 años, que me da miedo ponerme una carga tan pesada.

La segunda hija de mi hermana tiene ya un año. Suena feo que lo diga, pero mi hermana se ve totalmente acabada, no es la de antes. No la veo disfrutando de la maternidad como con su primer hijo. Está siempre de mal humor, gritonea a los niños de aquí para allá, se queja de todo, me da pena verla así. Con mi mamá tratamos de ayudarla en lo que podemos, llevándonos a su hijo mayor a pasear, o por el fin de semana para que no esté tan agobiada. Pero parece que nada es suficiente.

Aun cuando tiene una situación privilegiada, red de apoyo, una pareja que es un padre súper activo y presente, la amargura de mi hermana va más allá de todo. Tiene una rabia inexplicable por su segunda hija, se irrita particularmente cuando llora, algo que no le pasaba con el primero. Lo más triste es que entre más esquiva la demanda de su hija más demandante se pone la niña: no se da con nadie, nadie la logra hacer dormir más que ella, no la deja ni ir al baño sin ponerse a llorar.

La paciencia, ternura y templanza con la que la veía maternar antes, ya no está.

A veces conversamos, trato de sacarle algunas palabras para entender qué le pasa. Probablemente está con una depre post parto, de hecho va terapia y es lo que le dicen. Confío en que sea algo que irá pasando con el tiempo, con la terapia y a medida que se acostumbre a este cambio de vida. Pero mi teoría es que se arrepiente de haber agrandado la familia. Aunque no me lo diga directamente, de alguna forma me lo dice con su mirada: ocuparse de dos hijos consume más energía de la que realmente tiene.

Con mi marido hemos conversado mucho la idea de tener otra guagua, los dos tenemos ganas, pero quizás yo más en teoría que en la práctica. Ahora mismo disfruto tanto de mi hijo, jugamos, regaloneamos, tengo energía para criarlo y me queda para mí, para mi pareja, para mi trabajo. Tengo tiempo para salir, red de apoyo para estar sola cuando lo necesito, y me da mucho miedo que un segundo hijo haga colapsar todo ese equilibrio que hemos logrado.

Ahora, viendo a mi hermana, me he dado cuenta de que una tiene una energía limitada, y que es importante conocerse y aceptar cuánta energía es esa para procurar no abarcar más cosas de las que realmente podemos. Habrá mujeres que tienen la capacidad de criar dos, tres, cuatro hijos y disfrutarlo, y otras que con uno basta. A lo mejor mi hermana solo tenía la capacidad mental y física para un hijo, y no lo dimensionó antes de tomar la decisión de agrandar la familia.

No quiero que me pase eso, y me ha sido difícil explicárselo a mi marido, que es más de la idea de que uno es lo mismo que dos. Pero no es tan así. El problema es que obvio que, al disfrutar tanto al primero, a una le dan ganas de tener cientos. Cada vez que veo una guagüita o una mujer embarazada me viene la locura y digo, ya démosle. Pero luego visito a mi hermana y digo chuta, pensémoslo. Ahí me doy cuenta de que me da terror tener un segundo hijo y después darme cuenta que debí quedarme con uno, como probablemente le esté pasando a mi hermana, aunque no me lo diga.

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